El espejo de Primo Levi

El espejo de Primo Levi

El sábado a la noche después de la presentación de José Mármol y Carmen Imbert , Tomás Eloy Martínez contó que su vocación de escritor nació a los diez años, en un circo que había llegado a Tucumán, con La Tísica como personaje salido de las tinieblas y en rebelión contra la penitencia de los padres.

El domingo, cuando leyó pasajes de La voz del amo, La Novela Perón, El vuelo de la reina y Santa Evita una coterránea, mujer y exiliada le narró, a modo de presentación lo que sus textos le convocaron como lectora de ese espejo metafísico que es siempre la literatura.

Voy aprovechar el privilegio otorgado por la Feria para acompañarlo en la lectura de sus novelas, para reflexionar en voz alta sobre lo que como lectora me produjo su obra.

En el año 2002, al ser premiado por Alfaguara su libro El vuelo de reina, saqué una breve reseña de la novela pero sobre todo, hice hincapie en el retrato atroz y perverso de la Argentina de los noventa. Movidas por ese juego de las adivinanzas de descubrir quien da carnadura a tal personaje, por esa suerte de regodeo en el fisgoneo, varias personas relacionadas con la literatura me llamaron para saber sobre qué personajes de la vida real se había inspirado para contar esa historia.

Instantáneamente, me vino a la memoria lo que escribió la sudafricana Nadine Gordimer sobre la relación que hay entre la ficción y la realidad. Ella lo llama la costilla de Adán y si bien acepta que los escritores tienen que reconocer que la curiosidad morbosa forma parte del misterio que constituye la relación, vista por los que no son escritores, entre la ficción y la apariencia de la realidad, sostiene que la relación entre el escritor y las personas reales se parece más bien a la metamir de Primo Levi.

A ese espejo metafísico, que no obedece a las leyes de la óptica, sino que reproduce tu imagen como si fuera vista por la persona que está delante de ti. El que está delante de uno es el escritor. Y lo que él o ella encuentran en el individuo no es un modelo que hay que ligar automáticamente al libro, sino que son una serie de rasgos que el individuo no presenta ante el espejo normal del mundo. La imagen de la metamir recibe lo que no se está diciendo cuando habla, la rabia en los ojos que desmiente con la sonrisa, el eco en los silencios, los mensajes reprimidos que los gestos delatan; lo que el escritor recuerda de un encuentro anterior con él, lo que le han contado de ella, el escritor retiene una o dos imágenes, quizás para utilizarlo en el futuro en la configuración de un personaje bastante diferente.

Para ser “como la vida misma” un personaje debe ser siempre más grande que la vida, más intenso, más complejo y condensado en cuanto a la esencia de la personalidad que una persona que existe materialmente. El escritor los almacena, los selecciona, los procesa y los va añadiendo a su archivo personal tal vez durante años. Esta facilidad o facultad significa que las imágenes de ese espejo metafísico de Primo Levi, son recogidas aquí o allá, a intervalos o precipitándose de repente, para que el escritor las transforme un día en uno de sus personajes, rescatados de la imaginación para responder a un tema o plantear otro.

Graham Greene decía con desparpajo: “Cuando me puse a escribir proporcionaba destinos alternativos a las personas reales con las que me había encontrado”.

Para Joseph Conrad, lo que el escritor hace es “rescatar el trabajo que se realiza en las tinieblasel robo furtivo de las desaparecidas fases de la turbulencia. Y agregaba: ¿”Qué es la novela sino una demostración de que la existencia de los demás es lo suficientemente fuerte para asumir una forma de vida imaginada más clara que la realidad?

En 1960, Nadine Gordimer escribió una novela en la cual uno de los personajes principales era un héroe revolucionario del antiapartheid. “La hija de Burgess” iba a ser una extraña experiencia en su vida de escritora.

El libro iba a convertirse en una suerte de homenaje a un activista comunista, que murió en la cárcel mientras cumplía cadena perpetua, y que para colmo, las autoridades carcelarias retuvieron las cenizas a pesar de la petición de las hijas de que se las entregaran. Ella conocía al hombre y su familia e incluso conoció a la hija en una visita a la cárcel para ver a su padre, y que es una de las imágenes con las cuales empieza la novela.

