El doctor Balaguer

El doctor Balaguer

Le recordamos cómo el joven y apacible profesor de voz queda, y en ocasiones apenas audible, que en el año lectivo 1944-1945 tenía a su cargo las cátedras de la «Historia Universal de la Cultura», y de la «Literatura Dominicana», en la Facultad de Filosofía de la entonces Universidad de Santo Domingo.

Tolerante, magnánimo, solía recomendarnos la lectura de determinadas obras literarias, e inclusive, solía regalarnos los libros de su autoría. Conservamos en nuestra modesta biblioteca, la titulada «Los Próceres Escritores», generosamente dedicado. Nosotros, jovencísimo, intentábamos incursionar en la creación poética, y de entonces datan aquellos lamentables versos iniciativos, que cerraban con la exclamación «Oh América García, quien pudiese ser tu Cristóbal Colón».

Su exilio diplomático -Colombia, Honduras, México-, nos separó durante aproximadamente diez años. Pero nos reencontramos el año 1956, él designado Secretario de Estado de la Presidencia, y nosotros adscrito a la oficina particular del Generalísimo, dirigida por don R. Emilio Jiménez. Cuando Trujillo vacacionaba en sus posesiones rurales de San Cristóbal, nos invitaba a su despacho, ofreciéndonos la oportunidad de compartir con el entonces director de Prensa del Palacio Nacional, el colombiano J. Osorio Lizarado.

El escritor Osorio Lizarazo escribió varios de los folletos puestos a circular en el extranjero, en agudas criticas contra los más conspicuos adversarios de la dictadura. Y fue el autor del libro titulado «Fundamentos y Política de un Régimen», firmado por Trujillo, y traducido a los idiomas inglés, francés y portugués.

Ocasionalmente, nos invitaba a conversar solos, mientras recorríamos los pasillos interiores del Palacio Nacional. Se le espiaba, sobre todo, luego de que asumiese la vicepresidencia de la República. Teníamos la sospecha de que Johny Abbes, quien le adversaba, hubiese instalado micrófonos ocultos en su despacho.

En una ocasión tras ser informado por nosotros, del asesinato de un periodista apellidado del Rosario, nos exclamó: «La sangre nos va a ahogar». Lo que repitió luego, refiriéndose al asesinato de las hermanas Mirabal.

Era entonces, el único invitado permanente a los almuerzos de Trujillo en el tercer piso del Palacio Nacional, pero cada vez se mostraba más cauteloso, bajo la suposición, de que era una especie de preso de confianza de un Trujillo, ya en la etapa demencial del último tramo de la dictadura. Era además, un solitario, que se abstenía de participar en los actos protocolares, y hasta había limitado las visitas de particulares, considerándose el principal destinatario de las intrigas palaciegas de entonces.

Una tarde nos invitó a su despacho, para anunciarnos a viva voz, que el Generalísimo nos había trasladado para la Secretaria de Estado de Trabajo. Intentamos que se revocase el nombramiento, pero nos dijo: «es una orden superior y vete tranquilo, no vuelvas por aquí, ni me llames por teléfono». Luego supimos que nos había protegido contra la perversidad de un entonces influyente funcionario, con libre acceso al despacho del Generalísimo.

Tras enterarnos de la muerte de Trujillo, el día 2 de junio del 1961 retornamos al Palacio Nacional, para integrarnos al reducido grupo de colaboradores de los que disponía, en una atmósfera de recelos y desconfianza generalizada. La huelga patronal del mes de noviembre, la provocación a las Fuerzas Armadas que dio lugar a los trágicos acontecimientos del parque Independencia, su renuncia a la Presidencia de la República, y su posterior asilamiento en la Nunciatura, para protegerse físicamente de las turbas callejeras que le eran enviadas por determinados miembros del Consejo de Estado, que le acusaban de ser corresponsable de los crímenes de Trujillo, nos comprometieron aún más con su amistad.

¿Estaba enterado el Doctor Balaguer, de los planes elaborados para eliminar físicamente al Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva?, como se insinuó maliciosamente, luego del magnicidio? No lo sabemos. Pedro sí podemos testimoniar, porque estuvimos presente, que el panegírico leído en San Cristóbal, el día 2 de Junio, fue dictado la noche anterior, en una evidente demostración de congoja.

El día 30 de marzo del 1962, viajamos a Nueva York, para acompañarle en el exilio, en la etapa en que, con las simpatías de Washington, la Unión Cívica Nacional, demandada para él una condena de treinta años de prisión, acusado de haber malversado los fondos del Partido Dominicano, y de haber sido el autor intelectual de varios de los crímenes de Trujillo. Estaba espiado por el FBI, y todo los sábados debía reportarse ante las autoridades de Migración. Entonces ocupaba las horas de las mañanas, tecleando inhabilmente en una maquinilla portátil, los mensajes, luego publicados en el libro titulado «Dé la Sangre de Mayo a la sangre de Abril». Favorecido por su recomendación, el director del «Diario de Nueva York», señor Stanley Ross, nos contrató para la columna editorial de ese periódico. En esos días, nunca vimos en Nueva York, a quienes, ya él, en la Presidencia de la República, denunciase como los trescientos millonarios de «los doce años», menos aún, a los que en la actualidad disputan entre sí, su intransferible liderazgo político.

Tras su triunfo electoral del 16 de mayo del 1966, tuvimos el privilegio de pertenecer al reducido grupo de sus más cercanos colaboradores. Y, como consta en la prensa de aquella época, fuimos el ideólogo de las sucesivas reelecciones de los años 1970, 1974 y 1978, bajo la consigna de «Balaguer es la Paz».

Luego de la derrota electoral del 1978, entendimos que su indefención visual le obligaría como nos lo dijo en varias ocasiones, a dedicar a la literatura los restantes años de su vida. Lamentablemente cedió a las presiones de quienes estimularon su lujuria del poder, para convertir el Palacio Nacional, en los últimos diez años de su ejercicio presidencial, en una alcantarilla de inmundicias. Su ancianidad fue irrespetada, y de entonces datan los escándalos de la Aduana, de Inespre, la etapa de la Hydro Quebec, la venta de los consulados privilegiadamente rentados, la fabricación de estufas supuestamente para preservar la foresta, la malversación de los millones de dólares invertidos para normalizar el servicio de la Corporación de Electricidad, el desmembramiento de la Corporación de Empresas Estatales, y una innumerable secuencia de ete, todos confirmativos de la cuestionable moral de sus colaboradores.

Los diez artículos periodísticos publicados bajo el título genérico de «Cartas al Presidente», con el propósito de prevenirle, cayeron en el vacío, porque fueron bloqueados por los mercaderes, de quienes dependía su invalidez visual.

Falleció hace ahora dos años, y su liderazgo político es disputado por unos cuantos venduteros en alpargatas, y otros tantos genuflexos ante el altar del poder. Para él pudieron ser escritos los versos de Gustavo A. Bécquer: «¡Qué tristes y qué solos se quedan los muertos!».

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