El espíritu de la Navidad

El espíritu de la Navidad

La primera imagen que vi en el día de ayer, miércoles 23 de diciembre del 2020, fue la de una mujer dándole con un palo de escoba a un niñito desnudo que no se levantaba del suelo, lo que tampoco le permitía el verdugo, quien lo perseguía golpeándolo constantemente.

Es la víspera del nacimiento del Señor Jesucristo. Aparentemente todo es una fiesta. Las filas de gente comprando en los supermercados es interminable. Los carritos con los distintos productos de beber y comer sostienen precariamente la carga abundante y excesiva.

Eso que llaman “el espíritu de la Navidad” no es el verdadero espíritu de la Navidad, eso que llaman “el espíritu de la Navidad” es el espíritu del consumismo, del derroche, del insulto de quienes tenemos la manera, ante los que no tienen nada que perder, ni siquiera la vida.

Borrachos de bienestar, quejándonos, como malagradecidos ambiciosos e insaciables, permitimos que nos confundan y nos hagan creer que “el espíritu de la Navidad” pasa por una mesa bien puesta, abundantemente servida, cargada de alimentos importados y bebidas de las más sofisticadas y caras.

En general, no tenemos ojos para ver la extrema pobreza que nos rodea. Hogares construidos en lugares precarios con materiales de deshechos. Con pisos de tierra. Sin servicios sanitarios. Sin energía eléctrica. Con muebles que no merecen ese calificativo, camas desvencijadas, sillas de equilibrio increíble. Ropas deshilachadas. Niños rodando entre el lodo y la podredumbre, la insalubridad y las dificultades e imposibilidades de tener a tiempo una atención médica adecuada.

Sobre ese colchón de miseria y podredumbre, de imposibilidades y sueños que nunca se tuvieron, sobre esa sociedad es que se yergue, orgullosa y engreída, la cúspide de una nación que se precia del volumen de ventas de automóviles de gran lujo y sofisticadas bebidas espirituosas importadas, en desmedro del tradicional buen ron criollo que triunfa por su calidad en el mundo entero.

Se ha perdido la humildad. Se han perdido las tradiciones. Hay pocas manos que se extienden para socorrer a los menesterosos, a los desheredados de la fortuna, que los hay, a los que por trabajar de niños no tuvieron tiempo de ir a la escuela y aprender un oficio que les permitiera salir de la pobreza extrema.

El espíritu de la Navidad también es moderación, es el tiempo de olvidar rencores cuyo origen se perdió en los extraños vericuetos de la memoria. Es el tiempo de resanar heridas que nunca debieron haber sido infligidas. Es el tiempo de recoger la palabra insultante y absurda con la cual hemos herido a familiares y amigos.

La Navidad ¡ay! la Navidad, es el tiempo de reflexionar para trabajar por un mundo donde todos seamos invitados a la cena del Señor. Amén.

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