El encanallamiento general

El encanallamiento general

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Una gran cantidad de jóvenes dominicanos humildes desea vivamente tener acceso a la abundancia en la que nadan otros grupos sociales. Las calles de Santo Domingo están llenas de automóviles costosos. En nuestro país no se ha detenido la construcción de torres de apartamentos de lujo, ni el trazado de calles para nuevas urbanizaciones residenciales. El bienestar de algunos sectores de la sociedad dominicana es “verificable” e incluso “medible”.

Hay docenas de restaurantes, todos muy concurridos, donde no se sirve “comida rápida”. Son muchas las casas que, en cualquier zona de la ciudad, podrían calificarse de mansiones. Los anuncios comerciales de televisión no cesan de persuadirnos de la necesidad de consumir. Debemos ir al spa, a las “degustaciones de vino”, al campo de golf, a un hotel de playa los fines de semana. Para adoptar ese estilo de vida es preciso ganar mucho dinero. Si no se tiene profesión universitaria, herencia paterna, negocios comerciales o empleo bien remunerado, el único camino para obtener grandes ingresos es “ligarse” o “conectarse” con mafias “elegantes” y poderosas.

La venta de tarjetas de crédito por vía telefónica es cosa bien conocida. Bancos comerciales y otras empresas financieras entrenan muchachas para el “trabajo de mercadeo telefónico”. Se nos invita a gastar en espectáculos artísticos, a consumir bebidas alcohólicas, a comprar aparatos electrodomésticos, boletos de transporte aéreo. Todos los días se publicitan servicios de masajes sedantes, tratamientos de belleza, operaciones quirúrgicas para la reconstrucción del vientre o las mamas. Nunca se nos dice que debemos ahorrar para crear un fondo de recursos para la vejez, para capitalizar y hacer inversiones productivas. Nada de eso: invertir es peligroso, pues ya han quebrado varios bancos y entidades financieras. Y la preocupación por la ancianidad no tiene sentido porque la vejez ha sido abolida. Todos vestimos camisetas de futbolista, pantalones cortos y zapatos de tennis. Además, disponemos de cirugía plástica y de pastillas de viagra.

He asistido, en el curso de diez meses, a la instalación de siete bancas de apuestas en solo tres cuadras de una céntrica urbanización. Es obvio que esos jovencitos estiman que el loto es una actividad más promisoria que el trabajo o el estudio. A veces no les queda más remedio que trabajar “en lo que aparece otra cosa mejor”. ¿Para que voy a estudiar cinco años, si al graduarme solo consigo un sueldo miserable? Tenemos las apuestas, la lotería, el lavado de dinero sucio y varias formas poco riesgosas de delincuencia tolerada. Por encima de esas actividades mucho más lucrativas que el trabajo ordinario, está la política en todas sus modalidades: encuestas de opinión, espionaje de teléfonos, propaganda electoral, contratos gubernamentales, asesoría a inversionistas extranjeros, relaciones publicas para dirigentes políticos, operaciones de canje de monedas mediante confidencias privilegiadas.

Cada semana la Cámara de Cuentas anuncia que, como resultado de esta o aquella auditoría, se ha descubierto un fraude de tantos o más cuantos millones de pesos. Los funcionarios “beneficiados” en estos desfalcos necesitan entonces ayudas especiales. Requieren de “tutores” que les guíen por el sendero de la impunidad. Existen diestros vividores que advierten a los acusados: “tú has” guisado “en grande a lo largo de todo el periodo gubernamental; yo puedo resolver “tu asunto” y “arreglar tu mundo” con el nuevo gobierno. Pero eso tiene su precio. Peor es sufrir un escándalo e ir preso. Yo puedo hablar con el procurador y con otra persona muy “bien situada” en el Palacio Nacional”. Esta podría ser rotulada como una operación de “mercado cerrado” dirigida a sobreseer un proceso judicial todavía no incoado.

El crecimiento de la población, especialmente de la más pobre, crea un forcejeo tremendo en lo que habitualmente llaman “la lucha por la vida”. Cuando el crecimiento económico es lento y las oportunidades laborales escasean, se agudiza y encrespa la presión social y la competencia por apropiarse de un pedazo del pastel de la riqueza. Empresarios y políticos han dado ejemplos funestos en los últimos tiempos. Las clases desposeídas argumentan: el rico y el poderoso venden y compran influencias y ventajas; nosotros, que no tenemos en qué caernos muertos, estamos compelidos a hacer la misma cosa. Esta manera de ver corroe la convivencia, pues todos los ciudadanos se perciben entre sí como delincuentes, en potencia o en acto. Los grupos populares han alcanzado, a través de los partidos, la participación democrática; ahora reclaman activamente la participación económica. En este proceso de cambio – político y social – estamos inmersos en la actualidad. El sonado caso de Quirino y el transporte de tantísimos kilos de cocaína, con participación policial y militar, no es más que una muestra de lo que ocurre, sin que se note demasiado, en toda la sociedad. El problema será de lenta y dificultosa solución, pues exigirá un prolongado esfuerzo por parte de los lideres políticos, empresariales, sindicales, religiosos, académicos y de comunicación. La coordinación de esas tareas comunes va a ser el gran reto del futuro inmediato de los dominicanos. Los problemas financieros, de producción, de inmigrantes, de seguridad, son, ciertamente, grandes problemas que confrontamos todos. Ninguno de ellos es mayor que el de la relajación de las normas civiles y el encanallamiento general.

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