El eslabón perdido y el gen de la sinvergüencería

El eslabón perdido y el gen de la sinvergüencería

Para justificar nuestras malas acciones vamos desde error inconsciente hasta la mentira  perversamente elaborada. Luego de una mentira o error inicial, vienen los argumentos y las racionalizaciones, y  “por ahí María se va”.

Los hombres de ciencia y de letras tampoco escapan de esa tendencia, y suelen plegarse a gobiernos, poderosos y a grandes intereses, callando ante las falsas “verdades oficialmente sustentadas”.

Para justificar desviaciones conductuales, cuyas causas son sociales y culturales, buscan en laboratorios, con microscopios y vasijas de pruebas, los supuestos o imaginarios genes de los talentos, de la esquizofrenia, y seguramente, el machismo, el racismo y el alcoholismo y otras aberraciones. Hitler patrocinó investigaciones sobre la superioridad de los alemanes, principalmente sobre los judíos y los negros.

Esto, que además les pareció siempre muy razonable  a muchos pseudo blancos de nuestras latitudes, mereció, no solo ser demostrado por la ciencia, sino que obligó a una declaración de las Naciones Unidas contra esta mentira racista.

Pero hay quienes insisten en buscar en los genes, y no en el corazón y en la mente, los motivos de nuestros desatinos. Afanosos de encontrarlos, porque así resultaría que la culpa de todo lo malo que hacemos no la tenemos nosotros sino Dios, por hacernos con esos defectos de fabricación.

Quedan así absueltos los líderes mundiales que destruyen el medio ambiente, los gobernantes corruptos  y aquellos que cada día los justifican, incluidos científicos y letrados. Por eso mismo andan detrás del eslabón perdido, un tipo de humanoide, que no es exactamente un hombre, ni exactamente un mono.

Refiriéndose al asunto Konrad Lorenz, citado por  Saramago, dijo que no se perdiera el tiempo en eso, puesto que nosotros,  los humanos (o humanoides) de hoy, somos eso, algo que se parece al hombre pero que no llegamos más que a su caricatura, a una pobre semejanza. O sea, que lo que falta es el hombre, esto es, el terminal de la cadena.  Los de nuestra “especie”, a lo más que llegamos es al hombre carnal (y carnívoro), lejos aún del hombre espiritual, que sería a semejanza de Dios.

Para llegar ahí hay que buscar la verdad, no en un laboratorio, ni en un bar, ni en una caverna ni en una “cava” (por mejores que sean los  vinos); pero en la revelación, en la “la verdad que nos hace libres”. Es en la verdad y en la libertad en donde se produce “el hombre”.  “He aquí el hombre” (Ecce homo), dijo Pilato, proféticamente, cuando se miró en los ojos de Jesús _ “A este es al que hay que parecerse. A este es al que debemos buscar” – pensaría, probablemente, para sus adentros.

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