El escepticismo en la ficción teórica: el caso de Pastor de Moya

El escepticismo en la ficción teórica: el caso de Pastor de Moya

POR DIÓGENES CÉSPEDES
A partir del fracaso del comunismo, Occidente vive una “era del vacío”, “el final de la historia”, es decir, “el último Apocalipsis” y no hay salvación a la vista, a menos que el ser humano vuelque sus energías en la sociedad postmoderna o postindustrial.

El escepticismo de Pastor de Moya es más tolerable que el cinismo que se desprende de la cultura light y de la teoría y práctica literaria que los cobija. En cambio, el psiquiatra Rojas plantea la diferencia entre ambos: “El cínico es de un pragmatismo atroz; hace lo contrario de lo que piensa, va a lo suyo con procacidad y carece de moral. Por el contrario, el escéptico es más honrado, piensa que es imposible alcanzar la verdad, pero respeta a los que dicen poseerla o buscarla.” (p. 42) Pastor de Moya es escéptico sin saberlo, aunque reivindique el cinismo como único medio para combatir el enanismo cultural y político criollo.

Mi tarea de presentación del libro de Pastor de Moya es una operación ambigua. En primer lugar, porque su título poético, Altares y profanaciones, no suena a teoría o, al menos, para quienes no creen en esta, a ideas o nociones. Más bien suena a metáfora religiosa, pero no hay que buscar esta dimensión mítica en el autor, sino en la más cruda y real, la de los dioses de la literatura y la crítica y en la labor de desacralización que cree emprender Pastor de Moya en contra de esa ideología. ¿Quiénes son esos dioses literarios a los cuales Pastor desea bajar de las peanas? ¿Logra el autor su objetivo con semejantes blasfemias? ¿Por qué ha preferido este modo metafórico de enfrentamiento en vez de la manera cruda que se da en lo social cuando se designa al adversario? ¿No gusta más al público lector que asiste al redondel literario que le diga el autor o crítico los defectos del libro de Perico Pérez en vez de las consabidas reticencias y concesiones que como plaga eufemística se muerden la cola antes de que el juego adivinatorio nos fatigue?

¿Es el eufemismo un miedo al toro que como dios consagrado ocupa el altar mayor de la literatura?

En la mayoría de los casos, como la literatura es una institución ideológica, aunque las obras no lo son, los dioses y las diosas que ocupan los altares han sido puestos ahí por los poderes fácticos, ya sean los del propio autor que ha logrado pasar por buenos unos libros sin valor literario, ya sea por el poder político de los cofrades del llamado escritor que premian de esa manera un servicio rendido a estos para alcanzar su objetivo estratégico: es decir, la toma del poder y sus instancias.

El libro, semiartesanal, está divido en dos partes: Altares, que consta de 15 textos que el autor llama “en trance”. ¿En trance de qué? ¿De ser? Amén, son provisionales. La segunda parte, titulada Profanaciones, consta de dos subdivisiones: la primera titulada “La Musaraña”, compuesta de seis textos y la segunda, titulada “Para leer y fumar debajo del agua”, que consta de tres entrevistas imaginarias con Tony Raful, Cayo Claudio Espinal y Andrés L. Mateo. ¿Son estos nombres de la vida real un pretexto de la ficción teórica, como en los diálogos de Platón, para darle un carácter de verosimilitud a la entrevista y crear en el lector la ilusión de que las ideas corresponden a esos escritores cuando en verdad son una parodia del autor de la obra? Trataré de dar respuesta a estas interrogantes y si no, peor para el autor.

La estrategia del libro de Pastor arranca desde la página 7: rechazo de los contravalores de la sociedad y la cultura light: el ego inflado, la deslealtad postrera, la ingratitud risueña y descarnada, la solidaria insolidaridad del hombre en su afán por trepar al árbol seco. ¿Cuál es la solución que propone el autor? : “Solo nos queda apelar (o soñar) con instaurar un día la aristocracia de la ternura, la poesía y el amor como única panacea hacia el horizonte humano.” Pastor menciona al hombre en este fragmento. Sólo en la página 8 corregirá esa mala pasada de su inconsciente, al incluir a la mujer. Y menciona el amor como bálsamo, pero ¡cuidado!, el amor tiene una política y una estrategia que no se confunden con el amor pasional creado por los trovadores y que todavía reina en Occidente.

¿Con cuáles medios cuenta el autor para lograr esta hazaña, enunciada hace menos de un siglo por Darío y luego por Rodó y repetida luego por los epígonos del positivismo autoritario? Los adversarios de aquella época eran de peso y son los mismos de hoy. Pastor los identifica, sin pensar en las consecuencias: “Ahora que es monga y dilatada la vista, sería preferible regresar a Diógenes y sus compinches onanistas y zoofílicos para poder vivir con esta bola de mierda en que la globalización y la postmodernidad_” Conjeturo que lo artesanal le ha jugado una mala pasada a Pastor: la expresión “en que”, debió convertirse en “que es”, a fin de que el resto de la frase adquiera su pleno sentido político: criticar la ideología y la práctica política de la globalización y el postmodernismo, “asumiendo sus pretensiones de nulidad, en su expresión más sórdida.”

¿Pero se logra esto volviendo a Diógenes y los cínicos? Según la definición del psiquiatra Rojas, no. El prefirió, entre dos males, el menor: el escepticismo. La posesión de la verdad que el condescendiente escéptico puede reconocerme, no es la verdad personal o individual establecida por el relativismo del sujeto light. Este tipo de verdad es utilitaria. En la que creo es en la que nace de la amplia cultura que le permite al sujeto deslindar entre las creencias y la producción de conocimiento. Las creencias, las ideologías, los mitos y los estereotipos o clichés son un peso muerto y esclavizan; el conocimiento convierte al sujeto en un ser libre.

