Federico García Lorca y su “Duende”, “ese poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo ha podido explicar”, al decir de Goethe, se posó en la sala Manuel Rueda, donde se escenificó su postrera obra “La casa de Bernarda Alba”, producida por Fidel López y dirigida por María Castillo.
Subtitulada como “Drama de mujeres en los pueblos de España”, esta obra es reflejo de una época, de una sociedad patriarcal cargada de convencionalismos y prejuicios, y Lorca, rompiendo cánones, nos muestra cómo la represión, la falta de libertad, el atavismo “al qué dirán”, puede llevar a la desesperación y la tragedia.
El personaje central, Bernarda Alba, mujer de “un pueblo sin río”, inflexible, autoritaria y castigadora, no tiene reparos en la defensa del “honor” de la familia, haciendo víctimas de su proceder a sus cinco hijas en “edad de merecer”, y cuando tras la muerte de su esposo proclama y sentencia en tono amenazante “en ocho años que dure el luto, no ha de entrar en esta casa el viento de la calle, hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos, puertas y ventanas”, cierra el paso a la luz, al amor, a la vida, y abre el camino a la destrucción, a la muerte.
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El amplio escenario recrea la casa de Bernarda, con diferentes estancias y llamativos detalles, no es la estancia lúgubre delimitada por muros, que hemos visto por años en presentaciones de esta obra, es una nueva mirada acorde con la dirección, del escenógrafo Fidel López, un espacio más abierto donde se avivan las pasiones en que se consumen las hijas de Bernarda, sedientas de amor y libertad.
Un director o directora teatral es un arquitecto que conduce y da vida a la puesta en escena; María Castillo acerca su capacidad de directora a su excelencia como actriz, asumiendo el reto de escoger a las actrices, la cohesión actoral como un todo, conservando la esencia lorquiana.
Todas las artes son capaces de duende, pero el teatro como la danza, necesitan un cuerpo vivo, que capte el alma de cada personaje, el elenco escogido logra este cometido.
Bernarda Alba tiene una intérprete de excepción, Elvira Taveras, podríamos definirla como una artista lorquiana, por las innumerables veces que ha interpretado personajes de este dramaturgo.
Bernarda, bastón en mano, con mirada inquisitiva y gesto elocuente, deja establecida su autoridad. “No se hagan ilusiones, no van a poder conmigo. ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante, mandaré en lo mío, y en lo vuestro!”. Elvira logra uno de sus momentos estelares.
La picardía y sabiduría popular, los sentimientos ambivalentes -resentimiento, fidelidad, odio- las ironías con su carga de humor, son las características de “La Poncia”, vieja criada protegida, especie de hilo conductor, cuya perspicacia le permite prever la tragedia.
Isabel Spencer da vida a este personaje con gran dosis de histrionismo. Sin duda es esta una de sus mejores interpretaciones. Johanna González muestra su talento como “La Criada”.
Una presencia es la anciana madre de Bernarda, víctima de su crueldad, “María Josefa” vive encerrada, pero aún ilusionada. Wendy Alba con parsimonia, transmite el anhelo de libertad y la ilusión de la abuela.
Un personaje solo evocado, desencadena el conflicto. Es “Pepe el Romano”, burlador de la vigilancia materna. “Angustia”, la hija mayor, heredera de una fortuna, hija del primer esposo de Bernarda, se aferra al Romano, esperanza para su liberación y soltería, pero la duda la invade. Surgen los celos y envidia entre las hermanas. Nileny Dippton, asume con propiedad la sumisa personalidad de “Angustia”.
Una joven y talentosa actriz, Mary Gaby Aguilera, interpreta a la más joven de las hermanas, “Adela”, de carácter rebelde, renuente a la sumisión, establece relación con “Pepe”, quiebra el valladar que aprisiona su pasión, desatando las fuerzas de la tragedia en la que sucumbe. Una joven y talentosa actriz, Mary Gaby Aguilera, proyecta a cabalidad la firme personalidad de “Adela”.
La agresividad y la ira impregnan el personaje de “Magdalena”, la segunda hija. Siente envidia por su hermana mayor, buena actuación de Paloma Palacios. “Martirio” como su nombre, es un ser atormentado, odia a “Adela”, Judith Rodríguez logra proyectar este complejo personaje. Como todas las hermanas “Amelia” solo piensa en escapar”, acertada interpretación de Lía Briones.
El ritmo fluido de la acción, la movilidad constante, mantiene la expectativa; la musicalización apropiada de Milton Cruz es un elemento que adiciona, y las luces de Ernesto López, brillantes por momentos realzan escenas, el ambiente de luto pierde rigor.
Tras la supuesta muerte de Pepe el Romano, por manos de Bernarda, se abre una puerta que da al patio, la escena es conmovedora. Elvira Taveras alcanza el clímax. Colgando de un árbol, aparece Adela, y Bernarda con voz desafiante, más que conmovida, pronuncia esta patética sentencia: “No quiero llantos. ¡Silencio!
La hija menor de Bernarda Alba ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! Se apagan las luces, pero el silencio se rompe con la ovación del público, que emocionado aplaude, aplaude.
Les invitamos a visitar la Casa de Bernarda Alba, y disfrutar del buen teatro.