Muchas personas realizan ejercicios físicos una o varias veces a la semana. Y hay quienes se ufanan en desarrollar músculos, otras caderas, otros pechos, otras piernas. Pero no ejercitan el espíritu mediante la práctica de la piedad, que es una vida conforme al temor de Dios.
Hay quienes son buenos dando garrotazos, dando batazos en grandes ligas, pero su vida matrimonial o su relación con los demás es un desastre. Puede que se caracterice por la ira, el chisme, el egoísmo y hasta la violencia. Y hasta hay instituciones que equivocadamente los honran designándolos como modelos para enseñar valores a otros.
El mundo falsamente considera señal de éxito según la cantidad de millones que ha ganado en un tiempo determinado. Pero al reino de los cielos lamentablemente no se entra con nada de eso. Solo el que cree en Jesucristo tiene garantía de alcanzar la vida eterna. Un jugador de golf es exitoso porque ha logrado meter la bola en el hoyo con la menor cantidad de golpes. Una persona es buen pelotero por los números alcanzados y el contrato negociado. La gente se emplea a fondo para mantener una disciplina constante para alcanzar esos promedios deportivos o sus índices de ganancias o rentabilidad. Se olvida de esa frase: Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. (Lucas 12:20)
1. Pero pocas veces, nos hemos puestos a mirarnos hacia adentro, al corazón. No se hace el ejercicio espiritual, de la misma manera con que se hacen los ejercicios físicos o los esfuerzos deportivos o empresariales.
Dios es el que da vida al espíritu de la persona. Y podremos ser buenos en el ejercicio físico, político, profesional, empresarial o deportivo, pero si no hay una relación con Dios, si no hay un ejercicio espiritual, si no hay amor, nada de eso sirve.
Jesús nos ofreció la oración del Padre nuestro (Mateo 6:9-13) como modelo de ejercicio espiritual. Y ahí nos habla que debemos orar y pedir a Dios, siempre y en todo que se haga su voluntad en la tierra así como en el cielo. Que nos perdone nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Es que nos cuide del mal y de la tentación. El ejercicio espiritual, pues, es una búsqueda de hacer el bien a los demás, es una práctica de la piedad. Y de arrepentimiento por hacer lo malo. El ejercicio espiritual no es otra cosa, pues, que Cristo viva en nuestro corazón. Dice el apóstol Pablo en 1 Timoteo 4:8: Porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura.