El discurso reeleccionista:
delirios y sofismas

El discurso reeleccionista:<BR>delirios y sofismas

REYNALDO R. ESPINAL
Nadie en su sano juicio puede negar que el actual Presidente de la República Dr. Leonel Fernández es un maestro de las argucias dialécticas, capaz, como pocos, de utilizar sus embrujos retóricos para defender sus ideas. Un breve repaso a su encendida defensa de la reelección así lo confirma.

Es el debate político, empero, el uso de las acrobacias argumentativas ha de hacerse con sumo cuidado, no sólo porque puede uno terminar como los sofistas que tanto despreciaba Sócrates- utilizando argumentos igualmente válidos para defender lo que antes atacaba- si no, aún más, por que carentes de fuerza demostrativa y consistencia histórica dichos argumentos pueden ser fácilmente refutables.

Uno de los argumentos del Presidente precandidato hacía alusión al hecho de que”…la reelección es consustancial al sistema democrático…”. Tal argumento es falso de por sí: en una democracia sana y robusta lo más normal es el traspaso del mando, el énfasis está en la transparencia y en los procedimientos, pero no en el carácter insustituible de gobernante alguno. Se promueve en ella el fortalecimiento de la institucionalidad, no el personalismo disfrazado. Si tal argumento fuera cierto habría que concluir que no hay democracia sin reelección- lo que constituye una olímpica falacia y una mutilación intencionada de la verdad. Habrá de recordar el Presidente como buen conocedor de la lógica formal que cuando la premisa es falsa, el argumento se corrompe.

Pero aún concediendo que la reelección fuera consubstancial a la democracia, tal afirmación no constituye ningún enjuiciamiento valorativo. De igual manera se puede decir que en una sociedad todos los días nacen niños o se perpetran crímenes. Dicho argumento lo encuentro muy similar al de aquellos que sostienen que la “reelección” es posible porque es legal, afirmación que no compromete a nadie y que no responde a la pregunta de si todo lo legal es ético o de si todo lo posible es provechoso.

Tal como sostenía el sabio de Aristóteles- en cuya “Retórica”- supongo habrá abrevado el Presidente para pulir sus herramientas dialécticas- las acciones han de juzgarse por sus resultados, por el bien que deparan. Y si ello es así hemos de concluir que la reelección en nuestro continente – y más específicamente en nuestro país- ha sido una de las prácticas políticas más perniciosas y deletéreas para la consolidación de nuestra institucionalidad. ¿Por qué esta vez tiene que ser diferente?

Otra de las justificaciones menos felices del precandidato Presidente, ha sido aquella de que en España, Estados Unidos o Francia la reelección es una práctica habitual con lo cual quiere decirse que no hay razones valederas para que entre nosotros no se acepte.

Otro argumento que no por manido es falso de raíz: ¿cómo puede establecerse una mediana comparación entre nuestra precaria institucionalidad y aquellas sociedades donde la democracia y el respeto a las leyes es parte del talante de sus ciudadanos y donde los arrebatos personalistas nunca estarían por encima del respeto a las normas instituidas? Pero de todos los argumentos reeleccionistas del Presidente precandidato el que más me ha hecho confirmarme en la importancia del estudio de la historia, ha sido aquel en que afirma ser depositario de una antorcha que entregará cuando haya cumplido su misión, pero que ese momento “…no ha llegado todavía…”. ¡Cómo se repite en nuestra historia política este falaz argumento! Su filiación con el discipulado Balaguerista no puede ser en este caso más asombroso.

Tantas mitomanías para defender lo históricamente indefendible a la luz de nuestra trayectoria institucional y política, no se explican si no apelando a una rama de la ciencias de la conducta que se conoce como psicología política, a la tesis de la “erótica del poder”, que defendió con tanta vehemencia en su momento Henry Kissinger cuando afirmó que el poder es “el más grande afrodisíaco”.

El gobernante que padece este síndrome comienza a creerse predestinado, a padecer delirios de grandeza y a considerar que sin su insustituible intervención vamos todos a la deriva, lo que por supuesto, es alimentado por los áulicos acríticos que le rinden pleitesía, algo, cabe decir, muy de agrado de los gobernantes que nunca son más felices- a decir de Don Fello Vidal- que sí sabía de los entresijos del poder- que “cuando le llevan chismes o le hablan de reelección”.

Cuando en 1931 la periodista Marta Lomar preguntó a Trujillo si aspiraba a reelegirse, éste se lo negó rotundamente y ante la insistencia de ésta en que quien tiene una obra por realizar ha de llevarla a término, la respuesta del tirano en ciernes no se hizo esperar: ¡Ya habrá alguien que pueda continuarla! Desde luego tuvimos que esperar 31 años para que llegara el relevo. ¡Y de qué forma!

Nada se gana apelando a la cordura ante un gobernante afectado por el “síndrome reeleccionista”. Y es preferible en tales casos guiarse por las normas que sugieren los especialistas de la conducta según la cual “los delirios no se rebaten”. ¿Cómo decirle a un individuo que él no es Napoleón cuando éste cree sinceramente que lo es?.

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