El dominio del pensamiento

El dominio del pensamiento

El Presidente Leonel Fernández ha vuelto a abordar la cuestión de la importancia del pensamiento político y, en esta ocasión, sus palabras vienen a aclarar lo que había señalado durante la pasada campaña electoral –y que en aquel entonces criticamos- al afirmar que “todas las grandes construcciones ideológicas, marxismo, socialdemocracia, democracia cristiana, tercera vía y conservadurismo hoy son ideas que están siendo cuestionadas y colocadas en el debate más profundo” (Manuel Jiménez, “Fernández reitera hay crisis pensamiento político y de conceptualización en el país”, Hoy, 15 de junio de 2008).

Dicho así esta vez sólo se puede concordar con el Presidente: es innegable la crisis de las ideologías, de las cosmovisiones políticas que han marcado todo el siglo XX. Crisis que, sin embargo, no nos debe conducir a abandonar la formación de los cuadros políticos, de la elite gobernante. Por ello no podía ser más apropiado el lugar donde Fernández aborda la cuestión: la inauguración por la Fuerza Nacional Progresista de la Escuela de Formación Política Presidente Ramón Cáceres –el gran olvidado de nuestra historia republicana y sin cuyo asesinato nos hubiésemos ahorrado los 30 años de Trujillo. Esta Escuela, conjuntamente con el Instituto José Francisco Peña Gómez y Funglode, viene a enriquecer el conjunto de instituciones dedicadas al pensamiento político y son una prueba más de que en nuestro país hay preocupación por la formación.

Pero hay otras afirmaciones del Presidente mucho más interesantes. Afirma Fernández que “el lenguaje es una herramienta del poder”, que el lenguaje se convierte en “el dominio de un concepto y el concepto es conocimiento”, “que los que van a gobernar y los que van a dominar son los que saben, son los que tienen un conocimiento y los que queden excluidos son los que no saben, los que no tienen el dominio del concepto”. Esto, que no es mero juego de palabras, parece ser una respuesta a Andrés L. Mateo. El espacio de esta columna no nos permite tomar posición sobre este asunto y solo nos cabe remitir al ensayo de Flavio Darío Espinal sobre Gramsci y Foucault para poder entender el papel del conocimiento en la construcción de una hegemonía.

Hay algo innegable en lo que señala el Presidente: el conocimiento es poder. Por eso, todo Estado democrático debe ser un “Estado democrático de la educación”, un Estado que enseña la virtud democrática, “la habilidad de deliberar y, por lo tanto, de participar en la reproducción social consciente” (Amy Gutmann). El Estado tiene que ser entonces un Estado Constitucional de Cultura, o, como diría nuestro Eugenio María de Hostos, “un Estado jurídico (…) destinado a realizar el derecho” de educación y cultura. Por eso, “!la escuela de la Constitución es la escuela!” (Peter Häberle).

Se debe resaltar, sin embargo, que un constitucionalismo beligerante, un constitucionalismo de la efectividad de las normas, un Derecho Constitucional de la pobreza, un Derecho de la Constitución dirigente, “solo puede construirse desde perspectivas utópicas al incorporar los dos aspectos básicos del pensamiento utópico: la crítica que implica a la situación presente y la propuesta transformadora” (Carlos de Cabo Martín).

El “pensamiento emergente” en el plano político-constitucional tiene que ser ciencia crítica para la transformación social o no es pensamiento.

El Presidente Fernández, en su mejor talante hostosiano-boschista, ha enfatizado la necesidad de “enseñar a la gente a pensar” y de que el político tenga un lenguaje claro y convincente. Esta verdad como un templo debe conducir a nuestras autoridades a la creación y puesta en funcionamiento de una Escuela Nacional de Administración que, alrededor de un consorcio universitario público-privado y acompañando las tareas de formación que despliegan la sociedad civil y los partidos, forme los altos cargos públicos y el funcionariado estatal. Así se dará un paso firme y definitivo en el proceso de  domesticación profesional y legal del Estado, sin el cual no es posible consolidar el Estado de Derecho en la República Dominicana.

Aunque el arte de la política no se enseña, como bien nos recuerda Isaiah Berlín, la ciencia de la administración de la cosa pública sí se aprende en las aulas. ¿Podremos hacer realidad esta utopía concreta y posible? La voluntad política tiene la última palabra.

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