El espacio de la memoria, del tiempo recuperado al imaginario social

El espacio de la memoria, del tiempo recuperado al imaginario social

EL PAIS/ Fundación Corripio, Premia diferentes personalidades en diversos renglones En foto Frank Moya Pons cuando recibia su premio. Hoy Alcides Campos. 26-11-08

En el imaginario social de un pueblo, en los discursos que marcan su identidad, en los relatos del pasado que operan como marcadores del tiempo vivido, aparecen los espacios de la memoria. Son lugares a los que viaja el pensamiento para buscar la explicación de acontecimientos que han definido el discurso ontológico. En el caso dominicano, este espacio revisitado es el de las devastaciones de Antonio Osorio en 1605-1606, que despobló tres ciudades de la zona norte de La Española.

El discurso historiográfico ha construido y reconstruido los acontecimientos para darnos cierta visión de los hechos y, a la vez, derivar conclusiones que han pasado al imaginario social (Castoriadis, 2007) que opera como un detonante del discurso identitario.

Los primeros historiadores dominicanos presentaron el problema: detengámonos en los románticos: Antonio del Monte Tejada (Historia de Santo Domingo, La Habana, 1853, Santo Domingo, segunda edición 1890, tercera edición 1952) y José Gabriel García («Compendio de la historia de Santo Domingo”, 1893, segunda edición 1968). 

El primero escribió desde una hacienda en las afueras de La Habana su historia de Santo Domingo; el segundo, empinado en formar la nación en el relato histórico, fue un Michelet del Caribe; su relato de la historia tuvo como finalidad presentar las aventuras de la formación de una nación liberal dominicana.

Pero los relatos y las huellas de los acontecimientos que originaron la República de Haití y la división de la isla en dos naciones, fueron archivados y clasificados en el Archivo de Indias. Fue el historiador positivista Américo Lugo quien realizó el estudio de archivo a principios del siglo XX y quien más tarde organiza el relato en su “Historia de Santo Domingo (desde 1556 hasta 1608)”, publicada en 1952.

Al archivo de los documentos de Lugo, hoy Colección Lugo, le siguieron “Devastaciones de 1605 y 1606 (Contribución al estudio de la realidad dominicana)”, CT, 1938, de Manuel Arturo Peña Batlle y su importante ensayo histórico, “La isla de la Tortuga” (1951, 1977).

La obra de Peña Batlle constituye el ejercicio más detenido en esos acontecimientos y el que mejor mira la situación en el plano internacional. En la primera, Peña Batlle, luego de criticar el monopolio del puerto de Santo Domingo sobre las ciudades despobladas, señala: “con solo haberse declarado uno de los puertos del norte, la Española hubiera mantenido la estabilidad de su comercio y habría con ello echado las bases de una nacionalidad homogénea y normalmente desarrollada” (“Antología”, 575). Américo Lugo, por su parte, escribió antes de su obra mayor, “Baltazar López de Castro y la despoblación de La Española” (1947) en la que presenta al culpable de mal aconsejar al rey Felipe III. Pero lo cierto es que la idea de la despoblación precede a López de Castro y que Lugo pone el consejo de un hombre en la acción de un imperio en decadencia.

Es meritorio resaltar las investigaciones de Cipriano de Utrera y la publicación de la primera edición dominicana de “Ideas del valor de la Isla Española” (Madrid, 1785, primera edición dominicana 1853, tercera edición, 1947).

Luego, en la década del cincuenta, Marino J. Incháustegui publica “La gran expedición inglesa contra las Antillas Mayores” (1958) una historia del ataque inglés de 1655, que también sirve para volver sobre el tema. A groso modo, estos son los discursos historiográficos que trabajan ese espacio de la memoria. No debemos olvidar las visitas que le hicieron los positivistas que se agregaron a Trujillo en las publicaciones celebratorias del centenario de la República en 1944 y las que se hicieron con motivo de los 25 años de la Era.

La historia económica y social que introdujo Juan Bosch con la publicación de “Composición social dominicana” (1970), volvió a significar ese espacio unido a la formación de la sociedad de bucaneros en la isla La Tortuga y el surgimiento de la República de Haití. Conformando un periodo de larga duración que abarca dos siglos que, archivados y narrados por cronistas españoles y franceses, ha servido para reforzar el imaginario social y, muchas veces, la política dominicana sobre Haití.

Debo aclarar que la bibliografía es amplia y que aquí solo estamos hablando de la más notoria. A la que se puede agregar las obras de Emilio Rodríguez Demorizi, Pedro Mir, con sus obras “La noción de período en la historia dominicana” (1981) y “La historia del hambre” (1987, 2000).

Debo también agregar “De Cristóbal Colón a Fidel Castro” (1970), de Juan Bosch y “Historia colonial de Santo Domingo”, (1974) e “Historia del Caribe” (2008), de Frank Moya Pons. También los “Documentos” (2018) de Genaro Morelque han venido a ser el último gran aporte de los materiales archivados sobre los siglos XVI y XVII. Y he dejado para último la monografía de Frank Peña Pérez “Cien años de miseria en Santo Domingo” (1985), con la que vamos a trabajar los artículos que siguen.

Me ha llamado mucho la atención un texto de Agnes Heller en “Una filosofía de la historia en fragmentos “(Gedisa, 1999) en la que plantea su tesis de que la filosofía construyó sus personajes y que Aristóteles llegó a darse cuenta de que las categorías “son personajes por derecho propio”. De lo que podemos desprender que las categorías de la historia y sus personajes, como en la filosofía, la razón y la voluntad, aparecen en mímesis II como la configuración de las acciones en la que se “arma” la historia (remito a “La historia como arma”, (1983) de Moreno Fraginals o al libro clásico de Gervasio García “Armar la historia” (2003).

El siglo XVII, descubierto por Juan Bosch como el siglo de la miseria, estudiado a fondo por Peña Pérez, viene a ser un espacio en que se le da origen a la pérdida de la unidad territorial de la isla, en la que participan personajes en un drama trágico.

De ahí que esa pérdida sea vista como la tragedia de la nación dominicana. Lo importante aquí es hacer una lectura en mimesis III, para revisar de qué manera cada generación tuvo acceso a la historia archivada y con qué confianza la usó para construir un relato que pudiera tener una explicación válida dentro de las ideologías que juegan en los tiempos del lector.

Para Sánchez Valverde, la despoblación fue un paso acertado. Da muchas razones de la decadencia de la isla hasta el siglo XVI. Su relato protoromántico no tiene desperdicio. Inicia el capítulo XII así: “Pero toda la riqueza y esplendor de la Española fue semejante a la hermosura y fragancia de una flor que apenas deja ver los bellos matices y sentir su suave olor” (2018, 99).  A seguidas, pasa a presentar varias de las vicisitudes que narran los cronistas sobre el establecimiento de la colonia hasta llegar a introducir en el drama a los enemigos de España: los piratas y corsarios.

Sobre las causas de la decadencia de la colonia, el autor de “Ideas del valor”, dice: “lo que acabó de arruinar aquella Isla [escribía el criollo desde España] fueron la epidemia de viruelas, sarampión y disentería, que, cebándose principalmente en los negros e indios que quedaban, no dejaron manos que cultivasen la tierra” (104).  Para Sánchez el cultivo debía ser actividad de la fuerza subalterna. Mostrando su mentalidad a favor de la esclavitud, que es el alegato principal de su obra (continuará).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas