El dilema de Haití

El dilema de Haití

DARÍO MELÉNDEZ
Así como existen personas incapaces de gobernarse -como somos la mayoría de los seres humanos- así hay pueblos incapaces de gobernarse, precisan de gerencia o tutela que les guíe. Es el caso de Haití y -tal vez en menor medida- el dominicano. Somos dados a auspiciar gobiernos fuertes o dictaduras, porque la ignorancia, unida a la irresponsabilidad personal, precisa de permanente tutelaje a fin de mantener el orden público.

El Haití de hoy, la nación más pobre del hemisferio, fue en el Siglo XVIII el enclave más rico de América (más que Nueva York), su comercio canalizaba la mayoría del intercambio comercial entre Europa y el continente americano. “En 1789 alrededor de las dos terceras partes de las inversiones francesas en el exterior eran realizadas a través de Haití y en un buen año, sus negocios ocupaban más de setecientos barcos tripulados por más de ochocientos mil marinos”. (Enciclopedia Británica).

Nadie puede imaginar que un florecimiento tan notable, en un espacio tan reducido, pudieran existir individuos tan depauperados como los hay hoy día. Los esclavos negros del Siglo XVIII, no eran tan mal tratados como son hoy los ciudadanos haitianos, no es verdad que el sistema de aquella época fuese tan cruel y despiadado como se le imagina. La norteamericana Harriet Beecher Stowe, en su obra “La Cabaña del Tío Tom”, describe magistralmente la vida de los esclavos en aquel siglo y podrían los haitianos de hoy, envidiar la forma en que vivían el Tío Tom y sus congéneres, algo similar sería la vida de los esclavos haitianos en aquella época, en que la esclavitud se mantenía, como relación de trabajo, desde tiempos prehistóricos. En Atenas, la historia registra los casos de Pasión y Phormio, esclavos que administraban bancos en forma tan eficaz, que sus letras de cambio tenían aceptación en todo el mundo conocido.

Los haitianos deben reconocer que, a pesar de su heroica independencia y distinguidos gobernantes como Petion y otros, su país no ha logrado salir de la esclavitud de la pobreza, esclavitud que es más cruel e inhumana que la que mantenían los franceses, cuyo exterminio parece haber caído, generación tras generación, como una maldición sobre su existencia de nación libre y soberana.

Ante esa realidad insoslayable, los haitianos, que hoy están obligados a abandonar su lar nativo, porque en él no tienen medios de vida, deben recapacitar y comprender que no pueden gobernarse por si mismos, necesitan una dirección mentora, que podría ser quizás Francia que le acoja como estado libre asociado al igual que Estados Unidos acoge a Puerto Rico.

Nada de humillante tiene que un pueblo se asocie a otro pueblo que le ayude a organizarse, y conducirse por el camino del progreso y bienestar de sus habitantes. Esa sociedad podría ser por tiempo limitado, como ha sido el “commonweath” que han mantenido la mayoría de las islas británicas del archipiélago antillano.

Las realidades deben afrontarse con responsabilidad y pragmatismo, una elecciones en Haití nada resuelven, el pueblo haitiano no necesita democracia, necesita fuentes de trabajo que le den medios de vida digna, sin paladines ni taumaturgos, sólo con paz y libertad empresarial, apoyada resueltamente por una nación desarrollada, podría salir adelante, sin más tropiezos ni masivas emigraciones.

El Haití del Siglo XVIII puede muy bien reeditarse, sin esclavitud ni vasallaje, sólo falta la buena voluntad de quienes tienen la responsabilidad de orientar dignamente ese pueblo, que le permita la integración de esa depauperada Nación con otra más organizada que nuestra hermana república, la cual comparte con nosotros la isla en que convivimos, donde parece que no cabemos juntos y deben respetarse nuestra independencia, ideologías y fuero soberano.

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