Los seres humanos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hemos adoptado un estándar de consumo inimaginable para las cerca de mil generaciones transcurridas desde la aparición del Homo sapiens sapiens. Este acceso al híper-consumo por parte de, al menos, cientos de millones de personas ha traído consecuencias tremendas en los campos ambiental, social, económico y cultural.
Este último aspecto es fundamental para que pueda producirse el necesario ajuste en nuestras insostenibles expectativas de consumo. El reto cultural demanda desmontar consumos y decisiones que siempre fueron de naturaleza extraordinaria y que el frenesí del híper-consumo convirtió, en nuestras mentes, en ordinarias. El ajuste, por tanto, debe ser masivo, y tocar tanto lo cuantitativo como lo cualitativo.
En otras palabras, toca reconciliarnos con lo ordinario; pues es allí – en la cobertura sostenida de las necesidades y los riesgos básicos – donde reside el bienestar.
Para desenredar la maraña que hemos creado mezclando consumos ordinarios con decisiones que debieran ser extraordinarias es muy útil dedicar un periodo de tiempo a la observación de nuestro movimiento financiero.
Conocer nuestro costo básico recurrente es el paso más importante de nuestra estrategia financiera, pues este representa el tamaño del riesgo de nuestro bienestar. Saberlo permite, además, aislar lo ordinario de lo extraordinario, de forma que podamos proteger el primero y dosificar el segundo, reduciendo tensiones innecesarias en nuestro flujo de caja.