Los empresarios del transporte urbano que prestan un servicio desacreditado por sus deficiencias y horrores de incumplimientos a las leyes de tránsito y a los ciudadanos que maltratan, tendrán que aceptar que ya su carnaval está pasando. Que el Metro (controversial y probablemente de alto costo para el contribuyente) ha traído, de todos modos, el exquisito prolegómeno de la movilización masiva y barata de gente criolla que al fin se beneficia de una modernidad capaz de conducirla poco a poco a mejores tiempos. Faltaría bastante, en diversos aspectos, para la plenitud del bienestar. Pero ya está en pie un comienzo promisorio.
No hay dudas. El desorden de gua- güitas vergonzosas y atropellantes y de flotas de carros destartalados dirigidas por líderes gremiales -de pies de barro y mala facha- y una constante vocación para la guerrilla callejera por rutas, ha sido gran negocio para unos pocos. Gracias, más que nada, a la generosidad demagógica de los gobiernos que los han nutrido (como quien da comida a una boa) con diversos recursos públicos, incluyendo exoneraciones para mantenerlos en un disfrute que supuestamente garantiza que el país esté libre de huelgas malditas y de crisis citadinas que se esgrimirían contra el poder. De alguna manera el choferismo público tendrá que adaptarse a los tiempos. Habrá obreros del volante que servirían para rutas alimentadoras pero eso estaría por verse.
Cruz Jiminián es del pueblo
Independientemente de lo que una parte de los opinantes de una encuesta quiera suponer sobre el posible futuro del honorable, generoso y consagrado médico de causas sociales de nombre Félix Antonio Cruz Jiminián, los hechos no mentirían cuando se escriba, en tiempo cercano o lejano, la historia de la filantropía dominicana vinculada a la medicina. Su nombre tendrá que aparecer al lado de los de otras cumbres del altruismo que también estuvieron al lado de los necesitados.
Sobre la calidad humana y vocación de servicio de Cruz Jiminián no puede haber dudas. Ningún dardo de interpretación interesada le haría mella. Treinta años abriéndoles los brazos a los humildes desesperados que han buscado atención hospitalaria hablan en su favor. Por aclamación popular, ese hombre de bien que salva vidas sin facturarle a la sociedad merece un elevado sitial en la conciencia ciudadana.