Aquí se confunde escasez con exceso de demanda de dólar. Banqueros con muchos años en el negocio mezclan una cosa con la otra. Ocurrió la semana pasada, debieron descartar la escasez, el Gobernador del Banco Central reportó que entraron US$24,300 millones en 2016, y no se conocen informaciones dando cuenta de interrupción en el flujo.
Divisas, agrego yo, que tuvieron tres usos. Uno, financiar importaciones de bienes y servicios; dos, acumular reservas internacionales netas, alcanzaron un máximo histórico de US$6,046.7 millones. Y tres, intervenir el mercado para cortar especulación y normalizar la volatilidad del tipo de cambio, sin alterar su tendencia.
Lo que se produjo fue un exceso de demanda de dólares, frecuente desde que se anunció el fin de la política monetaria expansionista en Estados Unidos en mayo de 2013. Generó expectativas depreciatorias en América Latina, y responsable, desde que se hundió en 2011, de que el dólar alcanzara su mayor precio en los últimos tres años, impulsado por la inflación, promedió apenas 1.19%.
La semana pasada, con la información de que el dólar seguía avanzando en el mercado internacional, principalmente nuestros mayores compradores de dólares, como acostumbran hacerlo, adelantaron compras y aumentaron volumen, no obstante nuestra inflación parecerse a la de Estados Unidos. Promedió 1.87% de 2014 a 2016, y la devaluación de la tasa de cambio no muy distante, como dice la teoría, del diferencial inflacionario.
La revalorización del dólar presenta dos caras. Por un lado, redujo la factura importaciones, anualmente un 0.33% de 2013 a 2016. Lo mismo sucedió con el déficit en cuenta corriente con relación al PIB, había promediado -7.11% de 2010 a 2012, cayendo a -2.73% de 2013 a 2016 y a -1.5% el pasado año. Para el turismo ha sido una bendición, la cantidad de visitantes ha estado en aumento, también para las remesas y exportar bienes y servicios.
Por otro lado, un peligro para otros componentes (préstamos e inversiones) del flujo neto de capitales externos. Encarece el endeudamiento en dólares, y nos obliga a garantizar rendimientos relativamente buenos para retener y atraer capitales en externos. Además, como Trump, sin plan económico coherente, intenta imitar la presidencia de Ronald Reagan que fortaleció el dólar en la década de los ochenta, implica que se debe continuar con la política de acumular reservas internacionales netas, para estar en condiciones de pagar un mayor costo cuidando la estabilidad de nuestra moneda.
En las últimas semanas esta columna ha estado recordando el efecto desestabilizador del alza del dólar en nuestra economía durante la crisis de América Latina en los ochenta. Ahora decimos que somos de los países más expuestos, podría aflorar que desaprovechamos “el boom de capitales” para corregir desequilibrios e iniciar el proceso de desmonte gradual de la enorme deuda pública respecto al PIB.
Como todo apunta a que, durante la administración Trump, la fortaleza del billete verde seguirá siendo un quebradero de cabeza para América Latina, y nadie tiene un modelo para determinar con certidumbre la dirección del dólar, muchos son los factores que entran juego, no se sustenta la versión de escasez de dólares en el mercado interno, al menos que se evidencie reducción del flujo neto de capitales externos.