El espejo de Aurelio

El espejo de Aurelio

Aurelio Gómez Anda salía del edificio por una puerta lateral. No había nadie que le abriera la puerta. Su ayudante más cercano no esperó que él saliera primero, era la primera vez que sucedía.

Era el primer día en que Aurelio cambiaba de vida para siempre. Aurelio salía de las mieles de las alturas a convertirse en un ciudadano común, uno del montón, pero con historia.

El personaje dejaba tras de sí un rosario de hechas y sospechas que le perseguirían a él y a los suyos para el resto de los siglos.

Mucho tiempo después se diría: ahí va, ya sabes, es tataratataranieto de Aurelio Gómez Anda.

¿Y qué significaba ser tataratataranieto de Aurelio Gómez Anda? Un desagradable baldón, una acusación.

Aquella mañana, última en la que Aurelio Gómez Anda recibiría el resto de adulación que quedaba en su favor, el sujeto se levantó del lado derecho, como lo hacía desde que su madre le permitió bajar de la cama sin ayuda, tomó sus lentes, los colocó sobre el rostro, sacudió la modorra propia de la hora, se levantó y se dirigió al baño.

Antes de alcanzar la puerta chocó con un objeto dejado al azar nadie sabe si por su ayudante más cercano o por su mujer, de todos modos trastabilló y se deshizo en maldiciones y dichos.

Aurelio sabía tener momentos de rabietas fuertes en los que sus gritos podían romper espejos y otros cristales por la agudeza, no por la fuerza, de su voz.

Como aún no se había aseado, Aurelio hizo caso omiso del objeto con el cual chocó, mal colocado en medio de su camino entre la cama y el cuarto de baño.

Entró, abrió la llave del lavamanos, tomó el cepillo de dientes, se afeitó y al salir del baño fue cuando se dio cuenta y pudo ver, que había chocado con un espejo.

¿De dónde salió ese espejo? ¿Cuál era el objeto de colocar un espejo en el piso de la habitación? ¿A quién se le había ocurrido tal acción? ¿Hasta dónde iban a llegar el desorden? ¿Es que a su alrededor nadie podía ser ordenado, limpio, cuidadoso?

Caminó hacia la habitación y vio  que el espejo estaba roto. Un espejo roto reproduce tantas veces las imágenes como trozos de él hay en el suelo o en el lugar donde estén esparcidos.

Aurelio se dio cuenta entonces de que el espejo estaba reflejando imágenes,  objetos y personas que no estaban en la habitación, pero la llenaban con su presencia fantasmal.

Aurelio vio que el espejo reproducía escenas y rostros de culpables de toda suerte de delitos contra el país, contra el erario y no le extrañó de que el espejo devolvía su imagen, siempre, al lado del otro culpable.

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