EL DISCURSO ONTOLÓGICO SOBRE EL DOMINICANO Y EL GIRO EPISTÉMICO DE JUAN BOSCH

EL DISCURSO ONTOLÓGICO SOBRE EL DOMINICANO Y EL GIRO EPISTÉMICO DE JUAN BOSCH

Portada de Coloquios.

En rigor, no existe un único discurso sobre el ser del dominicano. Las caracterizaciones etnológicas fueron muy diversas. Desde el siglo XVIII, podemos encontrar una variedad de miradas que buscan aprehender a ese sujeto colectivo que se denomina dominicano.

Basta leer a Louis-Élie Moreau de Saint-Méry, “Description topographique, physique, civile, politique et historique de la partie française de l’Isle Saint-Domingue”, tomo II, [1789], para encontrar un relato de ese ser perdido en este piélago, un africano y un poco español, que se ve a sí mismo como parte de una tradición hispánica. Hombre que es nostálgico de un pasado de gloria que se deshace en los infolios de una historia poco comprendida.

Las distintas miradas al dominicano las resume Fernando Sánchez Martínez en su libro “Psicología del pueblo dominicano” (2001), como si el colectivo pudiera enmarcarse en un solo aliento espiritual, en el que la conducta o todas prácticas humanas pudieran definir una esencia. Debemos postular, de inicio, que la dominicanidad es un conjunto de características que no pueden ser resumidas en unas cuantas imágenes. Por el contrario, la mirada al dominicano ha sido esencialista, y en la que ha tenido poco espacio la expresión de su diversidad.


Retomo la imagen de Moreau de Saint-Méry quien, interesado en la existencia en nuestra catedral de los restos de Colón, se detuvo a discurrir sobre la mirada del dominicano. No es entonces el etnólogo que mira su objeto de estudio, sino, por el contrario, es el estudiado quien mira al etnólogo. Le inquieta a Moreau la atención y la fijeza con que el dominicano le mira. Y inscribe en su crónica la forma en que el dominicano ve al otro.

Era el francés una otredad en un contexto en que la isla llevaba casi dos siglos de abandono, sin un comercio que le permitiera salir de la modorra. Estaba perdida en el mar, fuera del sistema de flota y más cerca del infierno que de España.

Ese juego de mirada en que el dominicano observa al visitante que lo caracteriza como el ser más adaptado al extranjero. Esa complicidad con el otro, que no parece siempre, sino en esta tierra, donde la gente apenas cultiva. Gente de a pie, de andullo en la boca, gallos los domingos, de alpargatas rotas y que come carne cecina. Sin que ningún rasgo de la modernidad le toque. El dominicano no articula un discurso, sino una acción. Más bien se acerca al espejo del otro.

Moreau De Saint-Méry ve en el protodominicano algo de arrogancia. No puedo explicármelo. Creo que es por esa mezcla de cercanía y distanciamiento en que se encuentra un blanco nacido en el Caribe (un beké, como le llaman en Martinica), frente a un mulato que le es un poco fronterizo racialmente. No me voy a extender sobre esta mirada esencialista que subrayan las opiniones del francés. Si tomamos en cuenta que su discurso es epocal, podríamos pensar que tal vez no tenga mucho que ver con el dominicano de hoy.

Los discursos de la etnología dieciochesca se han repetido hasta la saciedad en la ensayística culturalista de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Lo que quiero enfocar es en una suerte de giro en esa mirada, que va más allá de lo que también postularon sobre la dominicanidad psiquiatras como Fernando Sánchez Martínez y Antonio Zaglul (2011). Es el planteamiento de Juan Bosch sobre la dominicanidad.

Contrario a José Ramón López de “La alimentación y las razas”, Bosch busca una forma positiva de ver al dominicano. Su poética se centra en ver aquellos valores extraordinarios y universales del campesino. Así como la forma desalmada de sus amos. Sus creencias y sus deseos de sobrevivir ante la adversidad. En Bosch no existe la caricatura.

Él perfila en sus personajes la condición humana sin deformar a favor de una ideología o de una mirada reduccionista las acciones en que se desenvuelven los actores en los dramas que configura.

Sin embargo, cuando postula ideas generales sobre los dominicanos, lo hace desde una construcción política que muestra que la psicología del dominicano está dada debido a sus relaciones sociales, en las que no caben las esencias; o, por lo menos, éstas no son determinantes. Pongamos algunos ejemplos: en su ensayo “Póker de espanto en el Caribe” escrito en 1955 y publicado en 1988, debido a que se perdió en varias ocasiones, dice que la “deformación moral” de los dominicanos es consecuencia de las acciones de los tiranos.

Que la conducta y el carácter están determinados por un sistema de dominio y terror sobre los sujetos. Ahí puede encajar la afirmación de Antonio Zagul de que el dominicano es chivo, esquizofrénico o de que cree que a su alrededor existe alguien que quiere hacerle daño y actúa en consecuencia. Dice el autor de “Apuntes”: “aunque la esquizofrenia paranoide es la más frecuente en todo el mundo, el porcentaje en Nigua y en el 28, en función de estadísticas, asomaba de dos a tres veces más en nuestro país que en ningún otro. Dato perfectamente comprobado por un grupo de mis discípulos” (Blanco Díaz, ed. “Obras selectas”, tomo 1, pág. 219-220).

En ese libro, Bosch da una clara respuesta a las acciones del trujillismo de usar la vida personal de la gente como una forma de dominio político. También es una respuesta silenciosa a la campaña de descrédito lanzada por la dictadura contra su persona. Concluye que no hay que responderle con la misma moneda, la dictadura se ha difamado a sí misma.
Por otro lado, en un libro posterior, “Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplos” (1959), Bosch dedica un apartado a la psicología del dominicano.

He dicho en otro lugar que este texto está influido por la historiografía francesa que integra la psicología en la forma de analizar la formación social, de la que viene como es lógico el trabajo de Michel Foucault y también el de Gilles Deleuze y Guattari en “El Anti-Edipo: Capitalismo y esquizofrenia (1985). Bosch mezcla la historiografía, la etnología y la psicología para mostrar el comportamiento de las clases sociales. Y es ahí donde da el giro epistémico.

El autor de “El indio Manuel Sicuri” diseña un perfil psicológico de Trujillo, de sus orígenes y su carácter psicopático. Pero va más allá al describir la vieja sociedad rancia que él conoció en La Vega y que era el reducto, pienso yo, de la sociedad que se forma luego de las Devastaciones, si tomamos este punto como espacio de la memoria ya construido por la historiografía.

Cuando la clase propietaria se dio cuenta que ya no tenía más salida que dedicarse a su propia hacienda y olvidarse de la política metropolitana (Del Monte y Tejada, 1852). Ese encapsulamiento de las clases sociales fue producto de una colonia desdeñada por la Casa de Contratación de Sevilla y el sistema de flotas.

De esa misma formación social nos habla Federico García Godoy en “Rufinito: novela histórica”, (1909); esa clase que, finalmente, puede ser vista como la que nunca ha aceptado ningún cambio social y vive en el pasado de su propio abolengo. Pero el giro epistémico de Bosch sobre la dominicanidad va más allá. Sigue en una obra suya de poca fama y menos leída: “Dictadura con respaldo popular” (1969). A esta obra me referiré en otra entrega (continuará).

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