Una tarde del mes de diciembre del año 1968 me encontraba en un restaurante bajando un litro de ron criollo con un amigo, cuando llegó un hombre cuya estatura no lo llevó a la condición de enano por escasas pulgadas.
Después de prodigarle un saludo efusivo a mi acompañante, el personaje de la escasez anatómica se posó en nuestra mesa sin pedir permiso.
Con varias palmadas de sus manitas pidió al camarero que le trajera un vasito, y cumplida la orden se bombeó un par de tragos, a los que siguió un resoplido de placer proveniente de unos labios que casi calificaban para bembe.
De inmediato, el confianzudo personaje comenzó a hablar sobre sus conquistas amorosas,
-Así como me ven, chiquitico y feíto, he tenido más mujeres que la inmensa mayoría de los hombres altos y buenos mozos, y en esa lista de féminas figuran desde prostitutas de cortina, hasta millonarias pertenecientes a la alta sociedad. Entre estas últimas hay una cuyo marido tiene más dinero que ella, lo que es mucho decir. Entre sus propiedades puedo citar una finca con tantas tareas, que no podría calcularlas ningún topógrafo.
Cuando mi amigo preguntó cuál era el nombre de la ricachona, el presunto tenorio dijo que la discreción era una de las cualidades que más apreciaban las féminas en los hombres.
Afirmó que en el campo de las bellas artes sus conquistas incluían cantantes líricas y del género popular, ballerinas, pintoras, y actrices teatrales y cinematográficas.
A otra pregunta sobre las identidades de sus levantes, esta vez formulada por mí, manifestó que si en el país se celebraba un concurso entre hombres discretos en asuntos donjuanescos, de seguro que él ocuparía uno de los primeros lugares.
La incontenible locuacidad autocóbica del personaje finalizó cuando pedí al mozo la cuenta, ya que con el pretexto de que estaba retrasado para su cita con una destacada deportista, se marchó con velocidad de atleta de campo y pista.
Aunque disgustado porque el liliputiense individuo había evadido su correspondiente aporte metálico, disimulé, y me limité a preguntarle a mi tercio romil si eran verídicas las aventuras amorosas del lambe tragos.
– Claro que sí, pero lo que es verdadero es su excesiva discreción, ya que ninguna de sus mujeres se enteraron de que vivieron romances con él.