El dólar bajó ¿y qué?

El dólar bajó ¿y qué?

ÁNGELA PEÑA
La esperanza de este pueblo tolerante y sufrido estaba cifrada en que bajara la prima del dólar. Porque la incontrolable subida de todo lo consumido y lo servido era, supuestamente, la causa de todas las desgracias padecidas hasta el pasado 16 de agosto.

Se disparó el pago de los alquileres de viviendas. El precio de la gasolina y del gas propano subía desmesuradamente cada semana. A los medicamentos no había quien les entrara el pico. El pasaje del transporte al interior y el del concho local se elevaron por las nubes.

Los hospitales públicos se convirtieron en reliquia donde el paciente iba a admirar el atraso y asustarse con el paseo libre de cucarachas y ratones porque de nada importaba que hubiera médicos si no contaban siquiera con un algodoncito para limpiar la sangre o con un lírico esparadrapo para cubrir heridas debido a que estos materiales se compraban presuntamente en dólares.

El criollo que no estaba pegado en el poder se volvió abstemio, antisocial, austero. Las bebidas alcohólicas, el menú de los restaurantes, los derechos de admisión para fiestas, las giras a las playas eran lujos que debió suprimir por los altos costos de servicios y consumo. El precio de todo se elevó. El discurso del abuso se justificaba en una sola razón: “el dólar sigue subiendo”. Y hasta lo que no se importaba ni requería materia prima adquirida con divisas fue objeto de la extralimitación en un país que vive como chivo sin ley. Especuladores sin sancionar subieron hasta el valor de improvisados parqueos rústicos. Y hasta un corte de cabello multiplicó su precio.

La etiqueta de ropas y calzados trajo su inscripción en “US$”. Supermercados, clínicas, farmacias, salones de belleza, talleres de mecánica, carnicerías, hoteles, centros de estudios de todos los niveles se la pusieron dura y difícil hasta a los más pudientes con sus tasas y cuotas cada día más arriba, mucho más, debidas al encarecimiento de la moneda americana, que llegó a encumbrarse a insospechada altura.

Después del 16 de agosto el dólar ha descendido a niveles increíbles, tan bajos y de forma tan rauda y veloz que su caída parece obra de magia. Pero casi ningún producto ha vuelto a su nivel en cuanto al precio. Muchos se preguntaron, al leer en cierta prensa la información de un supuesto descenso en el precio de algunos alimentos: ¿Dónde los venden?

Casi todo sigue por lo alto. La soberanía se mantiene en juego porque la mayoría de los establecimientos negocian en dólares o su equivalente en pesos, incluidos artículos tan imprescindibles para la vida como la medicina, el agua de beber, la comida, la atención a los enfermos en centros de salud públicos y privados.

¿De qué ha valido, entonces, que bajara el dólar? ¿Faltará mucho para que la tan cacareada “estabilidad cambiaria” retorne al dominicano la tranquilidad perdida por los aun presentes altos costos? Mientras tanto, aquí lo que sigue en baja es la posibilidad de comprar. La visita al supermercado es todavía un impedimento, un riesgo para el corazón. La cultura de las tres comidas es aún una utopía. Dirán que el tiempo transcurrido después de aquella insoportable pesadilla es muy breve. Pero ahora sólo hablamos de la cotización del dólar, que ya bajó, por lo tanto, todo lo que subió por esa causa debería estar en su posición anterior. Si es que el problema de la carestía, en realidad, era “la indetenible carrera alcista de la prima”, como se argumentaba.

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