Estoy como pez en el agua. Apenas he devorado el 10% del reciente libro de Wilfredo Lozano La Razón Democrática y ya pretendo comentarlo. Pero no es solo que el objeto de su estudio es subyugante, es que su presentación Wilfredo la hace novedosa, original y amena, sin restar profundidad al análisis de hechos y periodos históricos modernos que escarba la cultura política medular de dictaduras y democracias, el desarrollo desigual, inicuo, que suma dependencias y el sistema clientelar que corroe el armazón de los partidos políticos, destructor de la democracia funcional, lo que le sirve de apoyo para hacer una radiografía completa a lo largo de 686 páginas bien escritas que divide en 4 partes y 7 capítulos fundamentales agrupados en dos particulares enfoques, uno orientado al análisis de sistemas y estructuras y otro a los autores y procesos.
La originalidad, lo novedoso de la presentación es que Wilfredo no ocupa el podio para explicar o ponderar su obra. Da las gracias y deja la grata tarea a un panel integrado por recias personalidades académicas: Licdos. Rafael Toribio y Leopoldo Artiles que de manera atinada glosan y enjuician sin barniz el fundamento y el contenido del libro, bajo la conducción del jurista Dr. Cristóbal Rodríguez que agota un turno para evaluar la Constitución del 2010, nacida para despojarle, de manera espuria, a los ciudadanos su derecho de soberanía y consolidar los poderes dominantes de una nación en pocas manos. (Las de una corporación y su jefe político que apuestan a la fatalidad de la historia, manejada por su hilo conductor.) Se deja al final un espacio de gran luminosidad: la intervención, tan impactante como inesperada, del Dr. Francisco Delich, profesor emérito de la Universidad de Córdoba, intelectual de reconocida enjundia que prologa el libro y aparece en pantalla desde Argentina participando activamente y enriqueciendo el debate con aportes significativos que coronan el pensamiento medular de su entrañable colega y amigo, reconociendo la valía del análisis científico del autor que rompe los moldes del acomodamiento y arroja sanos frutos de una investigación empírica enlazada a un esfuerzo conceptual remozado para colocar a la propia democracia como protagonista en la aventura (encrucijada) dominicana que, para consolidarse, requiere un Estado y una sociedad con practicas decentes; se lastima cuando la corrupción se expande y se compromete cuando el sistema clientelar reemplaza la ciudadanía por la subordinación a la voluntad del poder, cuando ambas conductas se naturalizan y la política se reduce a un juego de tahúres, declara convencido.
Y esa es la verdad llana y simple: la sin razón o drama de nuestra frágil democracia que nace en la ilusión de un Estado social de derecho, democrático y participativo que asegure la libertad del ciudadano y la vida buena pero sin una ciudadanía estructurada que responda a ese ideal porque no hemos tenido un Estado respetado por su gobierno que nos enseñe a ser ciudadanos. Al fin y al cabo la democracia la sostienen los demócratas y estos no pueden concebirse sino en torno a ideas y valores que norman o dirigen su vida política concreta en tanto ciudadanos.