La escritora era la metamir delante de ellos y rápidamente, la escritora eclipsó a la persona que quería rendir homenaje. Una de las preguntas que se hizo Nadine Gordimer al concluir el libro era qué pensaría la muchacha si tal vez concluyera que no había entendido nada, que la metamir había fracasado en su intento de descubrir lo que el anverso plateado del espejo de lo aparente no podía revelar. Cuenta que ante ese dilema, decidió mandarle el manuscrito de la novela a la hija, antes de ser publicada y antes de que nadie pudiera leerla.

Cito textual: “Al manuscrito adjunté una carta. He guardado esa carta durante 15 años. Ha sido mi secreto, y lo develo aquí porque supongo que pertenece, al menos en este discurso, como respuesta de una escritora, en cuanto a la ficción, al misterio oculto detrás de la superficialidad ignorante del juego de adivinanzas. Le dije que por el momento la novela era suya y mía; que solo ella y yo, cuando la hubiéramos leído, conoceríamos su contenido. Pero yo era escritora y el libro estaba destinado a ser leído, por quienquiera que deseara hacerlo, aún cuando se prohibiera en Sudáfrica. La gente iba a tratar de identificar los personajes. Tenía que ser ella la primera en leer aquella ficción porque sólo ella sabría, como los demás nunca podrían saberlo, que aunque el hombre de la ficción viviera por las mismas convicciones políticas e ideales humanos y sufriera el encarcelamiento y la muerte como su padre, no era su padre y no podría serlo.”

Y agrega: “Había cometido mi robo de las fases de turbulencia de esa existencia que compartía con ellos en un país en concreto en una época en concreto. Había inventado un ser alternativo dentro de la visión de la metamir.

Antes de dejarla sola frente a la novela misma, terminé la carta recordándole de que jugarían con ella al veo veo y de que eso podría molestarla, los jugadores no podrían hacer sino plantear una alternativa más, a la mía. Una vida alternativa para ella y su padre, y para su familia; pero no podrían tocar lo que ella sabía que era totalmente suyo”.

Durante varias semanas, un silencio sepulcral. Finalmente una tarde franqueó la verja del jardín con el manuscrito bajo el brazo. Después de intercambiar las banalidades normales, la novela hizo su presencia entre nosotras.

Y dijo:”Así fue nuestra vida”.

Supe que era la mejor respuesta que tendría aquella novela. Quizás la mejor que jamás tendría toda mi obra de ficción. Algo que jamás volvería a recibir. Ninguna alabanza de ningún crítico podría igualarla; ninguna condena podría destrozarla”.

La hija de Burgess sabía que la novela no se refería a la verosimilitud, ni a una investigación histórica o biográfica sino que por el contrario en su visión de novelista, la escritora recibió, proveniente del genio que exhalan esas vidas, un vapor de la verdad condensada, en el cual, como un dedo dibujando sobre un vidrio, la historia puede escribirse”.

Por años, en el exilio, yo recibí la revista “El periodista” que por entregas publicó “La novela de Perón”, después en 1996 leí “Santa Evita” y en 2002, “El vuelo de la reina” y como la hija de Burgess puedo decirle en nombre de una generación que “así fue nuestra vida”, la nuestra y la de nuestros mayores. Usted reflejó en el anverso del espejo metafísico de Santa Evita la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imagina europeo, racional, civilizado, y amanece un día sin ilusiones, tan latinoamericano como El Salvador o Venezuela, más enloquecido porque jamás se creyó tan vulnerable, dolido de su amnesia porque debió recordar que también era el país de Facundo, de Rosas y de Arlt, brutalmente salvaje como sus militares torturadores, que para divertirse fusilaban perros para matar el aburrimiento, o indios mocobíes, asesinos, destructores de familias y generaciones enteras de argentinos.

