El diccionario oficial

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CARMEN IMBERT BRUGAL
El mote de loco, beodo, indiferente, anunciaba, durante la era de Trujillo, la desgracia del aludido. A través de la injuria, venía la condena. El intento de fuga, un accidente de tránsito, un suicidio, encubría el asesinato. Indelicadezas, denominó Joaquín Balaguer, las infracciones cometidas por los miembros de su entorno. Con tan sutil calificativo, leve y sublime, como una de sus musas, rubricaba el folio de la impunidad. «Técnicas policiales», describían, en una época, el procedimiento para «reducir a la obediencia» a los individuos privados de su libertad y sometidos al golpeteo de un bate o un garrote. 

Una persona «retenida», en algunos países de la región, es una persona secuestrada, el «ajusticiamiento» excusa la muerte del adversario. Los asesinatos policiales se explican con «un intercambio de disparos». Informes de organismos especializados refieren «ejecuciones extra judiciales» como si aquí existiera la pena de muerte.

Un fiscal del gobierno pasado, llamó «broma» la falsificación de un decreto. Desliz, para el Director del Departamento de Prevención de la Corrupción, es la violación a la ley de austeridad, atribuida a los miembros de la Cámara de Cuentas. La originalidad lexicográfica de nuestros servidores públicos es un nuevo reto para los gobernados. Inquieta por la necesidad del bilingüismo, la ciudadanía intuye la utilidad de adentrarnos en el castellano, conocer sus secretos para comprender el manejo de la cosa pública y las licencias concedidas en procura de la convivencia.

Aceptar la vigencia de la tortura es una tarea pendiente. La imagen de José Mesón, en la silla eléctrica, persiguió dos generaciones de dominicanos, la tercera, atribuye a la historia los episodios infames. Lo demás ha sido y es anécdota. La mención es tabú. Tal vez avergüence admitirlo o, sencillamente, se reconoce normal el hecho. Cualquier arrestado en un cuartel o recluido en un centro carcelario, relata sus padecimientos. Cualquier niño o niña de la calle, identifica el agente del orden, responsable de sus heridas y acosos. El vecindario conoce la costumbre privada de la tortura. Es frecuente la existencia de guarderías y escuelas, convertidas en centros de tormentos, la detección de menores encadenados, mutilados, dejados a la intemperie, sin suministro de alimentos, violados, golpeados, quemados. Encubrir la tortura, modificando palabras, evita su erradicación. Jueces y fiscales, policías y guardias, saben cómo y adónde ocurre, también porqué y cuándo. Los períodos de represión política postergaron el análisis y comprensión de nuestra realidad criminal. La atención colectiva estuvo concentrada en el destino de los perseguidos políticos, en la oscuridad de los calabozos improvisados y remotos. Pero la crueldad no afectaba, con exclusividad, a los sediciosos. El antro llamado Vietnam, el método de la plancha y del pollo al carbón, los garrotes bautizados como «ninguno» y «cualquiera», afectaban a todos. Un falsificador, un estafador, un homicida, «confesaba» sus culpas, después de soportar las consecuencias del suplicio institucionalizado.

La Oficina de Defensa Pública de San Cristóbal realizó una investigación en la cárcel del kilómetro 15  de Azua y divulgó su contenido, la semana pasada. El informe revela la situación de diez reclusos, víctimas de torturas, dirigidas por el coronel, comandante del penal. El director  de Prisiones descarta que los daños descritos provinieran de torturas. El funcionario no admite que la exposición al sol, las ataduras, el confinamiento en una celda solitaria tengan tal categoría. Tampoco considera tortura las acciones que produjeron: fractura de brazos, hematomas, magulladura de testículos, heridas de bala, aporreo de los glúteos. Prefiere hablar de «excesos».

Oportuna es la ocasión para motivar un proyecto de ley con la nomenclatura apropiada. El tenebroso trabajo esclarecerá conceptos. Precisa, eso sí, algo de sadismo porque el autor deberá especificar las posibilidades, alcance y características del suplicio. Puede guiar su elaboración, la estremecedora reseña de los pormenores del martirio de Robert Damiens, condenado por atentar contra la vida del rey   Francia, 1757 . Publicado en la Gaceta de Ámsterdam, aquel escalofriante recuento, no omite detalle. Consta, en uno de los párrafos, lo siguiente:… «sobre las tetillas atenazadas se vierte plomo derretido, aceite hirviendo, cera y azufre. Su cuerpo estirado es desmembrado por cuatro caballos. Los caballos no estaban acostumbrados a tirar. Hubo que usar seis. Fue necesario, para desmembrar sus muslos, cortarle los nervios y romperle con hachas las coyunturas.» el proyecto permitirá discutir y averiguar cuándo, ejecutorias similares a las denunciadas en el informe de la Oficina de Defensa Pública adquieren la calidad de tortura o subsisten como prefiere el director de Prisiones.

Las reformas en el ámbito penal tienen que trascender la terminología. Superar Quevedo por Malpica. Nada se consigue sustituyendo acusado por imputado, preso por interno, preboste por vigilante, mientras los abusos continúan y a la tortura le llaman exceso.

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