El Dr. Abel González, eterno joven

El Dr. Abel González, eterno joven

Hace un mes que pasó a los planos celestiales el Dr. Abel González Massenet, pero hombres de su estatura no mueren, cambian de espacios, de mortales, se hacen eternos en la forma más compleja de cómo el hombre se hace imperecedero; en su progenie, con cinco hijos médicos, ahí está su inmortalidad. Ese  amigo perteneció a la generación de “Maestro de Maestros”. Creo que esos hombres superiores y, más en la medicina, son un fenómeno cósmico, son la síntesis del mundo y del hombre, un joven impenitente.

Como médico lo podremos admirar, a ese pozo de sabiduría y de humildad, y tratar tal vez de imitarlo en su humanidad; pero a todos nos faltará su inspiración angélica, su inteligencia penetrante, su poderosa voluntad de trabajo, practicó la medicina durante 71 años. Un mes antes de morir coincidimos en la “Dacha”,  casa veraniega del primo Enrique en las alturas de Cambita,  con su hija María Filomena, casada con  Rubén, donde  me encontré más que con el querido profesor, con el maestro, con el amigo, el eterno joven que fue en vida. Allí, de nuevo en las gratas sensaciones que dan las alturas, lo volví a disfrutar, a nutrirme de su sabiduría y conversamos de una experiencia común que vivimos y que deseo compartir con los amables lectores.

Hace unos años, el Dr. Abel González, junto a su gran amigo el Dr. Felipe Martínez y un grupo de amigos más jóvenes, subimos al pico Duarte, así como usted lo está leyendo, ya con casi 70 años en ese momento, doy fe pública de que nunca tuvimos que pararnos, ni alterar los planes previstos del viaje, por dolor o por inconformidad, o por quejas de este gran hombre, hizo lo mismo que nosotros, dormimos en casa de campaña y nos pasamos dos días a lomo de mula. Pero lo memorable de esa experiencia con el Dr. Abel González, fue cuando llegamos a la cima del pico.

Hay allí una explanada donde nos sentamos a su alrededor, con una sensación de estar cerca del cielo, pues las nubes nos circundaban y en esa mansedumbre casi paradisíaca, le pregunté al hombre sabio: profesor, qué sintió usted al ver a Trujillo muerto? sabemos que fue de los médicos que le tocó embalsamar el cadáver del perínclito, con su proverbial sabiduría me contestó, mira jovencito, como me decía: “por primera vez lo vi humano, oigan bien, las generaciones de ustedes no conocen el terror, luchen siempre porque períodos tan oscuros y penosos para el pueblo  no vuelvan jamás a repetirse en nuestro terruño”. En la oportunidad los más jóvenes presentes, entre otros el Dr. Pedro Pablo Paredes, el Dr. Rafael Guillén y el Ing. Jaime Valerio, le brindamos una reverencia.

Ejerció la medicina digna y éticamente, prominente urólogo, especialidad de la que fue por más de 30 años el pionero en el país. Así fue como lo conocí, estando yo cursando el Colegio  Universitario, hace algunos años. Acompañaba al abuelo materno Jesús María Ruiz, a visitarlo, quien padeció cáncer de próstata. En la primera visita me dice jovencito: ¨qué estudia usted¨, le dije que quería ser médico, en la oportunidad me señaló que para ser buen médico: “lo primero tener la vocación, segundo tener sentido de entrega y lo más importante consagrarse a ella”, sin  ninguna duda toda la sociedad debe aceptar que no sólo lo predicó sino que lo hizo su razón de vida, luego fui su considerado alumno.

Pertenece a una estirpe médica, su padre médico por igual Abel González Quezada, desposó con la señora Ángela Massenet y un 5 de agosto del 1914, vino al mundo en Monte Cristi este galeno que muchos miramos en vida con aire de  maestro, pero fue en realidad un eterno aprendiz, el caminante sin retorno, perseverante, un poco hermético, pero diáfano. Descanse en paz, “jovencito”, como cariñosamente yo también lo llamaba.

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