El dominicano y el problema del yo

El dominicano y el problema del yo

“Yo estoy aquí, pero no soy yo”. Bachata

Propongo una conversación solitaria.
1. El dominicano asume un “nosotros” en la conversación coloquial. Y ese acto de habla nos lleva a preguntarnos: ¿por qué el dominicano abandona la expresión desde el yo y se refugia en un yo colectivo? ¿Será acaso porque esa apatía de sí implica un reconocerse en el otro? O ¿será una máscara, un disfraz donde puede existir cómodamente?
2. La historia nos presenta un catálogo del yo dominicano. De la construcción de la subjetividad y la conciencia del ser. La aspiración por el ser colectivo la inicia en nuestra historia José Núñez de Cáceres. Él abre el periodo largo (1821-1865) en el que el dominicano busca ascender a la conciencia del ser colectivo, como criollo que se siente distinto de lo hispánico o de lo haitiano. La expresión de esa individualidad del criollo frente al peninsular y el vecino, la busca de esa colectividad y el ascenso a la independencia política fue sumamente contradictoria en sus orígenes.
3. Desde el inicio del proceso de independencia como aspiración a una comunidad soñada, se puede notar la inexistencia del yo dominicano. Esto así, porque no se alcanza una subjetividad que la avale. El romanticismo apenas lanzaba sus primeros frutos, y no será hasta las décadas posteriores que el romántico se unirá en la construcción de discursos simbólicos en los que se intentará construir esa comunidad. Aunque iniciara por el reconocerse en una falsedad: nuestro pasado indígena. El indigenismo de Angulo Guridi era esa falsedad a la que el dominicano apelaba para construir una colectividad soñada desde el origen, ese era tal vez el único referente mayor al que se podía apelar para construir un pasado simbólico y ejemplar.
4. Duarte y la Trinitaria, Duarte y la Filantrópica, fueron la obra grandiosa; el segundo jalón en la construcción de una subjetividad dominicanista. Aquí se unen romanticismo y expresión política al deseo de una comunidad. Lo cierto es que esta nueva situación será la obra de un grupo minoritario. Para sus contemporáneos y grupo de soñadores: flilorios. Solo así la constancia y la determinación lo llevaron a fundar la idea de una nación dominicana, mientras la colectividad se mantenía en lo suyo y el poder postulaba un pragmatismo que lo mantenía en el abandono y el aislamiento. De ahí su teoría de la dependencia. Debemos ser dependientes porque somos débiles y pobres. También porque era más seguro que apostar a la comunidad soñada.
5. Al dominicano no le ha interesado, en sentido general, formar esa comunidad. Creo que como consecuencia de que no ha surgido él como un sujeto o actor social. Más bien es un ser folclórico que debe ‘morir’, en el sentido de Nietzsche. El dominicano se siente en el espacio como un ser entre las hojas, abandonado por España desde su origen criollo, abandonado por sí mismo por su apego a tradiciones e intereses.
6. La construcción de un Estado dominicano ha sido una falacia. Se ha intentado vivir una vida falsa. Todo lo que parece ser en lo social no es. Así el Estado no es Estado porque no es el producto de una comunidad política con vocación y proyectos colectivos. Es la realización de un conjunto de relaciones, donde emerge la individualidad sobre todo proyecto de todos. El romanticismo que se vistió de indigenismo trató de formar esa nación. Angulo Guridi y Nicolás Ureña de Mendoza son piedras angulares de la creación de una polis.
7. La historia de la República Dominicana está fundada en la lucha por la construcción de una nación o comunidad política. Esta aspiración ha sido abandonada y solo subyace en algunas mentes conscientes o letradas. No en actores verdaderos y de influencia decisiva en el accionar cotidiano, que es la política. Así, el arte pictórico es un desconocido para las grandes mayorías, las representaciones de lo dominicano apenas se promocionan; la literatura, en su origen es desconocida y poco publicada. Los libros fundamentales son desconocidos. El dominicano muestra poca preocupación por conocer y reflexionar sobre su pasado, y cuando lo hace se queda en la superficialidad o la repetición. Eso se lo debemos a la educación deformada que recibimos. El Estado no ha podido conseguir un sistema de educación que pueda construir la comunidad soñada y, cuando lo intenta, se queda en el antihaitianismo.
8. José Ramón López, ese controvertible y necesario pensador de la dominicanidad, nos presenta frente a la alimentación. Decía que el dominicano no se desayunaba, comía mal, pero cuando era invitado a una casa hacía lo contrario. Ahí está la máscara, pero también una visión del cuerpo y de lo social. Se puede estar en contra de López y rebatirlo como lo hizo Pedro Mir en “La historia del hambre en República Dominicana” y pensar que no hizo sociología. Pero nos dejó una reflexión sobre lo dominicano. Y su relación con la comida. Y es que el dominicano que López nos describe apenas trabaja la tierra. Es la República Dominica uno de los países que actualmente tiene más tierras sin cultivar y más gente sentada en los colmadones. Por el contrario, en “La paz en la República Dominicana”, López habla de lo laborioso que es el dominicano. Pero también muy dado a seguir caudillos. Y cómo ese individualismo no hace comunidad política. Los escritos de López, que hoy conocemos mejor que Pedro Mir, gracias a las publicaciones de Andrés Blanco Díaz, muestran la existencia folclórica del dominicano y los pocos atisbos de su ascenso a la condición de sujeto o actor.
9.Desde su positivismo, como López, Américo Lugo no se dejó engañar y desde muy temprano entiende que el dominicano no ha formado comunidad política, que no existe políticamente la nación dominicana. Y que las expresiones políticas que a diario formulamos están dentro de un individualismo que no abandona el proyecto colectivo. Pues el dominicano, entiendo yo, vive de espaldas a él. Así que el “nosotros” de la expresión coloquial es un antifaz. Y ahí reside su personalidad. La individualidad no es más que un interés personal que no se suma en la creación de una comunidad de intereses. Con la lucha por la salida de las tropas estadounidenses —en 1916-1924—, surge el cuarto gran movimiento que potencia la conformación de la colectividad soñada. Los planteamientos de Lugo y una minoría fueron barridos por el pragmatismo de Jacinto B. Peynado y con su acuerdo termina el proceso largo por la conformación de una comunidad política que iniciaran José Núñez de Cáceres y Juan Pablo Duarte.

10. Desde 1924 hasta el presente, la República no es más que una comunidad intervenida, tutelada. Todo parece que ha perdido su interés en formarse como comunidad política independiente. No bastan las acciones de los letrados y la construcción de una subjetividad en el arte y la literatura o las distintas apelaciones a la cultura popular. El dominicano sigue abandonado a su propio destino de comunidad soñada. Enmascara su individualidad y hace de lo colectivo su propiedad. Usa el Estado como su finca y en esto no hay diferencia entre un político o Chicho el que vende quinielas. La conciencia del ser colectivo no existe como acción política que potencie una República Dominicana soñada, distinta (continuará).

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