El dólar en la picota

<p>El dólar en la picota</p>

 FIDELIO DESPRADEL
En mis dos artículos anteriores he venido planteando que comparto el criterio de muchos autores acerca de que ha empezado la era de la decadencia y derrumbe del imperio americano. Y he agregado que esa decadencia está determinada, fundamentalmente, por el debilitamiento de los dos pilares sobre los que descansa la supremacía absoluta norteamericana: su poderío militar y el dólar como única moneda universal.

No tengo que insistir en que esa capacidad de la superpotencia norteamericana, de ser la única potencia del mundo, después del derrumbe de la URSS, capaz de “sostener dos guerras regionales simultáneamente” ha sido hecha añicos en Irak y Afganistán, aprisionando al coloso en la disyuntiva de “malo si me quedo y más malo si me voy”.

Ahora me quiero referir al inexorable declive del otro factor que determina la condición de única superpotencia de los EE.UU: Me refiero al grave debilitamiento de la moneda norteamericana, sostén y garante de su hegemonía financiera. El dólar se cae. ¡Se está derrumbando su reinado! Y ese descenso se inició, vaya paradoja, a comienzos del 2002, después de los atentados del 11 de septiembre y el inicio del despliegue militar yanqui en dos guerras regionales: Afganistán e Irak.

A partir de 1971, el dólar ya no era la moneda de aquella superpotencia económica en ascenso vertiginoso desde la II Guerra Mundial, cuando se firmaron los grandes acuerdos que normaron las relaciones entre las naciones de todo el mundo. Al tiempo que mantenía su reinado mundial, se fue convirtiendo en dinero-papel, en coincidencia con la declinación de la capacidad industrial, tecnológica y de gestión de los Estados Unidos, que para finales de los 70 y mediados de los 80, había perdido capacidad competitiva y cuya producción petrolera había entrado en declive. Japón y Alemania fueron superando a los EE.UU. en capacidad industrial, tecnológica y de gestión; la formidable y altamente competitiva maquinaria industrial norteamericana fue perdiendo fuerza y el ahorro interno declinó.

¿Qué indicadores evidencian estas aseveraciones?

Ante todo, el déficit comercial de los Estados Unidos, que pasó, de cifras más o menos modestas y manejables, en los 70, hasta superar los 750 millones en el 2006, año en que por cada dólar de exportación de bienes, los EE.UU. importaban dos.

Otro factor de deterioro es el saldo de los negocios de los EE.UU. en el exterior contra los beneficios extranjeros dentro de su territorio. En el pasado, este saldo, extremadamente favorable a los Estados Unidos, compensaba el déficit comercial. En el 2006, por primera vez en cien años, esa cifra fue negativa.

En cuanto al saldo de cuenta corriente, con que tanto jode el FMI a nuestras vapuleadas monedas, este creció de 140 mil millones en 1997 (nueve años atrás) a casi 900 mil millones en el 2006. Y con el déficit fiscal del gobierno pasó otro tanto: de tres mil millones de dólares en el 1970, a 430 mil millones en el 2005. Y en cuanto al ahorro interno, este pasó de una cifra cercana el 8% en las décadas de bonanza y crecimiento industrial, a cifras negativas en el 2005 y 2006.

O sea, con el abultamiento artificial de la bolsa de valores y la propaganda consumista del gobierno, los norteamericanos abandonaron su tendencia al ahorro. Comprar papeles en la bolsa se convirtió en el mecanismo para “invertir” los ahorros, y las familias norteamericanas de clase media invertían y gastaban todos los beneficios.

De esta forma, el consumo se mantenía creciendo y creciendo, de espalda a la declinación industrial, tecnológica y de gestión de la economía en su conjunto. Asimismo, desde la década de los 80 hasta hoy en día, los bancos centrales de las grandes economías del mundo, incluyendo en los últimos años a China, vienen invirtiendo en papeles de la bolsa y otros dólares-papeles, parte fundamental de sus dólares “sobrantes” (hijos del déficit comercial de los EE.UU).

De esta forma, EE.UU. ha venido cubriendo su déficit y su declinación, con el ahorro de las demás economías del mundo. En el día de hoy, casi tres mil millones de dólares diarios que fluyen desde China, Japón, Taiwán, Alemania, Francia, Inglaterra y demás bancos centrales e inversionistas de todo el mundo, sostienen la llamada locomotora norteamericana, que con su consumismo absurdo mantiene funcionando la economía de todos los países, mientras el dólar se debilita cada vez más.

¿Hasta cuándo soportará la economía mundial esta absurda ecuación? ¿Hasta cuándo los tenedores de papeles-dólares podrán seguir atesorando una moneda que cada día pierde parte de su valor? ¿Son sólo los EE.UU. los que podrían derrumbarse en caso de que se empiece a producir una “corrida” del dólar, y los grandes tenedores empiecen a inclinarse hacia otras monedas “fuertes” o hacia otras formas de riqueza? ¡Preguntas para la reflexión!

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