El dolor y el sufrimiento en la familia del drogadicto

El dolor y el sufrimiento en la familia del drogadicto

Julio Ravelo Astacio

Por Julio Ravelo Astacio

2/2 Dedico este artículo a toda la familia dominicana en ocasión de celebrarse en noviembre el Mes de la Familia.

El núcleo familiar es crisol donde se fraguan las conciencias, se estructuran los elementos sobre los cuales se aspira descanse esa estructura básica, pilar de la sociedad. Dicho esto, retomemos la conclusión del artículo del pasado sábado acerca del “Dolor y Sufrimiento en la familia del drogadicto”. Nadie, absolutamente nadie que no sea del estrecho círculo familiar o el psiquiatra que consulta a la familia (porque las más de las veces el descarriado se niega al tratamiento continuo), conoce de un dolor tan profundo, de un sufrimiento tan agobiante y una impotencia tan vasta como aquella que cae sobre los padres de un hijo drogadicto. Su impotencia les hace incluso a veces desear que ese hijo no hubiera nacido… es una verdadera desgracia para toda la familia. Pero la realidad es otra. Ese hijo existe y requiere que se continúen los esfuerzos. El drogadicto es una persona que pasa de un comportamiento neurótico a una conducta psicótica. Necesita ayuda y estamos obligados a continuar los esfuerzos por su rescate, la colaboración familiar, una orientación terapéutica adecuada junto a medidas de tipo social pueden ser convenientes para su reorientación.

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La familia tiene una importancia de primer orden en la rehabilitación de un adicto. Es elemento esencial para su recuperación. No debemos olvidar como repercute el adicto en la familia y viceversa. Pueden aparecer sentimientos de culpa: “no le dimos el cariño adecuado”, “su padre era muy duro con él”, “desde pequeño no le entendíamos”, “siempre fue distinto a sus hermanos”. Muchas veces uno de la familia tiende a desempeñar un papel de protector, incluso de facilitarle las cosas, llegan a pasarle dinero y ocultar la realidad de lo que está ocurriendo. En otras ocasiones lo miran con pena y compasión porque piensan que dándoles algunas prebendas las cosas podrían cambiar y apartarlo de las drogas.

Por otro lado, no podemos negar que algunos componentes del grupo familiar se puedan sentir avergonzados y tristes de estos esfuerzos, que al parecer no llevan a ninguna salida. La sensación de impotencia y desesperanza puede en ocasiones, envolver a todo el núcleo familiar.

Las distintas situaciones que a diario se viven pueden producir niveles de tensión emocional y estrés que conduzcan a la sensación de fracaso y desesperanza.

El consumo de drogas generalmente tiene importantes repercusiones sociales: aislamiento, abandono de los estudios, el trabajo, las actividades sociales, salvo aquellas que pueden llevarle a obtener la droga.

No podemos olvidar que, dada su personalidad la mayoría de los adictos tienen una baja autoestima, inmadurez emocional, inseguridad, que contribuye a que evite responsabilidades y compromisos. Por ello no parece importarle su cuidado personal: aseo, higiene, apariencia. Cambios en su conducta: grandes esfuerzos por prohibir a los familiares la entrada a su habitación o cambios radicales de conducta y en las relaciones con familiares y amigos.

Estamos en el deber, tenemos el compromiso de continuar vinculando esfuerzos y capacidades para enfrentar esta terrible amenaza que cualquier día puede tocar las puertas de nuestras familias. Insistir a nivel de escuelas y colegios, con la población más tierna y progresivamente más expuesta, en la educación que permita una toma de conciencia sobre el daño que estas sustancias producen. Esta es una de las herramientas más valiosas para evitar el consumo progresivo.

La familia debe estar atenta, tan pronto noten cambios que le hagan sospechar que el familiar está en el consumo de estas sustancias, procurar sin demora la ayuda de un profesional de la Salud Mental, para que, bajo sus orientaciones y el solidario apoyo familiar, gestione el rescate del adicto.

La sociedad como conjunto demanda un esfuerzo colectivo mayor sobre el particular.

No negamos la labor que se viene realizando. Ella ha tenido sus resultados positivos, pero las necesidades son mayores. Debemos en consecuencia, emprender actividades de una mayor dimensión.

No dejemos que el dolor y el sufrimiento nos lleven a la impotencia. Siempre podremos ayudar para que miles de nuestros jóvenes, conscientes de los riesgos les digan un rotundo “NO a las Drogas”.