El virus inoculado en los últimos tiempos en la anatomía del deporte de alto nivel y profesional con su pesada carga de mercurialismo, corrupción, dopaje y manipulación, sumó un escandaloso nuevo episodio con la reciente acusación de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) contra la Federación Rusa de Atletismo, por la supuesta aceptación de dinero y encubrimiento de competidores que utilizaron sustancias prohibidas, dejando entrever asimismo la implicación del gobierno del presidente Vladimir Putin.
Como resultado de una apresurada investigación de cinco días a cargo de una comisión designada por la AMA -tras un enorme cruce de informaciones y alegatos de defensa de las autoridades deportivas y oficiales del Kremlin-, su informe concluyó recomendando a la Federación Internacional de Atletismo (IAAF por sus siglas en inglés) la suspensión del organismo ruso, el retiro de la acreditación de su laboratorio antidopaje y la suspensión de por vida de cinco atletas y cinco entrenadores.
La grave imputación tomó como elemento base un documental revelado por la televisión alemana, que lo describió como un dopaje ultra secreto del oscuro universo del atletismo. Algunos influyentes medios de prensa estadounidenses y británicos reseñaron que se temía que el escándalo llegara a superar los sonados casos de corrupción que sacudieron en los últimos años al Comité Olímpico Internacional (COI) y a la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA).
Pero la IAAF, a sabiendas de los grandes interés económicos y políticos en juego, así como la cercanía de los Juegos Olímpicos en el 2016 en Río de Janeiro, Brasil, se cuidó ante la recomendación de la AMA, al decretar una “suspensión provisional” que a todas luces parece dejar abierto un espacio para buscarle una solución salomónica al caso, tomando en cuenta la importancia del estado ruso, una de las potencias históricas del deporte global y sede de la próxima Copa Mundial de Fútbol en el año 2018.
Las autoridades rusas se han animado, prometiendo realizar profundos cambios, al anunciar la puesta en ejecución de un plan que incluye la designación de un nuevo presidente de la federación nacional de atletismo, con la meta de que se le permita en un lapso de tres meses el levantamiento de la suspensión de su organismo y la participación en los Juegos de sus atletas limpios.
La mejor muestra para saber que se buscará un arreglo fueron las declaraciones del Presidente del COI, el inglés Thomas Bach, quien dijo sentirse confiado en que Rusia implementará las reformas necesarias en su programa antidopaje para que se revoque la suspensión de sus atletas para participar en los Juegos Olímpicos de Río.
El ministro ruso de Deportes, Vitali Mutko, fue enfático al sostener que el dopaje es un problema que no conoce fronteras, y en verdad es un problema que está generalizado en el mundo del gran deporte y una consecuencia de la carrera por el gran dinero.
Esta fuerza mercurialista fue la que decretó la “muerte” del aficionismo en el movimiento olímpico a finales del siglo pasado, bajo la égida del entonces presidente del COI, el español Juan Antonio Samaranch, al borrar el artículo de la Carta Olímpica que definía la condición amateur de los atletas, estableciendo una clara diferencia con los atletas profesionales. Del romanticismo neo-coubertiano se saltó al pragmatismo del gran negocio del deporte con la incursión en los Juegos Olímpicos de los íconos del deporte de paga y las firmas comerciales. Hoy en día el COI es inmensamente rico, y muchos atletas de esa vertiente procuran extraordinarios resultados valiéndose de cualquier medio sin importan las consecuencias. De ahí que podamos comprender esta ola de irrefrenables escándalos de la actualidad.