Esta esclavitud  es la que rechaza y critica el libro de Pastor. Él identifica a los sujetos de la globalización y la postmodernidad: “los asesinos de trenes y los que achican (como reses) la palabra escrita y su perfume.” Son los sujetos lights: “los que prefieren la página deportiva a la fragante literatura.” Esos mismos sujetos frívolos son los forman el pozo de los “suplementos literarios”. (p. 8) Asimismo, en la página 9 llamará por su nombre a la única concepción artística y literaria que acompaña a la globalización y al postmodernismo: el arte y la literatura light. Es necesario que Pastor diga arte y literatura. Porque el arte son las prácticas que no usan el lenguaje y su análisis corresponde a la semiótica, mientras que de las obras literarias, hechas con los signos del sistema de la lengua alojados en el cerebro humano, se ocupan las poéticas, exitosas unas, fracasadas otras, dependiendo de la teoría del lenguaje y la historia que posean.

Para Pastor el asunto de escribir, sea ficción o sea teoría, es un asunto de transformación. No sé con cuál teoría del signo, del lenguaje, de la historia, del sujeto y del poema lo ha dicho. Hace tiempo que se llevó para el Cibao, clandestinamente, una bomba de dinamita: un librito titulado Crisis del signo. No sé cómo le habrá ido con esa lectura que espanta a las hormigas, a los toros, a los elefantes y a las vacas epilépticas, y por qué no, a los enanos. Todos estos nombres son metáforas teóricas equivalentes al sujeto light. Lo ha dicho así el autor: “Quien no dé una pequeña cuota de sacrificio en la transformación de su ambiente para que este pueda ser un espacio más digno, cultural y educacionalmente, corre el riesgo de que lo asusten los elefantes y se lo coman las hormigas o de convertirse en un toro o en una vaca sagrada y epiléptica.” (p. 109) Tampoco sé si Pastor se ha procurado el antecesor de Crisis del signo: otro librito de unas 175 páginas titulado Para la poética.

Me ha gustado en “Semiótica de la enfermedad”, p. 11, esta proposición: “los nuevos estrategas de la poesía periodística publican para celebrarse e incluirse ellos mismos”. Y conjeturo que se refiere a las antologías que escriben, puesto que más abajo Pastor dice que “no sólo la historia de la poesía dominicana agoniza ante el delirio de sus propios temblores”. El problema de estas metáforas teóricas radica en que uno puede hacer una lectura ambigua. Siempre me voy a lo específico de este discurso crítico: lo literario. El autor aclara contra quién dirige su afirmación: “Uno de los ejemplos más palpables se tipifica en la llamada generación o promoción de los 80, donde un solo escritor con tesis sabía a cabalidad lo que estaba manejando.” (p. 12) Esa epidemia, al parecer, ha llegado al Cibao, pues ya encontramos antologías donde el autor se incluye y, demás lo justifica. Para Pastor este gesto de la generación de los 80 a lo más que la llegado es a una “poética asmática” con sus derivados de la crónica y la historia de la literatura, pero que nada han “aportado a la poesía y al poema”.

En efecto, parece que Pastor sí leyó Crisis del signo. Y con provecho, pues en “Respiración y velocidad en la obra de arte” critica a quienes definen el ritmo como sinónimo de respiración y  velocidad. Aunque no fueron solamente los estructuralistas en el siglo pasado, sino todas las poéticas metafísicas, desde la Antigüedad hasta el presente.

En “El perfume del mago” (p. 21), Pastor apostó a la poesía y la belleza, pero ambas son ideologías. En cambio, el poema y el ritmo son el valor, el oro del mago o el perfume, para usar la metáfora teórica del autor. Sólo el poema puede hacer lo que Pastor quiere que haga la poesía, es decir, mitigar las soledades. Puede hacer eso y mucho más, pero la poesía no, puesto que no es discurso, sino la etiqueta que engloba de todos los poemas de nuestro planeta.

“Los inocentes” (p.26) es un manifiesto en contra de la literatura de tesis, la cual se define casi siempre por su carácter de “refritas traducciones de filósofos recitadores de citas”. Pastor entiende que los concursos literarios o artísticos sólo deben servir de estímulos, nunca de escándalo ni de envidia. Recusa a los jurados formados por profesores a causa de que son sordos al arte, ya que “cuando no defienden su grupo asumen preferencias” que engendran al mismo tiempo “monstruos admirables.”

Uno de los puntos candentes de todo libro teórico es la relación con el poder. Los enanos simbolizan el poder y sus instancias en “Los intelectuales, el poder y los enanos” (p. 31-33) y en “Trance dilatado” (p. 34), aunque Pastor habla en “El jardín de los enanos” (p. 30) de una recuperación de la revuelta a partir de Nietzsche por entender que esta última “conspira contra todo lo que se convierte en poder.”  En “Los diez mandamientos del artista en trance” (p. 37), es la rebeldía la que ha sido recuperada. Ni esta ni la revuelta cambian el poder que combaten. Al contrario, lo refuerzan. Sólo la revolución cambia la especificidad del poder y sus instancias, tanto en el plano social como en el cultural, el artístico y el literario. Pero ¡mucho cuidado!, porque cuando el ritmo orienta los sentidos de la obra de valor literario en contra de las ideologías de época, no se trata de una revolución, como la que puede darse en el plano social, sino de una transformación. En el plano de lo poético no puede hablarse nunca de revolución. La revolución es un concepto político, una ideología, pues. Su paso a lo político-social es un uso metafórico.

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