El duelo de los “dereizques”

El duelo de los “dereizques”

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Estoy sorprendido con ese relato que me ha hecho usted de los estudiantes de Budapest que leían Las pasiones del alma, el desahuciado libro de Descartes. Yo estuve en esas aulas siete años antes y también tuve que leer ese libro y sufrir exámenes; me tocó explicar las seis pasiones primarias, “que son como los géneros de las que todas las demás son especies”. Sin embargo, eso es solamente un recuerdo de los viejos hábitos académicos de nuestro país, acartonados y hasta ridículos. Pero hay que decir que todos los habitantes de Hungría tenían opiniones fundadas acerca de las invasiones de los mongoles; acerca de la política de los Habsburgo, o en lo tocante a las relaciones de Hungría con Alemania y Rusia.

La historia de las poblaciones del Este de Europa era transmitida a la juventud a través de ese sistema educativo. Se mantenía así a la nación unida; la educación nos daba fortaleza para resistir frente a vecinos más poderosos.

Ahora bien, desde antes del asesinato del Archiduque de Austria los estudiantes han estado sacudidos por  pasiones políticas. El estudiante serbio que creó las  condiciones psicológicas que desataron la Primera Guerra Mundial, puede servirnos de modelo. (En realidad, actuaron tres estudiantes, además del responsable directo de la muerte del príncipe heredero).

Descartes no nos aclara nada en conexión con las  pasiones políticas. El siglo XX fue una época de matanzas y crímenes.

Muchos de esos crímenes obedecieron a pasiones ideológicas relacionadas con la política, la filosofía de la historia, las doctrinas sociológicas. Es claro que también jugaron un papel importante los intereses económicos, las ambiciones de dominio.

Las guerras religiosas no son solamente guerras religiosas; son además, sociales, políticas, económicas, étnicas. No hay mas que visitar el monumento a Juan Hus en Praga. Es un grupo escultórico aplastante con el cual el artista se ha propuesto apabullarnos.

Los campesinos de Bohemia tenían creencias religiosas y deseos de comer mejor y pagar menos impuestos. La Primera Guerra Mundial provocó la muerte de 10 millones de soldados; de 13 millones de civiles. Hubo 20 millones de heridos, 10 millones de refugiados, 5 millones de viudas y 9 millones de huérfanos. El teatro de la guerra se extendió, desde los Balcanes a casi toda Europa. Se peleó en Grecia, en Bulgaria, Macedonia, Polonia, Lituania, Francia, Italia, Dinamarca, Turquía.

Fuera de Europa, los japoneses invadieron puertos de la China; en Africa se comenzó la conquista de colonias de Alemania: Camerún, Togo, Tanganica. El Pacífico se transformó en un infierno, Alemanes y turcos realizaron operaciones en Siria, Trasjordania y el Líbano.

Los ingleses bombardearon los estrechos del Bósforo y  los Dardanelos. Fue un desastre general que no tuvo arreglo con los acuerdos de Versalles, de Sevres, de Saint-Germain. La paz resultó injusta para Alemania, Austria, Turquía y, de paso, para Bulgaria y Hungría. Entre 1919 y 1920 se oyeron lamentos en todos los pueblos que rodean nuestro país. Desde junio de 1914, hasta fines del año 1918, la sangre corrió en una docena de naciones. En ese mismo período empieza la revolución bolchevique.

Desde entonces los estudiantes, los periodistas, los economistas, sociólogos, profesores universitarios, escritores, artistas, se empeñaron en odiarse y destruirse por  motivos ideológicos. Las purgas en la Unión Soviética, la guerra civil española, son antecedentes de lo que vendría con la Segunda Guerra Mundial y después de la victoria de 1945. En Hiroshima perecieron en un solo día 78,000 personas bajo los efectos de la primera bomba atómica; y se registraron 37,000 heridos. La segunda bomba, la de Nagasaki; produjo entre 39,000 y 74,000 muertos, por “efectos directos” de la explosión o a resultas de la radioactividad. En la Segunda Guerra Mundial lucharon 70 millones de hombres; murieron 18 millones de civiles. Los rusos perdieron 27 millones de hombres; los chinos 8 millones; los alemanes 7 millones novecientos mil; los japoneses 3 millones cien mil; Yugoeslavia un millón setecientos mil; Francia: 651 mil; EUA: 417 mil; Grecia: 408: Gran Bretaña: 357; Hungría, mi país, dejó 70,000 hombres en los campos de batalla.

En cada nación del mundo, durante la llamada Guerra Fría, se enfrentaron a muerte los “dereizques”. Con ese nombre bautizó el profesor Muncacsy a los millones de jóvenes que todo lo veían a través de un prisma político e ideológico. O eras de derechas o eras de izquierdas. No era posible un tercer camino. Luchaban a garrotazos como los personajes del cuadro ‘’negro’’ de Goya; también se escupían, se desacreditaban, denunciaban y apedreaban.

No gozamos nunca más de libertad académica, ni de la amistad sin reservas que era frecuente en Hungría en los tiempos de mis padres.

Todo se volvió retorcido y peligroso. La sinagoga de Budapest, la más grande de Europa, quedó vacía; los periódicos en yiddish desaparecieron. Se dijo que murieron cinco millones setecientos mil judíos en los campos de exterminio que organizaron los alemanes.

He oído hablar de cómo vivían los judíos presos en Treblinka, en Lublin, Sobibor, Plaszow, porque estos reclusorios estaban en Polonia. Llegaban a Hungría historias macabras; algunos parientes de las víctimas regresaron a Budapest. El siglo XX fue un siglo, como ya he dicho, de matanzas y crímenes. A pesar de los adelantos técnicos, alcanzados gracias a las investigaciones científicas de hombres inteligentes y generosos, nunca se cometieron  más injusticias y atropellos que entonces. La infamia cubrió el globo terráqueo; la coacción, política y moral, jamás había sido tan completa, sutil y abarcadora. Los “dereizques” se convirtieron en inquisidores implacables.

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