El ejemplo de mambrú

El ejemplo de mambrú

El doctor Francisco Antonio Avelino, un viejo amigo de andanzas y lecturas en la juventud, me dijo por teléfono que deseaba leer “La teoría de los sentimientos morales”, de Adam Smith. Yo tenía informaciones de que ese libro era difícil de conseguir traducido a la lengua española. Publicada en Londres y Edimburgo en 1759, fue la obra que dio fama a Adam Smith. “La riqueza de las naciones” apareció en 1776, esto es, diez y seis años después. El éxito de este libro convirtió a Adam Smith en “padre de la economía política” y en filósofo menor de “la ilustración escocesa”.

Transmití ese deseo de mi amigo a otro viejo amigo, el doctor Luis Eduardo Escobar, quien compró el libro en una librería extranjera, lo fotocopió y lo puso en mis manos. De este modo pude saber que se trataba de la primera “edición completa”, en español, de “La teoría de los sentimientos morales”. Smith estudió en la Universidad de Glasgow y completó su formación en Oxford, donde pasó seis años. Fue catedrático de lógica y de Filosofía Moral e íntimo amigo de David Hume. La extraña “mano invisible” del mercado cultural se empeña en darle alto rango de economista y regatearle el título de filósofo.

La sexta edición inglesa de “La teoría” circuló, en dos volúmenes, en 1790. Quiere decir que su éxito continuó, a pesar de “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, libro capital de la historia del análisis económico. Pudo escribirlo gracias a una pensión que le otorgó el duque de Buccleuch, con quien viajó a Francia. También visitó la ciudad de Ginebra, donde conoció a Voltaire. Poco antes de morir fue nombrado rector de la Universidad de Glasgow.

Al hojear los distintos apartados de la obra topé con algunas observaciones de Adam Smith acerca del carácter de los políticos. “Los más grandes estadistas y legisladores… se han distinguido en muchos casos, no tanto por sus méritos como por un grado de presunción… completamente desproporcionado incluso para sus muchos méritos”. En cambio, al duque de Marlborough “diez años de victorias continuadas… jamás lo arrastraron a ninguna acción precipitada… ni siquiera a una… expresión imprudente”.

 

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