El encuentro con el Embajador Alberto Castellar

El encuentro con el Embajador Alberto Castellar

El pasado miércoles 26 de febrero, en una de las salas de la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña”, el Embajador de Venezuela en República Dominicana, Alberto Castellar, tuvo el espacio de reflexión e intercambio abierto y respetuoso que merecen él y el digno país que representa, y la República Dominicana, tierra de Juan Pablo Duarte, las Mirabal, Narcizo González, Mamá Tingó, Gregorio Urbano Gilbert, Juan Bosch y la lucha de 1965.

No se trató de un encuentro protocolar más, de esos que algunos representantes extranjeros efectúan ciertas veces al año, en formato de eventos privados, a los cuales sólo se accede con invitación personalizada, selectiva y, además, se prestan de escenario para dar cátedra y lecciones de cómo organizar y dirigir este país, independiente y soberano desde hace 170 años y reafirmado con la gloriosa Revolución Restauradora.

Fue, a nuestro juicio, un hecho poco común: el de un embajador acreditado que va, sin condicionamientos ni agendas previamente pactadas, a encontrarse con ciudadanos dominicanos interesados en conocer, de primera mano, una visión alternativa sobre la verdad de una nación que, por estos días, no deja de ser noticia.

Ante un público abierto y plural, invitado a través de las redes sociales, sin distinción ni cortapisa alguna y con entrada absolutamente libre, el Honorable Embajador de la República Bolivariana de Venezuela, Alberto Castellar, hizo un pormenorizado recuento de la historia más reciente de su país, de las razones de este nuevo brote de violencia en su patria y de ciertas fuerzas oscuras que se mueven tras el mismo. Con absoluto dominio del tema, con estadísticas y ejemplos oportunos y una lógica profunda, el señor Castellar no dejó ningún tema sin abordar, ni pregunta alguna sin responder, que fueron más de una docena, incluyendo la de una niña de tan sólo ocho años de edad.

Ese es el tenor que debe tener el trato a todos los países del mundo, especialmente a los latinoamericanos y los que día a día reafirman solidaridad con los dominicanos. Los hijos e hijas de Caamaño, Fernández Domínguez, Manolo Tavárez, las víctimas de abril de 1984 y María Trinidad Sánchez, han de ser sostén del debate respetuoso y civilizado, para llegar a la verdad y la razón con sentido de humanidad.

El numeroso público presente formuló sus preguntas e hizo sus comentarios, aplastantemente de condena a la violencia injustificada y las acciones golpistas. Pero incluso aquellos que criticaron o mostraron su disenso respecto del Gobierno que representa el señor Castellar, fueron recibidos con altura y respeto. No hubo insultos, no hubo descalificaciones, no hubo epítetos denigrantes, nadie adoptó actitudes fundamentalistas.

Gracias, señor Alberto Castellar, Honorable Embajador de la República Bolivariana de Venezuela, por brindar la oportunidad de compartir en humildad, decoro, franqueza y espíritu dialogante. Y cuánto orgullo ver al pueblo dominicano, siempre altivo y con perspectiva crítica; el mismo pueblo víctima de atroces campañas sucias como la de Lyndon B. Johnson, cuando aseguró que los constitucionalistas y demócratas dominicanos de abril de 1965 eran “comunistas que marchaban con cabezas cortadas, ensartadas en lanzas”.

Las preguntas que quedan en el aire son: ¿Cuántos representantes establecidos en los países de América Latina son públicamente accesibles y, en lugar de dar órdenes o cátedras de buena conducta, están disponibles para solidarizar con nosotros y rendir cuentas de la situación en cada una de sus naciones y sobre las políticas de sus autoridades? ¿Cuáles gobiernos de la región y del mundo están verdaderamente abiertos al diálogo horizontal, transparente y sin condicionamientos, tanto a lo interno de sus Estados como con los ciudadanos del orbe, sin poner barreras ni reprimir el debate? ¿Cuánto de lo que sabemos hoy de Venezuela es  información y cuánto es propaganda?

Merecemos, los pueblos de América, encontrarnos como nos encontramos con el Embajador Castellar. Debemos tener derecho a la paz, al diálogo fraterno, justo y compresivo con los hermanos, única garantía de vida duradera. Esta nación lo sabe por experiencia propia, al ver a los sembradores del odio y la discordia terminar anexando la República. Bien lo dijo Juan Pablo Duarte: “Sed justos es lo primero, si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y sed unidos, y así apagaréis la tea de la discordia y venceréis a vuestros enemigos, y la patria será libre y salva”. Y dijo Juan Bosch: «Nosotros somos una tierra pequeña, que sólo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad»

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