El empeño de encarcelar un perfume

El empeño de encarcelar un perfume

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace unos pocos meses un amigo español, andaluz malagueño, me obsequió con un libro de José Luis Abellán titulado “Ortega y Gasset y los orígenes de la transición democrática”.  Es obvio que se trata de la transición democrática de España, del paso de la dictadura franquista al actual orden político vigente, una monarquía constitucional.  Ortega y Gasset escribió un célebre ensayo acerca del orador más destacado de la Revolución Francesa: Honorato – Gabriel, conde de Mirabeau.  En el escrito de Ortega se explica como Mirabeau, una estrella rutilante de la Revolución, busca conectarse con el rey y la nobleza para unir lo viejo y lo nuevo, la tradición y la transformación, a fin de establecer en Francia la monarquía constitucional. 

Esta institución política europea aspira a ser una síntesis de lo establecido y de lo emergente.  En ese ensayo, Mirabeau o el político, Ortega aborda también el espinoso tema de por qué a los intelectuales les da tanto trabajo mentir y, a la inversa, por qué a los políticos les cuesta tanto esfuerzo decir la verdad.  Aunque existan excepciones, por regla general los políticos son mentirosos y los intelectuales tienden a ser veraces.

Por el libro de José Luis Abellán  he podido conocer las “instrucciones” impartidas por el régimen de Franco en conexión con el sepelio de Ortega en 1955.  Escribe Abellán, citando a Javier Tussell: “La Dirección General de Prensa, a cuyo frente estaba entonces Juan Aparicio, había fijado unas normas muy estrictas para el homenaje a Ortega: “…cada periódico podía publicar tres artículos sobre el finado (una biografía y dos comentarios), pero todos ellos debían poner de relieve sus errores en materia religiosa”.  Igualmente se permitía la publicación de foto en la portada, “pero no de Ortega en vida”.  Fue la regulación pormenorizada de la información del funeral de un escritor de 72 años, enfermo de cáncer, catedrático jubilado, con impedimento de escribir en los periódicos de España.

Sin embargo, una compacta multitud acompañó el féretro de Ortega hasta el cementerio.  Los estudiantes universitarios, a los cuatro días de su muerte, se congregaron alrededor de su tumba en la Sacramental San Isidro y leyeron un documento que decía: “Somos discípulos sin maestros.  Entre Ortega y Gasset y nosotros hay un espacio vacío o mal ocupado.  Notamos cada día que falta algo, que nos falta alguien.  Nadie nos dice para qué vale una universidad.  Y estamos seguros ya de que vale para muy poco, y de que es necesario cambiarla mucho”.  Después de lamentar la ausencia de las ideas de Ortega en las cátedras universitarias, los estudiantes declararon: “Algunos, desgraciadamente no demasiados, hemos buscado los libros de nuestro primer filosofo y los hemos leído.  Otros, desgraciadamente muchos, no sabemos casi nada de Ortega  y Gasset”.   La universidad, desde luego, guardó luto oficial, y las condolencias del dictador Francisco Franco fueron las primeras palabras de pésame que recibió la familia de ese extraordinario hombre de letras.

Puede decirse que Gracilaso de la Vega, Cervantes, Calderón del Barca, Lope de Vega, Bécquer, son personajes esenciales en el desarrollo de la lengua española.  A este grupo selecto habría que añadir el nombre de Ortega por su contribución al refinamiento intelectual de nuestro idioma ¿Por qué los gobiernos maltratan siempre a los más eminentes artistas, a los pensadores más agudos?  Don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, fue destituido y confinado por la dictadura de Primo de Rivera.  Boris Pasternak no pudo publicar en ruso El doctor Zhivago, ni recibir el Premio Nóbel, porque la dictadura soviética lo impedía.  El gobierno de Franco hizo gestiones ante la Academia de Ciencias y Letras de Suecia para que el Premio Nóbel no le fuera concedido a Ortega.  En los archivos de la cancillería española hay pruebas documentales de esa desvergüenza.  Jorge Luis Borges, inigualable escritor argentino, sufrió el odio irracional del dictador Juan Domingo Perón, quien quiso humillarlo nombrándolo “inspector de mercados”.

Ahora, al morir Guillermo Cabrera Infante, vemos que la historia se repite.  Cabrera Infante vivió cuarenta años exiliado en Londres.  En las oportunas notas de Graciela Azcárate, publicadas el sábado por el periódico Hoy, he leído que el propio Cabrera Infante reveló: “Hace poco descubrieron a una maestra que tenia un ejemplar de mi libro “La Habana para un infante difunto” y la llevaron presa.  La juzgaron por tener “literatura subversiva”.   Fidel Castro maltrata, según la costumbre de todos los tiranos, al escritor cubano más conocido, al que ama La Habana con extremada pasión estética y la describe con mayor acierto literario.  Los dictadores creen que es posible encarcelar un perfume.

henriquezcaolo@hotmail.com

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