El dominicano y su entorno

El dominicano y su entorno

En el dominicano se dan las más sorprendentes facetas que ser humano pueda reunir: conversador, amistoso, astuto, creativo, trotamundo, aventurero, escudriñador, hospitalario, intruso.

La curiosidad del criollo se manifiesta en su interrelación con la familia, en el campo laboral y en el social. Todo quiere saberlo, al punto de caer a veces en terreno vedado.

Pienso que muchas de esas características les vienen al nativo de esta tierra desde sus orígenes, de sus costumbres y de las muchas vicisitudes que a lo largo de sus vidas arrastra.

No es mi intención, empero, entrar en un análisis exhaustivo, y mucho menos comparativo, sobre ese fenómeno sociológico.

El comentario viene a propósito del entusiasmo que despierta en muchos de nosotros cualquier novedad que ocurra en la media isla.

En estos días, la “moda” es acudir en trulla, en ‘caravaneo’ a una nueva tienda de decoraciones que ha abierto sus puertas en Santo Domingo.

Aunque vivo a escasas cuadras del referido establecimiento, no he sido testigo de primer orden del acontecimiento, pero me cuentan que las extensas filas que se forman, para entrar a la tienda, son de asombro.

Se recuerda que hace cerca de dos décadas, una franquicia de comida rápida inauguró su primer local en el Aeropuerto Las Américas. La gente acudió en masa, en romería, desde los más apartados barrios y urbanizaciones, con el propósito de ser de los primeros en degustar sus emparedados, no obstante recorrer largas distancias desde Santo Domingo y otras ciudades.

En ocasiones incurrimos en gastos superfluos, aunque al día siguiente nos pongamos las manos en la cabeza. Carritos del Súper se llenan de los productos más exóticos, aunque ignoremos con qué se cuece “eso” ni cuáles sus beneficios alimenticios.

Es que, “Así somos, y somos así”. Aunque a diario reprochemos los tapones, las carencias de agua y energía eléctrica y “el alto costo de la vida”.   

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