POR LEÓN DAVID
1. Eres, sin discusión, uno de los más importantes autores de relatos contemporáneos de nuestro país… ¿Podrías contarnos cómo te iniciaste en los menesteres de la literatura y por qué te consagraste especialmente al género del cuento?
Aunque mi primera obra fue la Antología de la literatura dominicana (1972), elaborada con fines didácticos cuando enseñaba español en bachillerato, cuatro años antes había escrito una colección de cuentos que por fortuna nunca llegó a publicarse, pues consideré que la huella de Bosch era demasiado notoria. Así que resolví no apresurarme y desde entonces permanece archivada. Previamente a la aparición de la antología, salieron varios artículos míos, de historia y sociología, en la antigua revista Ahora. El cuento, no obstante ser un género de tantas exigencias técnicas, constituye para mí una vía ideal de expresión, ya que la intensidad y la síntesis no son simples artificios, sino recursos que se logran a base de oficio y ejercitación constante. A partir de estos criterios y de atentas lecturas de los grandes maestros del cuento de todos los tiempos y latitudes, he ido escribiendo mis libros.
2.¿Qué significa para ti escribir?
Escribir es una búsqueda, un modo de conocimiento personal y de lo que nos rodea, una aventura del lenguaje, una forma de transgredir la realidad y transformarla a través de la palabra. Octavio Paz dijo: Escribimos para ser lo que somos y para ser aquello que no somos. En uno y otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontrarnos señal de creación, descubrimos que somos un desconocido. Soy escritor de ficciones porque no puedo remediarlo, por esa compulsión obsesiva que me obliga a vencer el cerco de la soledad del que escribe. El cuentista, como el novelista, crea nuevas dimensiones a fuerza de imaginación, observación y experiencia, que son, como aseguró William Faulkner, tres condiciones indispensables del cuentista.
3.¿Estás satisfecho con lo que hasta ahora has publicado? ¿Qué respuesta ha tenido tu obra entre el público lector?
Si estuviera satisfecho, mi labor de escritor habría terminado, pero no lo estoy. Creo que uno jamás debería conformarse con lo realizado, ya que, mientras hay lucidez y energía, se camina en pos de esa obra inalcanzable llamada a superar las anteriores. El público lector, tanto aquí como en el extranjero, se muestra muy generoso y la recepción de mi obra por lo general ha sido positiva. Sólo en Puerto Rico se han publicado dos antologías, con buena acogida entre los lectores: El sabor de lo prohibido (Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993) y Presagios de la noche (Editorial Isla Negra, 2005), que pronto circulará en Santo Domingo, subsanando, en parte, la ausencia de mis cinco colecciones de cuentos, todas agotadas.
4. La doctora puertorriqueña Nívea de Lourdes Torres Hernández dio a la estampa recientemente un libro en el que analiza tu cuentística. ¿Qué puedes comentarnos al respecto?
El libro de Nívea Torres Hernández, profesora de la Universidad de Puerto Rico, titulado El enigma de las máscaras. La cuentística de José Alcántara Almánzar (2002), surgió de su tesis doctoral. Es una obra en la que explica mi obra cuentística desde los más variados ángulos del neorrealismo social a lo grotesco, de la caracterización psicológica a lo fantástico, con revelaciones que a mí mismo me sorprendieron, por la penetración y la agudeza de sus análisis.
5. Háblanos de cómo ha evolucionado tu quehacer literario desde sus comienzos hasta el día de hoy.
En términos de títulos, después de la mencionada antología publiqué tres libros de cuentos: Viaje al otro mundo (1973), Callejón sin salida (1975) y Testimonios y profanaciones (1978). En 1979 lancé una extensa obra de sociología de la literatura: Estudios de poesía dominicana. Cuando ingresé como jurado de los Premios Siboney (1980), estructuré la antología Imágenes de Héctor Incháustegui Cabral, en homenaje al gran escritor banilejo, que había sido como mi padre y a quien tuve el privilegio de sustituir en dicho jurado poco después de su muerte.
En 1983 vio la luz Las máscaras de la seducción (Premio Anual de Cuento), y en 1984 otro libro de ensayos: Narrativa y sociedad en Hispanoamérica. Escribí La carne estremecida (1989, Premio Anual de Cuento), cuando era profesor Fulbright en los Estados Unidos. Posteriormente vinieron otros dos libros de ensayos: Los escritores dominicanos y la cultura (1990) y La aventura interior (1997), así como una antología en cuatro tomos, en colaboración con Manuel Rueda, cuya segunda edición lleva el título de Antología mayor de la literatura dominicana. (Siglos XIX y XX). Poesía y prosa. A fines del año 2003, apareció Huella y memoria. E. León Jimenes: Un siglo en el camino nacional (1903-2003), libro en el que se narra la historia de una familia y un sueño empresarial convertido en realidad y que realicé en colaboración con Ida Hernández Caamaño, mi esposa.
6.En lo que ataña e tu creación, ¿qué importancia das a la figura de don Manuel Rueda?
Manuel Rueda lo he repetido muchas veces es el artista más grande que ha dado este país. Él forma, junto a Pedro Henríquez Ureña y Juan Bosch, una trilogía de escritores indispensables y de enorme trascendencia contemporánea dentro y fuera del país. Es cierto que la ingratitud a menudo sepulta bajo un incomprensible olvido a nuestros más altos valores, por lo que no es de extrañar el silencio de mucha gente que fue beneficiaria directa de su magisterio, ni la aparente indiferencia de los envidiosos crónicos. La Fundación Corripio, por suerte, trata de remediar esa injusticia con la reedición de sus obras agotadas, o la publicación de las inéditas (Luz no usada, 2005). Cuando se aplaquen las pasiones y seamos capaces de enjuiciar su obra prescindiendo de su persona, de seguro que se le colocará en el sitial que le corresponde.
7.También te valoro como agudo crítico y analista cultural… ¿Qué juicio te merece la crítica que actualmente se gasta en nuestro país?
Como me incluyes entre los críticos de nuestro país, prefiero no emitir ningún juicio. Ya se sabe que no conviene ser juez y parte al mismo tiempo. Por lo que me limitaré a repetir una perogrullada: la verdadera crítica, con sus reflexiones y análisis, sin duda contribuye al desarrollo de las letras en cualquier país. La fecunda presencia de Pedro Henríquez Ureña en México y Argentina, por ejemplo, debido a su extraordinaria labor durante muchos años en ambos países, dejó un nutrido grupo de brillantes escritores que reconocen en él a un maestro. Él defendió ideales que no han perdido vigencia y de los que por desgracia hemos ido alejándonos, pero su prédica está ahí, viva e iluminadora, presta a guiar nuestros pasos, por lo que aconsejo leerlo, o releerlo con atención, en busca de sus sabias orientaciones.