El espectador comprometido Promesas incumplidas

<P>El espectador comprometido Promesas incumplidas</P>

Hay varias clases de analistas políticos y sociales, algunos suelen  exponer sus ideas planteando siempre las soluciones más radicales y “químicamente” puras, solo les importa la meta final, un deber ser convertido en imperativo categórico. La realidad para ellos, con todos sus constreñimientos es siempre un dato insignificante, desechable e inoportuno, del que se debe prescindir.

Uno puede tener la inclinación de dejarse llevar por esta tentación purista y abstracta y a mí me parece que la misma realidad, a veces, contribuye a estimular esa toma de posición. Pero cuando uno tiene valores firmes e ideas y pensamientos interiorizados, que han ido conformando su “manera de ser, pensar y sentir”, al final, no se cae en la tentación del facilismo bien pensante.

Es duro, muy duro, casi siempre, tratar de ser realista sin ser cínico, y  ser práctico sin hundirse en el utilitarismo de pacotilla. Y rechazar la “realpolitik”,  desde la convicción comprobada en la historia de la humanidad, de que la misma no se puede practicar continuamente, sin que no conduzca al desastre. Casos emblemáticos: Hitler y el nazismo; Stalin, y la bancarrota del “socialismo en un solo país”, y además, atrasado.

Por todo ello, he tratado –no digo que siempre lo haya logrado y mucho menos que siempre haya acertado en los mismos-, cuando hago un análisis  sobre el accionar político, moverme siempre en las circunstancias existentes y las posibilidades reales que tienen los agentes políticos para actuar con racionalidad, eficacia y éticamente, en la búsqueda del bien común.

Debido a ello cuando he criticado ácidamente a dirigentes políticos, sea  que estén en el Gobierno o en la oposición, lo hago partiendo de que mi análisis les puede permitir alcanzar un camino o vía para solucionar problemas y que además, sea útil, a la vez, para la colectividad e incluso para ellos mismos.

Por ende, mi idea no es “a ver si me lee, sigue estas sugerencias y se jeringa”, ni a ver si diciendo esto gano popularidad o me aplauden todos los que se oponen a este individuo o partido. Soy tan ingenuo o quizás, creo tener cierta claridad de pensamiento, unido a una falta de vanidad personal, que cosas  de ese tipo jamás me pasan por la cabeza.

Así pues, me duele y molesta la tendencia actual, cada vez más acuciada de los políticos de incumplir olímpicamente sus promesas más aparentemente sentidas y caras. Y lo peor, es que esos incumplimientos no siempre conllevan el justo rechazo de los votantes. Por lo cual, se promete mucho y se cumple poco…y lo mismo da.

En la España actual de la recesión económica, del paro, de los recortes brutales de las políticas sociales, el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, prometía que cuando él llegara al Gobierno, no se tocaría ni un ápice de todo lo que hoy es podado sin conmiseración. Recortes sociales, sí; incremento de impuestos a los más ricos, no. Y para colmo, amnistía fiscal para los grandes defraudadores del fisco.

En los EE.UU. Obama significó una bocanada -¡qué digo!- un huracán de esperanzas después de la desastrosa política de Bush, tanto en lo político como en lo económico. Llegado a la Casa Blanca, ratificó en sus puestos decisivos a los grandes capitostes y fautores por omisión y falta de supervisión de la crisis financiera, y teniendo la posibilidad de simplemente  esperar que agotaran su mandato y nombrar a otro equipo, lo que hizo fue ratificarlos en sus puestos aún antes de concluir sus mandatos.

Resultado: los financieros se llenaron de nuevo los bolsillos, los tenedores de hipotecas impagadas perdieron sus hogares, y disminuyó su apoyo entre la clase media norteamericana. El paro ha aumentado. La desigualdad social es mayor ahora que cuando asumió la presidencia, y durante su mandato unos dos millones de latinoamericanos fueron expulsados. ¿Obtendrá pese a todo ello su reelección? Ante la alternativa política realmente existente, esperemos que así sea, pero…¡Qué desilusión, no obstante!

Y en Santo Domingo ¿qué? He escrito  que hay que esperar 100 días para dar un juicio contundente de lo que será el Gobierno de Danilo Medina. También escribí que un Gobierno tiene esos primeros cien días para hacer “lo que nunca se ha hecho”, ya que durante ese tiempo goza aún de gran popularidad, la oposición está anestesiada por la derrota (y además –en este caso-, discutiendo sobre el sexo de los ángeles  o diablos de sus crepusculares pseudolíderes), y dentro de su partido, pocos osarían oponerse al nuevo ungido, sin ganarse el repudio público.

Para mi sorpresa  el Presidente comenzó con un discurso bueno, lleno de expectativas positivas, para enseguida destruir con sus primeros decretos de nombramientos  sus promesas. ¿Alguien puede ser tan naïf de pensar que hará al final lo que no ha hecho al principio?

Sinceramente y hasta con dolor, debo confesar que me sitúo entre los escépticos radicales. Para mí el presidente Medina es otro lugar común más de los políticos al uso: prometen una cosa, piensan otra, y al final, hacen algo muy distinto a las dos anteriores. ¿Tenemos que Dejar a un lado toda esperanza?

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