El dilema de los agropecuarios

El dilema de los agropecuarios

En la década de los sesenta 76% de la población dominicana vivía en el campo. Medio siglo más tarde la estadística se revierte a un triste 25% y nuestra tradicional ruralidad se va diluyendo en cuanto al agro remanente de un pasado glorioso aunque muy sacrificado.

La necesidad de estudiar para los hijos de hogares campesinos apresuró la migración hacia ciudades. La entonces corta longitud de vida mermó la actividad agrícola y los relevos desencantados también se marcharon.

Hoy, parte el alma ver campos y senderos sembrados de ausencia. Señales de que allí transcurrió una generación se aprecian al mirar remanentes de patios, zapatas o siluetas de pisos de mil huellas. Descampados que melancólicamente muestran árboles sobrevivientes, limones dulces y agrios, la mata de coco, de mangos, y uno que otro pájaro carpintero perforando palmas sin que le duela la cabeza. Graznido de cuervos inconformes en su soledad. Eso es lo que va quedando de muchos campos nuestros.

También hoy, con las tremendas tentaciones citadinas para la juventud que queda en el campo, los celulares, las computadoras, las motocicletas, las cuatro ruedas y otras aparentes “oportunidades” hacen que esa generación confundida no lo piense mucho y van a parar a ciudades en donde campea la prostitución, criminalidad, drogas y dinero fácil. Anarquía mansa.   Mientras tanto, muchas tierras y fundos quedan baldíos.

Economías citadinas se convierten en solares también estériles. Estas tierras tienen un denominador común, esperan oportunidades o desean y necesitan financiamiento para hacerlas productivas ¿Pero cómo? Si un banco le presta más fácil a la adquisición de vehículos que a la explotación alimenticia. Pocos califican para edificar apartamentos, salvo las grandes constructoras.

Tema aparte y penoso es el aspecto titulación. En la RD hay más de un millón de propiedades sin títulos a cuya falta se procuran las famosas Cartas Constancias propiciadoras del ladronismo de desaprensivos convertidos en terratenientes o más bien en geófagos.

A este trote pesaroso se une la preocupación del asomo de nuevos proyectos de leyes que habrán de recaudar dineros para el precario gasto público y siguen las penurias del propietario de tierras sea por derecho, mala suerte o herencia. De cualquier manera el hacerlas productivas sería imperativo pero, ¿Y los cuartos dónde están?

Ojalá algún hacedor de leyes lea esta reflexión de quizás ingenua sinceridad. Piénsenlo muy bien señores legisladores, pues con el sudor de frentes y penurias ajenas no se juega. Recordemos aquel título de un libro que en su momento fue famoso y hoy ignorado “El Mundo es ancho y ajeno”. También el destino de estos propietarios les pudiera resultar ajeno a sus deseos y necesidades.

Mientras estas cosas ocurren o están por ocurrir, el productor agropecuario adolece de suficiente seguro agrícola. Su producción está en multi manos explotadoras. La intermediación gana trabajando poco lo que ellos no ganan trabajando demasiado.

En otras, funcionarios nuevos aunque estén bien intencionados, se entusiasman con el cargo y sobre la marcha comienzan a aprender de leyes, reglamentos, estadísticas, sentido social y “macana” real o aparente como burócratas de exiguo turno, muchas veces hasta sin querer le hacen la vida imposible al productor agropecuario.

En un país pobre o rico ciertamente se necesitan impuestos para sostener las infraestructuras del desarrollo. Todos sabemos que si en Dominicana se aplicaran cabalmente sus leyes y reglamentos y la ciudadanía productora de riqueza correspondiera como debe ser, las recaudaciones serían bastantes y la penurias menos.

Ojalá las nuevas autoridades a partir del 16 de agosto hagan lo que no se ha hecho y en alguna medida mejoren lo que falta. Quizás entonces los agropecuarios en su dilema, sabrán qué hacer.

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