El doctor Delgado, filántropo

El doctor Delgado, filántropo

GUSTAVO GUERRERO
Escasean los verdaderos filántropos en la República Dominicana. Los que aparecen como tal, no lo son en realidad. Su aparente desprendimiento se origina en hábiles maniobras para formarse una imagen que les permita emprender fabulosos negocios, donde los millones en dólares entran en sus cajas fuertes y cuentas bancarias con asombrosa facilidad.

Ya no se puede encontrar a un Padre Billini, sacerdote de bondad extraordinaria que pasó su vía sembrando el bien a manos llenas. El bien de la consolación y el que es también muy importante y decisivo: el de socorrer económicamente a los más necesitados.

Porque si bien lo observamos, el apoyo moral es determinativo en la mayoría de las circunstancias por las que atraviesa el hombre en este mundo, pero también es muy importante, para la tranquilidad del ser humano y su familia, tener resueltos los graves problemas fundamentales de alimentación, vestido, educación y momentos recreativos necesarios, para una vida donde asome la sonrisa y la satisfacción interior. Y todo esto se logra con el dinero.

Ya es muy difícil encontrar a un médico alejado del interés pecuniario. Que brinde gratuitamente su saber acumulado y hasta proporcione medicinas a los pobres que no alcanzan a solucionar los problemas de enfermedades tan frecuentes en su existencia.

El 9 de julio del año 1894 falleció en esta ciudad de Santo Domingo el ilustre galeno Pedro Antonio Delgado Sánchez, uno de los médicos más connotados que ha tenido nuestro país y por el reconocimiento a su gran labor realizada a una de nuestras principales calles se le denominó con el nombre de Doctor Delgado.

Este sí que era un verdadero filántropo. Ejerció la medicina durante largos años ofreciendo sus conocimientos científicos sin fines especulativos y, además, a quienes lo requerían les regalaba las medicinas proporcionándoselas de una botica de su propiedad que llevaba el nombre de San José.

Desde luego esta actitud tan benevolente, tan amplia, ejercida durante más de medio siglo, le llevó a la pobreza y murió sin dejar bienes de fortuna a su familia.

Se cuenta que aún en la situación económica difícil en que se encontraba, nunca se arrepintió de su apostolado y se le veía sonriente en tan precaria situación.

Hombres de esta reciedumbre y alta calidad son muy difíciles en la época que vivimos, salpicada de vulgar materialismo, perseguidor, solamente, de una de las condiciones que facilitan el bienestar de la existencia: el dinero.

Pero no todos los médicos de la actualidad están cortados con la misma tijera. Los hay de condiciones excepcionales, con un calor humano extraordinario que hacen llegar a sus pacientes un verdadero aliento para seguir viviendo largos años. Además, fijan un moderado cobro por sus servicios profesionales. Para muestra basta recordar los doctores Diógenes Bergés, Charles Dumlop y a la doctora Fermín a quienes les debo, después de Dios, haberme salvado de padecimientos graves que si no hubiere sido por ellos hoy estaría en el mundo del que nunca se regresa.

Si los que tienen extensas cuentas bancarias en dólares que marcan cifras de millones y millones, frenaran su afán de enriquecerse más y más y decidieran con un verdadero sentido humano, utilizar parte de su fortuna para favorecer a los tantos necesitados que marchan por el mundo en busca de consuelo, otra sería la situación social de nuestro abatido terruño.

Pero, para tristeza y dolor, los auténticos filántropos han desaparecido del escenario nacional. En cambio, los misántropos proliferan escandalosamente…

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