El erotismo de Bolívar

El erotismo de Bolívar

Entre María Teresa del Toro, Manuelita Sáenz y Fanny du Villars, se repartieron los amores más profundos del Libertador Simón Bolívar. Bolívar si libertó a muchos países, en cambio esclavizó, a su capricho, muchos corazones femeninos en la accidentada ruta de su inmarcesible gloria.

Nació en 1783 y murió en 1830. Es decir, vivió pocos años pero cargados de emociones extraordinarias.

Alternó su difícil carrera militar dándole la independencia a muchos pueblos, con incontables amores pasajeros, volcánicos, vibrantes y emotivos, porque «placía a sus pasiones voluptuosas, olvidar los laureles por las rosas, y la gloria por el vals. Y pronto a la embriaguez de las caricias, entre hermosuras al placer propicias, plantaba su vivac», según explica en su acertado canto poético el gran vate venezolano Andrés Mata.

Este hombre, Bolívar, de excepcionales condiciones, no se andaba por las ramas cuando perseguía algún propósito, ya fuera éste el de aniquilar al enemigo en la guerra, o el de conquistar el corazón de alguna mantuana aristocrática o el de cualquier mujer humilde resplandeciente de belleza que llamara su atención.

Bolívar se inició en románticos y graves juegos del dios Eros con sus primas las Aristiguietas. Señorito rico, desde temprana edad conoció los complicados laberintos del amor.

En Jamaica estuvo a punto de ser asesinado. Lo salvó su incontenible sexualidad. Abandonó, una noche, su hamaca en busca de las caricias de una mulata de origen tropical. El asesino clavó su puñal en la hamaca donde creía se encontraba Bolívar y mató al amigo del Libertador Félix Amestoy.

En Haití, su líbinide comulgó con negras de lustrosa piel oyendo el rítmico tambor del vudú.

En su expedición que salió de allí hacia la isla Margarita, para luego invadir a Venezuela, le acompañaban la señorita Pepa y la pelirroja Isabel Soublette, ambas amantes del Libertador.

Cuando las tropas dirigidas por Bolívar fueron perseguidas por el sanguinario Boves, desde Caracas hasta Barcelona, Bolívar contó con el femenino acompañamiento correspondiente a su naturaleza eminentemente erótica.

En Los Llanos de Venezuela también le acompañaron bellezas que le hacían plácidos los momentos de descanso en el rudo batallar contra el enemigo español.

El Libertador convirtió poco tiempo con María Teresa del Toro, porque ella murió víctima de unas fiebres. Fue un duro golpe para su corazón enamorado. Años después, recordando esa trágica experiencia, Bolívar comentó: «Quise mucho a mi mujer y a su muerte juré no casarme jamás. He cumplido mi palabra».

Con Manuelita Sáez, se ligó más estrechamente que con ninguna otra. Pero no la quiso con más profundidad. Fueron amores turbulentos, guiados por el carácter veleidoso de la Sáenz.

Con Fanny du Villars, el idilio tuvo ribetes más románticos porque estaban fijados en el recuerdo. En una carta enviada por Fanny un cuarto de siglo más tarde de su encuentro con Bolívar en París ella le confesaba que le perseguía su recuerdo tenaz.

Pocos años después de recibir El Libertador aquella carta, ya próximo a morir «víctima de inmenso dolor y presa de infinitas amarguras», volvió a leerla frente al Mar Caribe en la quinta refugio de San Pedro Alejandrino en Santa Marta. Bolívar conmovido clavó la vista en el confín arcano y rompió a sollozar.

Así terminó la vida de quien hizo de la libertad en América un auténtico símbolo y quien se desbordó en amoríos incontenibles en su vida cuajada de grandezas.

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