La globalización, entendida como un proceso universal de ampliación del comercio – e incorporación de nuevos productos – y mayor interconexión entre los países en términos de comunicaciones y transporte, se ha venido produciendo por centurias. El arribo de europeos a este continente encabezados por Colón puede interpretarse como un paso en el camino de la globalización. Resultó en la ampliación del mercado mundial – con nuevas rutas – y la inserción de nuevos productos. También fueron un eslabón más en esa mundialización los viajes de Marco Polo, el descubrimiento del paso entre el Atlántico y Pacífico, conocido como Estrecho de Magallanes.
Todo descubrimiento, todo nuevo producto al expandirse su conocimiento y consumo por el planeta han sido parte de ese proceso. El surgimiento del capitalismo y su desarrollo y expansión ha sido la correa transmisora de lo global. Hasta las guerras mundiales han sido, en definitiva, “globales”.
La conclusión de la Segunda Guerra Mundial, y sus consecuencias, trajo el surgimiento de los organismos globales que hoy rigen el mundo: la ONU, el FMI, el Banco Mundial, la OMC y demás instituciones intergubernamentales, o no, que se proyectan omnímodas por encima de intereses nacionales y hasta constitucionales. Sobre esas bases, normas y reglamentos surgieron tendencias y políticas que ahora, precisamente por el desarrollo global, han comenzado a cuestionarse. Expresión de ello son las críticas a los acuerdos de libre comercio, las tendencias y pretensiones desintegradoras en procesos integracionistas ya consolidados sustentadas en radicales sentimientos nacionalistas que aúpan independentismos que amenazan unidades nacionales forjadas por siglos.
Sociedades donde los inmigrantes y lo foráneo jugaron un papel esencial en sus formaciones y desarrollo ahora ven en ellos al mismísimo diablo y reniegan de todo aquello que les fue esencial. Se registra claramente un retroceso – “backlash”, el inglés y sus términos igualmente han devenido globales -. Al terminar la “Guerra Fría” y evaporarse el mundo comunista soviético y europeo, el “segundo mundo”, se intentó vender la idea de que ahora viviríamos en una “aldea global”. Ese globo pronto se desinfló ante desafiantes decisiones unilaterales que ofendieron a quienes creyeron que se impondría lo multilateral.
Todo lo positivo que se había efectivamente alcanzado ahora se cuestiona y hasta se rechaza. Fueron pasos importantes la identificación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible como vía de combatir la peor y más masiva e hiriente violación de derechos humanos: la pobreza. Se rechaza lo acordado “globalmente” para frenar tendencias destructivas del entorno mundial, el Acuerdo de París. Se marginan acuerdos para evitar la concentración desmedida de riqueza y poder.
En consecuencia crecientes sectores sociales no se sienten partes ni objetivos de los beneficios de la globalización, se ven como los perdedores del proceso y reclaman ser incluidos o interrumpir esa tendencia. Su agravio lo están expresando con votos en las naciones desarrolladas. Los “quejosos” no son solo los marginados de siempre, son ideas encabezadas por capas sociales del establishment.