El drama del desgobierno

El drama del desgobierno

POR ROSARIO ESPINAL
El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) no sale del poder el próximo 16 de agosto. Por mandato electoral emitido en las urnas en el 2002, el PRD mantendrá una mayoría en el Congreso de la República, además del control de numerosos gobiernos municipales, hasta el 2006.

Es harto sabido que durante los últimos cuatro años, con el PRD al mando del ejecutivo, del legislativo, y de la mayoría de los gobiernos municipales, la República Dominicana ha vivido el descalabro económico más grande de tiempos recordables, diversos aprestos para hacer retroceder los avances institucionales de la democracia dominicana, una insensibilidad alarmante del gobierno ante la angustia social, y una cotidiana vulgaridad verbal expresada desde las más altas esferas del Estado.

Para más de una generación dominicana, por lo menos para muchas personas mayores de 40 años, la situación de desgobierno que ha caracterizado la actual gestión del PRD es lamentable. No hay dudas que ese partido significó por más de 50 años el referente más importante de ideales democráticos en el país.

Con esa utopía llegó el PRD al poder en el 1962, y por esa utopía se le truncó la posibilidad de gobernar al ser derrocado siete meses después de asumir el poder. Por esa utopía ganó las elecciones de 1978 que marcaron la transición a una democracia electoral en la República Dominicana. Y por esa utopía ganó también las elecciones presidenciales del 2000 cuando la sociedad dominicana aspiraba a dar un salto cualitativo en su proceso de desarrollo socioeconómico y político.

Lamentablemente, al concluir la presidencia de Hipólito Mejía la situación del país es de lamentar. Prácticamente toda la población dominicana es más pobre que hace cuatro años, las instituciones públicas se encuentran en franco deterioro, y las finanzas públicas descarriladas.

Con Mejía, el PRD malgastó gran parte de su capital político, acumulado en más de medio siglo de luchas democráticas. Malgastó también el capital económico y humano que se acumulaba lentamente en el país; un país de limitados recursos económicos y tecnológicos para salir del pantano actual y desarrollarse.

Independientemente de los discursos de políticos y economistas que plantean que en lo fundamental el país está bien, sería un ejercicio de ceguera y sordera no admitir el peso nocivo de la deuda externa e interna acumulada en los últimos años, la caída en los niveles de ingreso de la población, y la precariedad o inexistencia de los servicios públicos más elementales.

En el país parece primar una situación en donde el desgobierno ha acostumbrado a la población a esperar y demandar poco de las autoridades públicas, y a conformarse con la risa o la rabia que producen la sátira y el cinismo político.

En esta confluencia de desgobierno y aguante social, la República Dominicana se desgasta como nación y como espacio geográfico.

Predomina la destrucción de parques locales y nacionales; el abandono de los monumentos históricos; largos apagones; el ruido de las plantas eléctricas que contaminan el ambiente e imponen riesgos a la vida misma; el tráfico de vehículos desordenado; la migración abundante hacia dentro y hacia fuera; los hospitales colapsando; la educación sin mucha enseñanza; la niñez desnutrida; la mendicidad; el aumento de la criminalidad; el turismo de plantación que sólo muestra a la mayoría de los visitantes mar, sol y algunas palmeras; las zonas francas que su genialidad y aporte a la economía dominicana ha sido pagar bajos salarios; los empresarios que no aportan su cuota al bienestar social; los economistas que le venden a los gobiernos y al pueblo la idea de que hay prosperidad y capacidad de endeudamiento; los partidos que modifican la Constitución y otras leyes a su antojo; y los políticos que por maldad o incapacidad gobiernan para mantener al pueblo dominicano sumergido en la pobreza, el desamparo y la desesperación.

Para comenzar a desenredar la crisis actual, producto del desgobierno, el Congreso de mayoría perredeísta tiene en sus manos el proyecto de reforma fiscal. Creerse que el objetivo de ese proyecto es lograr el desarrollo sería falso e iluso, pero también sería imprudente e irresponsable criticar y modificar el proyecto simplemente por demagogia política. El objetivo fundamental del proyecto es recaudar para pagar las deudas ampliamente incrementadas durante el gobierno perredeísta.

Pero aunque sea con ese lamentable propósito recaudatorio para pagar deudas, valdría la pena que el Congreso actúe con eficiencia, conciencia y rapidez aprobando una versión aceptable de reforma fiscal que contribuya a resolver el impasse con los organismos internacionales y a mitigar los grandes males que el desgobierno del PRD le ha causado a la sociedad dominicana.

Es quizás la última oportunidad importante que tengan los legisladores perredeístas para demostrar si tienen capacidad de gobernar. De hacerlo, le harían un bien al país, y de paso, a ellos mismos, porque tal vez de las cámaras surjan líderes con las destrezas e ideas del buen gobierno que puedan en un futuro contribuir a recomponer el fracturado liderazgo perredeísta.

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