El ejercicio del periodismo ayer y hoy

El ejercicio del periodismo ayer y hoy

DIÓGENES CÉSPEDES
En punto a talento y honestidad, existe un abismo entre el periodista que comenzó su ejercicio cuando ingresó a la Escuela de Periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1962 y el programero que encontramos hoy en el amplio espectro de canales de televisión, radio, periódicos, revistas, suplementos, encartes comerciales, oficinas de marketing, relaciones públicas o propaganda en el sector privado o público. Los hombres y mujeres que entraron a estudiar periodismo, ya fueran conservadores o revolucionarios, creían en principios y valores y tanto socialcristianos, perredeístas como marxistas defendían sus convicciones políticas con vehemencia y convicción. Ese era el espectro político de la época. El balaguerismo fue algo casi clandestino entre 1962 y 1966. Fue el impudor o la vergüenza. Un asunto de viejos o de trujillistas.

Al principio, no fue ni balaguerismo ni reformismo, sino Acción Social, cuyo solo título recordaba al Partido Dominicano, único y totalitario. De todo eso huyó mi generación. La rehabilitación de Balaguer se debió a los malos gobiernos del Consejo de Estado y el Triunvirato, herederos de la mentalidad oligárquica de la Unión Cívica Nacional que copó los puestos de mando en ambos regímenes y sus altos funcionarios se comportaron, paradójicamente, como trujillistas y se repartieron los bienes públicos dejados por el Generalísimo.

El Consejo de Estado y el Triunvirato fueron dos gobiernos de verdaderos comesolos. Practicaron el clientelismo y el patrimonialismo y sus integrantes participaron masivamente en el derrumbe del orden constitucional encabezado por Juan Bosch.

El empuje y la fuerza social de las clases que formaron los gobiernos del Consejo de Estado y el Triunvirato fueron tan enormes que no bastó el estallido de abril y la guerra patria que le siguió para extirpar aquel frente oligárquico, el cual, para sorpresa de muchos, se rearticuló con Balaguer en 1966, tal como hicieron los hateros y la pequeña burguesía en 1866 (un siglo antes, ¡oh paradoja!) al llevar al poder a Buenaventura Báez a escasos meses de haber librado el pueblo dominicano una guerra sangrienta en contra de la dominación española.

Ese fue el contexto donde se desenvolvió el periodismo que comenzó en la UASD y aportó a Luis Reyes Acosta como la primera gran víctima de la violencia ciega de la guerra civil y culminó con Orlando Martínez, Gregorio García Castro y muchos otros periodistas asesinados en el primer tramo del poder balaguerista.

Esta lucha política, ideológica, de principios y valores fue nuestra herencia periodística. Algunos somos los continuadores de esta tradición. Pero la juventud que ingresó al periodismo cuando ya la Escuela no era un símbolo de criterio, talento y honestidad encarnado en los mejores profesores, encontró un ambiente totalmente enrarecido por la corrupción, el dinero fácil, una vida económica muy dura, una inflación enorme y un porvenir cerrado al esfuerzo, al talento y la honestidad.

En los doce años del balaguerismo, todo fue pervertido. La corrupción se generalizó como única forma de la reproducción vitalicia de Balaguer en el poder. Las reelecciones continuas habían sido impuestas a sangre y fuego y, a veces, con ausencia de la oposición. Ante toda iniciativa individual cerrada, muchos periodistas egresados de otras escuelas, y algunos de la vieja Escuela, sucumbieron ante las ofertas de apartamentos, cargos de relacionadores públicos en oficinas gubernamentales y anuncios a los pequeños espacios radiales que aquellos comunicadores iniciaron, pues los espacios televisivos eran sumamente caros y los ejecutivos ejercían una discreta discriminación económica, y racial a veces, para no tener caras feas o negras en esas empresas.

A este tipo de periodistas sin talento y sin honestidad se le designó despectivamente con el mote de programeros. ¿Quiénes acuñaron el término? Fue en los encuentros de un grupo de periodistas en el restaurante Lina, en el Roxy y en el Panamericano. El orgullo más grande de este grupo de periodistas era la ética que habíamos aprendido de Freddy Gatón Arce y que consistía en no aceptar invitaciones de políticos a cenar o almorzar, pagar de nuestro propio bolsillo, ir a nuestra actividad impecablemente trajeados, ejercer nuestra labor con un criterio profesional sin aceptar regalos de políticos y ejercer nuestro oficio con criticidad, objetividad y apego a la verdad de los hechos.

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