El drama haitiano

El drama haitiano

En el espacio de un año, Haití se ha enfrentado a la destrucción como  consecuencia de los efectos de un terremoto, a una epidemia de cólera que pasó de un problema humanitario a un problema de seguridad nacional y como si todo lo anterior fuera poco, recientemente sufrió las calamidades de un huracán. Por lo tanto, dicho país requiere  una permanente y sostenible ayuda humanitaria y una atención como cualquier enfermo de gravedad.  Sin embargo, la respuesta de la comunidad internacional ha sido negligente pese a las fanfarrias de las reuniones en Puerto Príncipe, Nueva York, Ottawa, República Dominicana, para solo mencionar algunas.

Este comportamiento ha sido constante en cuanto a la ayuda para Haití se refiere. Igual  sucedió en 1994 cuando la administración norteamericana decidió el retorno a su país de Jean Bertrand Arístide. En ese entonces, participamos en la organización y puesta en marcha de la Misión para la formulación del Plan de Emergencia y Recuperación Económica y tuvimos la oportunidad de coordinar la participación de las instituciones multilaterales y los donantes bilaterales.

Ya para mayo de 1995, la comunidad internacional se había olvidado de sus compromisos.

En un artículo anterior habíamos afirmado que la reconstrucción de Haití sería lenta y jamás una tarea fácil y rápida. Nuestro comentario se apoyaba en la realidad de los hechos: un Gobierno débil y diezmado, 28 de los 29 edificios de los ministerios en Puerto Príncipe destruidos. Por otra parte, se estima que un tercio de los empleados públicos y aparentemente un número mayor de altos funcionarios murieron en sus oficinas. Pese a lo anterior, el día después del terremoto algunos miembros del gabinete, aunque habían perdido a familiares, se presentaron a sus oficinas para cumplir con su trabajo, hecho que enaltece la capacidad del haitiano de enfrentar sus adversidades.

A manera de recordatorio, cabe señalar que luego del terremoto la comunidad internacional fue capaz de emprender acciones que en cierta medida suplantaron al Gobierno haitiano, al salvar vidas, proveer alimentos, agua, refugio y medicinas para establecer al menos un mínimo de estándar de vida a dos millones de habitantes que no tenían un lugar donde vivir. El papel desempeñado por la sociedad civil, especialmente por las organizaciones no gubernamentales, fue fundamental en restituir la ayuda de la comunidad de donantes y estabilizar Haití, hasta el grado de ser importante en la búsqueda de los muertos en los escombros de los edificios y viviendas destruidos. En ese instante, hubo un sentido de urgencia y la más alta solidaridad humana por parte de la comunidad internacional y en particular por las ONG. Habría que destacar la extraordinaria demostración de solidaridad tanto del Gobierno como del pueblo dominicano.

Luego de la Conferencia de las Naciones Unidas, celebrada en Nueva York en marzo del presente año, en la cual aproximadamente 60 países donantes y organizaciones multilaterales se comprometieron a aportar miles de millones de dólares de los Estados Unidos, la prensa internacional abandonó Haití y con ella se esfumaron tanto las expectativas de los compromisos adquiridos por la comunidad internacional en forma global, como el sentido de urgencia en reconstruir el país más pobre del Hemisferio Occidental.

Del total de la ayuda comprometida en la conferencia de las Naciones Unidas, sólo apenas una suma equivalente a US$1.3 miles de millones ha sido aprobada o se encuentra bajo el proceso del papeleo burocrático kafkiano por parte de las autoridades de los países donantes, que discuten los asuntos referentes a la formulación de un plan que defina con claridad como se utilizarán esos recursos o establezcan las particularidades del financiamiento y los mecanismos que definan la estrategia, contabilidad, responsabilidades, transparencia, monitoreo, supervisión, etc. La mayor preocupación de los donantes es que, dada la historia del país, los fondos no sean objetos de corrupción ni sean mal utilizados. Estos temas en la actualidad han tomado una mayor urgencia.

La realidad es que más de un millón de personas viven en carpas o tiendas de campaña, aún no se ha recogido la basura ocasionada por los destrozos causados por el terremoto, más de 300,000 personas perecieron y otras tantas sufrieron heridas y requieren de atención médica. Recientemente, el Washington Post trató estos temas con mucha claridad y emplazó a los países donantes a cumplir con los compromisos contraidos y que aún no se han materializado.

El gobierno haitiano no posee una visión clara ni los medios, para emprender el proceso de reconstrucción. No hay evidencias ni expedientes que definan los límites de la propiedad de la tierra, lo cual dificulta la construcción de nuevas viviendas y de depósitos de residuos. Aunque nombraron al director ejecutivo, la Comisión Interina para la Recuperación de Haití, presidida por el Presidente Clinton y el Primer Ministro de Haití Jean-Max Bellerive, no cuenta con la pericia y el personal adecuado y suficiente para fijar las prioridades y formular y analizar los proyectos de reconstrucción, ya que no se tiene una idea clara del monto de financiamiento disponible.

Dentro de ese contexto, no podemos dejar de señalar la importancia para nuestro país de establecer normas claras para la inmigración haitiana con una perspectiva responsable y sin ambigüedades. Lo anterior es aun más importante, dado que en Haití no hay empleo ni formas de mejorar en el corto y mediano plazo  y  situación puede empeorar.

No obstante, es nuestra opinión de que no debemos enfocar el problema dentro de la óptica que prevaleció durante la dictadura de Trujillo y las décadas subsequentes ni rememorar figuras nacionalistas tan controversiales como la de Peña Batlle, sino más bien analizar con frialdad este drama humano y preguntarnos hasta cuándo la comunidad internacional continuará aceptando esta inaceptable situación. Del mismo modo, el Gobierno debe formular una Ley de Inmigración que incluya una amnistía.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas