El dilema de la Sofía: ¿alguien me bautizará?

El dilema de la Sofía: ¿alguien me bautizará?

La ilusión de su madre, su abuela, su bisabuela y hasta de algunos tíos es verla vestida de blanco, con su gorrito y su cadenita de la virgen, recibiendo las aguas bautismales y entrando a las filas del catolicismo.

Con seis meses de edad, sin embargo, el ingreso de Sofía a la Iglesia Católica es incierto: el cura que la bautizaría se opone a hacerlo porque el papá de la niña, un confeso ateo, no quiere hacer el cursillo de bautismo. Ya cedió suficiente, dice, aceptando que el bautizo (él cree que ella debe decidir a qué iglesia pertenecerá, si es que ingresa a alguna, sin que le impongan ninguna).

De no ser porque la bisabuela está a punto de marcharse a España y el bautizo estaba programado para el próximo domingo, el asunto no tendría mayor relevancia porque supongo que algún cura de la capital tendría la sensibilidad suficiente para comulgar con la causa de la familia.

Pase lo que pase, al ver la situación entendí por qué la Iglesia  pierde adeptos. Y es que lo razonable sería permitir que la madre bautice a Sofía porque así, obviando al padre, la pequeña irá  por los senderos de la Iglesia.

Esas son las cosas que nunca entenderé de nuestra iglesia, esa a la que entramos siendo bebés: siempre nos niega la oportunidad de vivir y de ser. Si queremos planificarnos, estará mal; si usamos preservativos seremos infames, si tenemos que decidir entre un hijo o nuestra vida, seremos asesinos; y, lo que es peor, nos prohíbe bautizar a nuestros hijos porque no respeta las creencias de los demás. Por suerte Dios está en cualquier lugar.

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