El empresario ante el futuro dominicano

El empresario ante el futuro dominicano

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Quien no pertenece a un grupo o clase social y  está casado -por la Iglesia como solía decirse- con otro tiene serias dificultades para comprenderlo,  en el sentido de optar por una interpretación que dé sentido a su actividad. Confieso que como cura sin antecedentes biológicos de gran empresario aunque si sociológicos de burgués francés – el que ahorra, gasta en educación y lee- tengo limitaciones vergonzosas en mi conceptualización del  gran empresario, subespecie dominicana.

     En el medio ambiente en el que  me educaron, incluidos seis años de estudios de economía, aprecié siempre al «pequeño» empresario, el de la competencia perfecta con escaso control sobre los precios, como persona trabajadora y esforzada enfrascada en sobrevivir o crecer marginalmente frente a las innovaciones más ajenas que propias del quehacer económico. Ese empresario pertenece a otra subespecie, la de  obrero-empresario y cuadra  bien con la formación ascética de la vida religiosa.

    Schumpeter, es verdad, me hizo caer en la cuenta de que el auténtico empresario, el que idea nuevas combinaciones de factores y la impone en ruda lucha contra o al margen del empresariado tradicional creando así ganancias que le otorgan por un  tiempo la privilegiada posición de oligopolista, es la pieza clave del desarrollo. Pero la rudeza de los medios requeridos para triunfar y la misma posición adquirida y no heredada de su poder choca contra la igualdad social del Evangelio y me dificultaba y me dificulta abrigar simpatía a su obra y la falta de simpatía, de «sentir con», obnubila la visión. Uno respeta, a veces hasta admira, pero no acaba de comprender al gran empresario.

     Por eso agradecí sobremanera haber presenciado en el Primer Seminario de Estudiantes de Negocios organizado por el Comité de Estudiantes de Economía de la Madre y Maestra la exposición de José Luis Corripio sobre el futuro del empresariado en Republica Dominicana y la ronda de preguntas y respuestas  premiadas por largas ovaciones de los cientos de estudiantes presentes.

    Aprendí mucho y aunque con posibles errores de interpretación resumiré lo que yo entendí sin osar afirmar que ese fuese el sentido del conferenciante.

LAS FALLAS DEL EMPRESARIADO DOMINICANO

 1. La primera falla suele atribuirse a la sociedad y al gobierno más que al empresariado: la falta de institucionalidad en el doble sentido de que las leyes se cumplan sin tener en cuenta quién queda afectado y de la imposibilidad relativa de ser modificadas o parcialmente interpretadas a instancia de intereses. En realidad la falta de institucionalidad es obra común del Estado y del empresariado.

      La historia dominicana de los últimos años testimonia la creación de leyes, de exoneraciones y evasiones de impuestos, de facilidades crediticias, de comisiones, de combates por contratas públicas «grado a grado»  y de componendas entre el Poder Ejecutivo a instancia de los grandes empresarios. Esta falta de institucionalidad no significa que no apuntase a la creación de capital y empleo; todo lo contrario, sin ella y después del largo dominio político y económico de Trujillo que también concentró su política en favorecer a su más bien limitado entorno, inversiones nuevas de envergadura hubieran tardado mucho. El proteccionismo industrial encarnado en la muy famosa Ley 299 y la benignidad extrema ante excesivas «indelicadezas» empresariales favorecieron nuevas inversiones aunque puede cuestionarse si fomentaron el espíritu de iniciativa y la aceptación de riesgos. Es evidente que muchas de las empresas así nacidas no eran sostenibles ante la apertura al comercio y la inversión externa.   

      Una consecuencia peligrosa de esta falta de institucionalidad favorecedora de inversiones fue acostumbrar a los inversores a exigir en la práctica contratos y garantías leoninas (del verbo el león se come al más débil, aquí el Estado) para sus inversiones. Lo mismo, obviamente, vale para las empresas extranjeras que entraron al país después de los ochenta, desde las asentadas en las zonas francas y en las playas entonces vírgenes hasta las productoras y distribuidoras de electricidad. Perdió así el empresario su más admirable y temible calidad: la de arriesgar su capital para emprender caminos nuevos.

      Otra consecuencia triste fue privar al Estado de ingresos indispensables para la creación de capital humano a favor de la infraestructura física indispensable para satisfacer las crecientes demandas de una sociedad pobre en crecimiento demográfico impresionante. La debilidad fiscal lleva al servicio público mal pagado y sin seguridad social. Este estimula a su vez  la caza de comisiones poco o nada disimuladas a cambio de contratas otorgadas a dedo o a bolsillo. Ya no son sólo  los empresarios quienes reciben; ahora tienen que dar pero no al Estado sino a sus representantes.