Como América Latina invade a la República Argentina, como los cabecitas negras van rodeando a la urbe parisiense de Buenos Aires, así invadió Eva Duarte el corazón, la cabeza, las tripas, los sueños, las pesadillas de la Argentina. Ella era la resurreción oscura de la barbarie en un país convencido y engañado de ser etéreo, cartesiano y espiritual.

Al caer Perón, en 1955, los militares decidieron desaparecer el cadáver de Evita. El presidente en funciones ordenó, que le dieran cristiana sepultura. Es un cuerpo “más grande que el país”, en el que los argentinos han ido metiendo todo “ el llanto de la gente, la mierda, el odio, las ganas de matarlo “.Quizá, dándole cristiana sepultura, caerá en el olvido.

Pero Eva Perón es dueña de su destino y se niega a desaparecer. Usted (Tomás Eloy Martínez) fue reflejando en el espejo metafísico una Evita que sigue viviendo, segura de su inmortalidad, porque su cuerpo se convierte en objeto de placer incluso para quienes la odian, incluso para sus guardianes. La llaman la Difunta,Esa Mujer, Persona. Pero persona en francés es un rotundo “nadie”, es el “nessuno” italiano, el “nobody” inglés.

De esa persona que no es nadie se enamoran sus carceleros. El coronel Moori Koenig, encargado del secreto del cadáver, como Camargo con Reina Remis en El vuelo de La reina, la odia, la necesita. La extraña. Ordena a sus oficiales orinarse sobre el cadáver. Pero no soporta su ausencia cuando otro oficial la esconde en el ático de su casa y desencadena la tragedia familiar matando a tiros a su joven esposa de 22 años embarazada. Persona sobrevive a todas las calamidades. Su muerte es su ficción y es su realidad. La tarea de los guardianes se vuelve imposible. Deben luchar con una muerte en cuya vida creen millones.

“Volveré y seré millones”

Su embalsamador lo dice: “Muerta, puede ser infinita y su arte es semejante al del biógrafo. Consiste en paralizar una vida o un cuerpo, “en la pose en que debe recordarlos la eternidad”.

El novelista sabe que “la realidad no resucita, nace de otro modo, se transforma, se reinventa a sí misma en las novelas”.

Usted dijo: “El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre, Juana Ibarguren, clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. No sabían si la habían incinerado, si lo habían fondeado en el fondo del Río de la Plata. Si la habían enterrado en Europa… A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la última dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita pide ser ofrecido a la veneración. En “Santa Evita” hay una especie de conversión del cuerpo muerto en un cuerpo político”.

Cuando usted contó anoche que le interesaba reflejar la penumbra, esa zona en tinieblas, esas zonas límites, el escritor reflejó una sociedad que no puede reconciliarse porque todavía no sabe que clase de sociedad es. Es esa Argentina cotidiana que entre 1976 y 1983 contenía algo perverso, enfermo y que esa perversión sigue ahora larvada pero bajo otros signos.

Los signos que devuelven la imagen del final de Tancredo Neves escrito como premonición por usted y donde Carmona, Reina Remis y la Argentina de los noventa duplican de forma atroz las razones por las cuales los argentinos vivieron con los ojos cerrados el terror cotidiano, como si fuera algo natural y consentido.

En su libro de ensayos “El sueño argentino” usted escribió: Los crímenes de 1976 1983 afectaron demasiadas vidas, desbarataron demasiados principios morales, corrompieron a la sociedad, pero sobre todo hicieron de la Argentina un país peor. Los males de ese pasado son en buena medida, causa de los males de este presente. Quedan demasiadas cosas por aclarar y discutir para entender porqué Argentina sucumbió durante décadas a la seducción de seres sin imaginación alguna”.

En su espejo metafísico usted reflejó esa zona perversa de la política, la desgracia y la soledad del autoritarismo y las tormentas que acompañan al poder. Con Camargo, rescató el trabajo que se realiza en las tinieblasel robo furtivo de las desaparecidas fases de la turbulencia de que habla Conrad y convirtió a su personaje en el reflejo de ese mal que viene haciéndose desde hace mucho tiempo, que no va a separse de él, que no sabe ni puede detener porque en definitiva el mal es insaciable.

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