El espejo

El espejo

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
¿A usted le extraña que una mujer se estuviera comiendo a otra, en un acto de felación en plena calle? ¡Ah pues! ¿No se dio cuenta de la lenta, sostenida, permitida y elogiada pornografía con la que venimos siendo bombardeados? ¡Más vamos a ver, sí, más! No les hagan caso a quienes ahora quieren rasgarse las vestiduras como si hubieran defendido la escala moral durante toda la vida. Ellos, con su silencio, son cómplices de esta degeneración.

¿Cuál es el problema? En los últimos años hay un relajo de las costumbres que tiene que desembocar en situaciones peores que la exhibición de las dos mujeres en la Abraham Lincoln.

Lo llevo dicho por años: el problema actual es un problema moral, de distorsión, desconocimiento, darle con el codo a la escala moral.

Usted, como yo, conoce a mucho pelafustán que obtiene una diputación, una senaduría, una secretaría de Estado o menos, un puesto de fiscal o de juez, un rango de coronel o de general y de la noche a la mañana se convierte en un potentado económico.

Todos los aceptamos como si fueran personas decentes, honestas, porque les tememos, porque para la actual escala de valores, confusa falsa, distorsionada, hay gente que acepta a quien tiene plata para marido de sus hijas o como esposas de sus hijos, por aquello de «tanto tienes, tanto vales».

Hay el caso de contrabandistas reconocidos convertidos en grandes señorones del alto comercio, de la industria, de los deportes, de la academia; violadores de todas las leyes que sacan al extranjero, con dinero y amistades, hijos que trafican y consumen drogas, que matan novias y amigos o parejas de homosexualismo.

Pervertidos sexuales, drogadictos, miembros de grupos que practican satanismo, son conocidos y aceptados como si se tratara de gente decente.

Todos lo sabemos. La mayoría ni siquiera escribe ni dice ni comenta en los medios de comunicación la existencia de tal tipo de personas mezcladas en la sociedad.

De tanto permitir, tenemos políticos corrompidos y desacreditados, generales millonarios con suelditos de hambre, profesionales que acumulan fortuna engañando a sus clientes y pacientes (hay pocos partos naturales cuando la

paciente puede pagar) artistas y presentadores (as) de programas de televisión abiertamente homosexuales y lesbianas. Y nos juntamos con ellos como si sus prácticas no recordaran a Sodoma y Gomorra.

Aceptamos que dominicanas se prostituyan en todo el mundo y envíen dinero a sus maridos, a sus familiares y también uno que otro hijo de nadie sabe qué hombre con el cual pasaron una noche , porque aquí es más fácil criarlos.

Las cantantes «no están en nada» si no enseñan un seno, o exhiben las nalgas con 10 centavos de tela donde todos miramos y presentadoras hacen un desnudo artístico (strip-tease) diario ante las cámaras, a mediodía.

La televisión presenta películas y anuncios de sexo explícito a cualquier hora, y a mediodía niñas de menos de 10 añitos exhiben movimientos pélvicos y de cintura que bien los quisieran mujeres como Madonna o Shaquira.

¿Y entonces? ¿De qué se alarman ahora estos moralistas de nuevo cuño?

¿Acaso pensaron que esos «ingredientes» daban mejor guiso.? ¡Cojan la indigestión!

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