El diálogo en las parejas

El diálogo en las parejas

Hay algunos matrimonios, noviazgos, concubinatos, que viven en un verdadero “caos” en lo que respecta a la comunicación, a esa vía de entendimiento que nos da la palabra, que es lo que nos hace superiores. Partiendo del hecho de que el -caos- es desorden, confusión, y no me refiero a la acepción filosófica moderna de  la dinámica no lineal.

Los humanos, cuando tratamos problemas trascendentes o muy complejos para la mente humana, planteamos el fantasear, tratamos de esbozarlos como problemas filosóficos, con el ánimo de decir algo nuevo.

No pretendo en este “conversatorio” resolver el problema de la mente, en lo que respecta al diálogo en las parejas, el inconveniente perdura desde Adán y Eva.

Pero como estoy inscrito en el grupo de los organicistas, en mi calidad de neurólogo, me abstendré de releer las divertidas fábulas psicoanalistas, ya que los curanderos no hacen experimentos, ni investigan el cerebro. Por lo que me acojo a los juicios de psicólogos y neurocientíficos contemporáneos que sí plantean alternativas, pero luego de numerosas investigaciones sobre el órgano neuronal.

Cuando uno se va recibiendo de viejo, no podemos negar que se hace uno más reflexivo. Debemos aceptar que el paso del tiempo hace pasar “la euforia de la luna de miel” y de esa tórrida relación romántica inicial se debe transitar de manera inteligente hacia “una sociedad viable”.

Pero esta transición requiere de diálogos, necesita comunicación,  excluir ese empeño de uno y otro a recriminarse, de hacer siempre culpable al interlocutor de la debacle, de no alcanzar  un conversatorio franco, donde deben estar ausentes: la intransigencia, el egoísmo, la intolerancia, la arrogancia y las reprimendas.

Lo ideal es tener un buen escenario para el conversatorio de las parejas, lo perfecto es frente a una copa de vino en algún restaurante, ahí no se puede alzar la voz, y obliga a una tónica –amistosa- para dirimir las diferencias, pero siendo prácticos, eso no siempre es posible.

Lo básico, a mi modo de ver, es saber escuchar, oír los puntos de vista y/o quejas con verdadero estoicismo y esperar la oportunidad para argumentar o ripostar juicios en los que de modo sucinto usted se defenderá de acusaciones o usted esbozará su descontento o un desacuerdo, siempre en una tónica de monje budista.

Se ha planteado que en los casos más graves se hace necesario un facilitador, que deber ser una  persona entrenada en esos menesteres, léase psicólogo (a) o psiquiatra, expertos en conflictivas conyugales.

Debe hacerse siempre en base a normas básicas de entendimiento, debe llevar apareadas el principio de no agredir con epítetos y adjetivos calificativos denostantes como: “el borrachín este”, “este haragán”,  o “esta peleona”, o “la loca esta”, etc. En fin así no habrá nunca un diálogo traslúcido, cuando uno u otro recibe de inicio una andanada de epítetos agresivos que lastiman.

Lo otro es ser objetivo. En los “conversatorios” se hace necesario el ser precisos. Si empezamos a hacer la historia de los antecedentes y variantes relacionadas, no hablaremos del problema en cuestión.

El quinto elemento, es el abstenerse de analizar las motivaciones del interlocutor. Son justificados todos los “diálogos”, antes de aceptar tristemente que “esto no funciona”, donde muertas las ilusiones, platicar sería tardío. Para luego no llorar sobre el  “pestífero” cadáver del amor ya extinto.

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