El dilema del país: actuar o perecer

El dilema del país: actuar o perecer

UBALDO GUZMÁN MOLINA
Con calculada planificación, los haitianos están llenando el país por los cuatro costados. Esto debe mover a preocupación a las autoridades y los dominicanos sensatos, debido a las implicaciones sociales, ambientales, demográficas, sanitarias y delictivas que esa presencia representa para el país. Se ha querido soslayar, con ignorancia execrable, un problema que, si no se enfrenta con responsabilidad y sin miedo, adquirirá ribetes apocalípticos en los próximos años cuando será demasiado tarde actuar.

Desde el punto de vista demográfico, los haitianos empujan el crecimiento poblacional debido a que tienen una elevada tasa de fecundidad (número de hijos por mujer).

Los haitianos son depredadores por naturaleza. Esa ha sido parte de su cultura. No puede ver un árbol crecer, porque llevan en su sangre su espíritu antinaturaleza y lo quieren derribar para hacer leña o convertirlo en carbón.

En un recorrido por la ciudad de Santo Domingo o cualquier localidad del país, por más apartada que sea, se puede verificar fácilmente la presencia de los haitianos, quienes se mueven sin temor, contrario a como sucedía anteriormente.

Los gobiernos, incluido el actual, no han hecho prácticamente nada para evitar el éxodo permanente de haitianos hacia el territorio dominicano. Se toman medidas aisladas y emocionales, que no resuelven nada.

Todavía hay tiempo para establecer en la frontera un verdadero control para la entrada de los haitianos al país, de lo contrario dentro de poco habrá más haitianos que dominicanos.

Los haitianos entran y salen del país como Pedro en su casa.

Ya esos vecinos no sólo se dedican al trabajo, sino que aparecen casos, registrados por los diarios, de haitianos participando en acciones de delincuencia y criminalidad. La violencia con que cometen asesinatos evoca su pasado africano ligado al salvajismo y la barbarie.

Los haitianos indocumentados en el país deberían ser repatriados. Es un derecho que tiene este país como Estado soberano, sin dejarse chantajear por los pro-haitianos, enceguecidos fanáticos, quienes piensan que los haitianos deben de gozar de mayores privilegios que los quisqueyanos. Esta acción debe hacerse en silencio y sin ninguna propaganda.

Los haitianos no están sólo en actividades agropecuarias y de construcción, como sucedió durante años, sino también en el servicio doméstico, en la venta de frutas, alimentos, en seguridad, recogida de basura…

La imagen más deprimente son las madres, con niños a cuestas, mendigando en las calles de Santo Domingo y otras ciudades. Se abalanzan a los vehículos y algunas almas caritativas les dan unos pesos. Se trata de una tolerancia repudiable de las autoridades.

En los hospitales de la frontera, la mayor parte del presupuesto se gasta en atención a los haitianos, sobre todo de madres parturientas. Los dominicanos no pagamos impuestos para eso.

La población haitiana, por ser una masa humana tan huidiza, debe acercarse al millón. El peso que tiene esa población en demanda de servicios es digno de un estudio profundo y ponderado.

Si esa migración haitiana no se detiene, el futuro del país está en peligro, pues los descendientes directos de los «mañeses» podrían decidir elecciones, controlar las Fuerzas Armadas y la Policía, y moldear la opinión pública a su favor. ¡Pobre del país si todo sigue igual!

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