El docto, el ignorante y el sabio

El docto, el ignorante y el sabio

“En qué consiste la sabiduría, ¿cuál es la diferencia entre el ignorante, el hombre docto y el sabio? La pregunta la formuló repentinamente Sung-Mai a su maestro, mientras contemplaban ambos el cielo cuajado de estrellas en una noche de enero en la montaña.

– No es difícil satisfacer tu curiosidad, querido Sung-Mai, -dijo el asceta con un acento musical que acariciaba los oídos-: El ignorante, sin siquiera levantar la vista, afirma  que hay un millón de astros brillando en las alturas; mientras que el hombre docto los cuenta uno a uno sin dejarse amedrentar por el esfuerzo. Esa es la diferencia.

-Pero, ¿y el sabio? –insistió el joven aspirante. – Oh, es cierto, ya lo había olvidado: el sabio, hijo mío, no se entretiene con contarle los dientes al  que ríe… la sonrisa le basta. Mirar con regocijo las estrellas es más que suficiente para él”. Este enjundioso fragmento, es de la autoría de León David, en su obra “El Hombre que Descubrió la Verdad” (editorial Santuario), asistimos a su  puesta en circulación  en Cuesta del Libro.

Apreciamos en lo leído, la descripción de lo que son esas tres categorías del pensar humano. Para la filosofía es menos difícil el aserto de cada uno, máxime si se tiene conexión con lo que el autor llama “Metafísica del Extremo Oriente”. Los que somos neurólogos organicistas, y  especialmente cuando nos corresponde valorar la personalidad, tratando de unificar ciencia y unidad biológica, nos enfrentamos a una dificultad, pues el individuo, cualquiera que sea la opinión que tengamos, es una dualidad de procesos mentales y corporales.

La inteligencia está ligada de manera indisoluble a la personalidad, al igual que el lograr sabiduría, ambas tienen como asiento principal el sistema nervioso central –cerebro-, donde coinciden el caudal hereditario, conjugado a un sistema neuroregulador y los estímulos del aprendizaje, que es una compleja mezcla de elementos enmarañados. No hay, una definición de inteligencia, que logre abarcar todos los aspectos del saber y de la conducta humana. Es difícil definir la inteligencia, pero como definición de trabajo aceptaremos que es: el potencial innato que hay en una persona para realizar juicios apropiados, aprovecharse de la experiencia y afrontar adecuadamente nuevos problemas y condiciones de vida.

Es innegable que hay cosas que diferencian al idiota del genio, pero sabiduría es algo superior, necesita de sensatez, comedimiento aplicado a esa inteligencia, y quiérase o no son los años los que más ayudan a lograr esa etapa de “hombre sabio”. No creo, que un joven genio pueda tener tanta sabiduría como una persona madura e inteligente. La inteligencia, está demostrado puede aumentar con los años, es una condición relativamente constante, pero no completamente. Hay estudios en niños, que aumentaron o disminuyeron su  cociente intelectual. Los que ganaron en inteligencia, resultaron ser niños que representaban un conjunto de rasgos de personalidad: independencia, espíritu de iniciativa, disposición de superación. Este conjunto  originaba buenos resultados. Los niños con las cualidades opuestas perdieron puntuación.

La inteligencia, no está determinada exclusivamente por la estructura del tejido nervioso, también motivaciones y temperamentos pueden alteran su expresión. Sabemos que hay variantes de la inteligencia, desde lo emocional, lo social a lo espacial. Para mí –sabiduría- es la combinación del hombre juicioso con cualidades conspicuas, como: inteligencia, experiencia, prudencia, justeza y mansedumbre.

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