Decir que la crisis que padece Bolivia actualmente está íntimamente vinculada a la candidatura republicana para las elecciones de Estados Unidos podría lucir como una exageración.
Sin embargo, la administración Bush evidentemente andaba en busca de alguna victoria política internacional para reanimar la candidatura de McCain. Las cotidianas derrotas en Afganistán e Irak ya no pueden ser disimuladas. Y apenas les quedan dos meses para que las elecciones tengan lugar en un ambiente de quiebras financieras y fracasos militares.
Los que elaboran planes de dominación continental consideraron que las sucesivas victorias de candidatos progresistas en América Latina tenían que ser puestas a contramarcha. La simultaneidad de varios gobiernos con nuevos grados de libertad era más de lo que El Norte podía soportar. Y decidieron entonces asumir su tradicional papel de subversión contra los cambios políticos en el patio trasero. Sus estrategas orientaron entonces las acciones hacia el que suponían era el eslabón más débil de la cadena sudamericana: Bolivia.
Fue así como se elaboró un plan estratégico que sería aplicado de manera escalonada. Diversas variantes se tomaron en cuenta para que, según los resultados, fueran adecuándose. Pero los contratiempos no se hicieron esperar y lo planeado en Washington, en confabulación estrecha con los sectores más radicales de la derecha boliviana, empezó a fracasar.
Lo primero fue que el referendo revocatorio de agosto de 2008 en el que se apostó a que Evo Morales no alcanzaría el 50% de los votantes se estrelló contra una realidad que la derecha no había querido aceptar. El presidente Morales reafirmó su mandato constitucional alcanzando, luego de dos años y medio de gestión, 67.41% de los votos; un 15% más que los que lo llevaron a la Presidencia. La derecha secesionista sólo tenía para ostentar que, gobernando Bolivia por 183 años, habían podido llegar al penúltimo lugar en la escala de pobreza, superado solamente por Haití.
Esta victoria rotunda de Evo Morales enfureció a separatistas estadounidenses y bolivianos. Se tornaron más agresivos porque el próximo paso del gobierno boliviano sería que la nueva Constitución de la República, previamente aprobada por la Asamblea Constituyente, fuera sometida a un plebiscito universal. Lo evidente era que, si Evo había aumentado su votación del referendo en un 15%, para el plebiscito las expectativas del voto serían mayores. Fue así como los secesionistas plantearon la violencia como única forma de frenar a la naciente democracia boliviana.
Tenían que impedir que se consolidara un nuevo bloque histórico, indígena por demás, en el poder político de la nación. Y empezaron las violentas provocaciones y agresiones realizadas por mercenarios paramilitares. Ninguna de esas movilizaciones fue espontánea ni popular. Fueron bien planeadas y mejor abastecidas por los separatistas. El odio racial hacia Evo y los indígenas parecía copiado de los colonialistas españoles del siglo dieciséis. La guerra étnica estaba siendo llevada a extremos. Lo viejo se resistía a morir y lo nuevo enfrentaba grandes dificultades que trataban de impedir su nacimiento.
El pueblo boliviano respondió enérgicamente respetando las reglas de la democracia representativa. Las Fuerzas Armadas bolivianas no se dejaron arrastrar hacia la trampa de violentar el orden constitucional. Y los gobiernos sudamericanos, amigos de la constitucionalidad, salieron a defender lo que ese pueblo se había dado democráticamente. De ahí la reunión de UNASUR en la que los Presidentes de Sudamérica dieron total respaldo al gobierno constitucional de Bolivia. Acordaron asimismo un llamado al diálogo con los secesionistas que estuvieran dispuestos a conversar para resolver constitucionalmente las contradicciones.
Las subestimaciones en que incurrieron la derecha boliviana y la administración Bush en relación con Evo Morales y su gobierno han sido notables. La consigna fue, desde el principio, derrocar al indio pero, para lograr esa meta, necesitaban de los indios que apoyaban a Evo y se movilizaban a favor del gobierno que se habían dado libérrimamente. La apuesta por la secesión de varios Departamentos bolivianos, basada en la experiencia de Kosovo, no pudo ser peor enfocada. Se equivocaron también cuando pensaron que una sublevación terrorista de la derecha, con abundante derramamiento de sangre, atemorizaría al pueblo y a sus gobernantes.
Y, por los resultados, todo parece indicar que el eslabón más débil ha resultado ser el más fuerte.