 2.  La segunda falla importante, esta vez de los  Gobiernos,  es la falta de continuidad de políticas públicas aun  las centradas en un mismo objetivo. Ser empresario es planificar para el futuro. Si éste está sometido a cambios continuos, con frecuencia poco previsibles, hay pocas posibilidades de aprender por ensayo y error fundado en experiencia pasada la dirección y modalidades  de las políticas futuras. En ese ambiente la expectativa más racional es la de limitar el horizonte temporal de vigencia de leyes impositivas, crediticias y comerciales a corto plazo.

     La  actividad empresarial tiende entonces a ser especulativa buscando inversiones que prometen  muy alta rentabilidad en el menor  tiempo posible y posibilitada por altísimos niveles de consumo. Basta una sencilla comparación intelectual con la alta constancia de políticas públicas, reforzada con mecanismos estabilizadores automáticos que disminuyen la amplitud de los ciclos económicos de países desarrollados, para adivinar la cortedad de los plazos de recuperación del capital invertido en el país. Desgraciadamente los países en desarrollo por definición carecen  de facilidades de inversión básica complementaria  que requieren un período mayor de maduración del capital.

3. Según Corripio falta en el empresariado dominicano identificación con la nación. El  ambiente de carencia de  institucionalidad sólida y de políticas en continuo cambio favorece  relegar las inversiones dominicanas  en bienes raíces, títulos bursátiles y moneda a un  segundo plano o al menos a considerar muy explícitamente posibles inversiones en el extranjero. Cuentas en dólares cuantiosas, apartamentos en Miami, acciones de la Bolsa de New York y hasta inversiones fijas en el extranjero-la famosa retaguardia en dólares de Melvin Mañon- constituyen un renglón no despreciable del portafolio de nuestros hombres de negocios.

     Recordemos que para Felipe González una de las tres prioridades políticas posibles a largo plazo por constituir puntos de común interés  en países divididos por ideologías o partidos excluyentes era el incentivo al ahorro nacional en  el propio país, fruto de una política monetaria y cambiaria de metas estables. Las otras dos eran la creación de capital humano y la construcción de una buena infraestructura física. El político español llega a escribir que con ellas el ciudadano de un país puede llegar a sentirse orgulloso de serlo. La identificación con el país y el orgullo de ser dominicano van juntos.

4.  Otra falla del empresariado del país consiste en la poca importancia que atribuye a la constancia en el trabajo, en el  estudio y en la misma gestión administrativa de sus empresas. Presionado por el ambiente cree que tiene que tener  éxito grande a corto plazo lo que lo lleva a descontinuar su esfuerzo y a elegir el dominio de «variables institucionales» (relación con personas con poder discriminatorio de decisión). Asoma así el peligro de autoexcluirse de actividades que tardan en reportar buenos dividendos.

      Muestra de un estilo empresarial bastante divorciado de la tendencia a hacer de la inversión objeto de arbitraje prefiere él la teoría keynesiana de casarse en matrimonio permanente con su inversión salvo causa de extrema urgencia de liquidez insalvable. Muchos albergarán poca simpatía con esta preferencia pero a su favor está el éxito de la terquedad probada en crisis tan serias como las de la guerra civil, la crisis petroleras de los setenta y los ajustes de los noventa y de la actualidad.

5.    Quizás la más sorprendente de las fallas del empresariado dominicano señaladas es la falta de un afán de lucro legítimo resultante de las inversiones y el afán de un consumo conspicuo. El ejemplo aducido de Calvino abierto profeta del lucro legítimo y crítico despiadado del consumismo, de la evasión de impuestos y de obligaciones crediticias contraídas sin garantías serias de poder pagarlas, es cierto en cuanto al éxito económico  preconizado se refiere. Más certero todavía fue Calvino en la explicación de los motivos y causas de esa conducta: la necesidad de una garantía de predestinación divina ante un Dios que decide quién se salva y quién se condena. Sin esa motivación religiosa inicial el buen resultado económico alcanzado por minorías calvinistas en Suiza, Francia, Inglaterra y algunas zonas alemanas pudiera deberse tal vez a otras causas.

        No hay duda que en su enseñanza social la Iglesia Católica ha dado más énfasis pastoral a la dimensión no económica de la vida y dentro de ella a la necesidad de solidaridad y justicia para el pobre  que a la creación de riqueza. Sería luchar contra la evidencia alegar que, a pesar de conductas contrarias frecuentes, la Iglesia Católica en su enseñanza ha mostrado más recelo que simpatía con el gran empresario. No nos resulta fácil combinar riqueza de unos con pobreza de muchos. Tal vez la asimetría de poder que frente a los muchos pobres exhiben los pocos ricos y sobre todo la abierta defensa del pobre víctima de la injusticia que desde el exilio exhiben los libros canónicos y el Evangelio explican el descuido del «afán de lucro legítimo» en la predicación eclesiástica. Hacerlo sin ser esclavo de la riqueza es posible si se es justo. Más no osa recomendar la  Iglesia. Fustiga a veces, eso sí, la riqueza mal habida aunque sabe usarla.  Tal vez el empresario que sinceramente quiere ser cristiano practicando la justicia y el derecho no se encuentra del todo  en su casa en la Iglesia Católica pero sí puede estar en ella. Un ejemplo: puede que un cura no esté en el fondo de su alma contento con la opinión expresada de mil sutiles modos por la sociedad respecto a su vida y misión. Pero en ella está y por ella trabaja como si estuviese en su casa aunque no lo esté.  No es la economía, es la vida…

LOS RETOS EN TIEMPOS DE CRISIS

Estamos acostumbrados a encerrarnos en tiempos de crisis en el caracol del dolce farniente y a suponer que no son tiempos para emprender nuevas inversiones. La propuesta corripiana es la contraria porque las crisis ofrecen más posibilidades y porque en última instancia el rol de los empresarios es actuar como agentes de cambio y el cambio es la única vía para salir del estancamiento o de la recesión.

     Buena parte de la discusión sobre el influjo de la crisis sobre las decisiones empresariales depende del potencial determinista que se le atribuya. Una posición extrema opina que los hechos objetivos de la crisis determinan de tal modo las posibilidad de decisiones de inversión que hay que presuponer en el empresario una posición de extrema cautela, excluyente de nuevas inversiones y centrada en administrar la crisis hasta que cambie el ciclo. El empresario sería alérgico al riesgo, lo que sorprendería a Schumpeter. La opinión contraria acepta los hechos objetivos  pero cree que el empresario auténtico que no tenga grandes problemas de liquidez suele aprovechar las oportunidades que toda crisis presenta y que crean otros empresarios más tímidos o más restringidos por problemas crediticios  que no sólo se auto exilian de futuras inversiones sino quieren salir de ellas ofreciéndolas a precios bajos. La «crisis» es eficiente no tanto por la realidad de situaciones difíciles sino por actuar desde la mente. El pánico esta más en la mente que en la realidad. Corripio confesó que algunos de sus mayores éxitos los logró comprando a bajos precios empresas dirigidas por personas con dificultades de liquidez y faltas de confianza en el futuro.

     Así será: «contra los hechos no valen los argumentos». Pero quizás lo que él tenía era liquidez abundante, no sólo espíritu de iniciativa.

     2. El acuerdo tentativo del Fondo con el Gobierno Dominicano amenaza la práctica defendida entre los bancos comerciales de prestar a personas y corporaciones con las que accionistas y administradores están «vinculados». El financiamiento a nuevos proyectos se hará mucho más difícil.

     ¿Cómo superar está limitación financiera? Corripio afirma que, para empresarios que ya han tenido éxito, la dificultad es aparente porque la práctica general de mantener una reserva de liquidez en dólares (los Bancos Comerciales Dominicanos tienen depósitos de unos 2,000 millones de dólares) obligará a los potenciales empresarios a poner su dinero (no el de otros) en inversiones nuevas o en ampliación de la existente. La rentabilidad esperada de esas inversiones sería más alta pero más arriesgada que la de esos depósitos en dólares.

     Un auténtico empresario vive de constancia y voluntad de éxito. Sí sufre de «autoexclusión» por falta de espíritu de combate deja su rol económico de ser agente de cambio.

     3. El futuro del país hace temer – esta es mi interpretación – una competencia por parte no de empresarios económicos, sino de políticos a los que el poder estatal les confiere un alto nivel de «acumulación original» y de capacidad para aprovechar las ventajas de mecanismos «institucionales» de discriminación que excluyen a los empresarios establecidos.

     Si antes fueron los empresarios los que aprovechaban al Estado ahora los políticos se han convertido en competencia de los empresarios.

     Las profundas reformas institucionales urgidas por el Fondo pueden amainar este peligro pero en todo caso el autentico empresario puede imponerse por «trabajo, estudio y constancia». Lo que no puede hacer es abandonar la batalla.

MENSAJE A LOS ESTUDIANTES

     La educación certificada será una condición necesaria para llegar a puestos importantes pero de ninguna manera es garantía de empleo económicamente satisfactorio.

     La verdad retadora, pero verdad al fin, es que muchos egresados tendrán que desarrollar sus propias empresas.

     Algo dice a Pepín Corripio y a mí que no les faltará el espíritu empresarial y socialmente indispensable para enfrentar el futuro. Bienvenido, entonces, el futuro.

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