El Estado continúa

El Estado continúa

POR MARTHA PEREZ
Nunca antes los dominicanos habíamos sido a la vez actores y espectadores de primera línea de uno de los aconteceres más complejos y dramáticos de nuestra historia. La situación que más denominaciones negativas ha tenido en el vox populis es la vivida en los últimos dos años del gobierno del Partido Revolucionario Dominicano, presidido por Hipólito Mejía; situación que el 16 de mayo pasado originó que la voluntad del pueblo dominicano decidiera un cambio de gobierno.

La decisión popular fue acatada por el presidente Mejía de manera muy respetuosa, sensata y sobre todo muy democrática, quedando algunas intenciones vanales en el rumor público. En los días posteriores comenzaron a integrarse las comisiones de transición, con una dinámica tal, que evidenciaba un profundo criterio patriótico y de alta política. Sinembargo, asumidas las funciones de las susodichas comisiones de ha desencadenado una especie de antipatía, en sentido general, por parte quienes deben entregar a las nuevas autoridades la continuidad del Estado.

En lo particular, aunque pocos, hay que reconocer la cordialidad con que algunos incumbentes de instituciones y/o departamentos estatales están respondiendo a las comisiones y subcomisiones de transición del partido que asumirá el control del Estado a partir del próximo 16 de agosto. Pero en su mayoría, se están poniendo trabas a estos trabajos y no se están suministrando a tiempo ni completas las informaciones necesarias para los fines. De lo que se trata no es del suministro de organigramas y de nóminas o listados de personal; pues las estructuras administrativas en lo teórico, tal vez sean las mismas que entregaron las autoridades peledeístas hace cuatro años; y en cuanto a las nóminas, ya se sabe que en los primeros meses es imprescindible reducirlas para poder hacer frente al volumen del gasto corriente. De lo que se trata es de suministrar informaciones íntegras de todo cuanto se pudo ejecutar y de lo que está pendiente, mediante soportes avalados (firmados y sellados) que detallen el funcionamiento de las instituciones, muy en especial, de aquellas que trabajan con respuestos asignados por el Estado o recibidos de organismos internacionales. Estos informes deben entregarse a tiempo a las correspondientes comisiones a fin de garantizar la dinámica y la eficiencia que requiere del nuevo gobierno la presente situación por la que atraviesa la sociedad dominicana. Debe entenderse y es claro, que ambos partidos (saliente y entrante) no integraron comisiones de transición para escamotear el uno, y acechar el otro; dichas comisiones se integraron en el espíritu de viabilizar y dinamizar el traspaso de mando, facilitando que el nuevo presidente pueda hacer las asignaciones del personal correspondientes en cada estamento del gobierno de manera que garantice la continuidad del Estado.

No debe perderse el sentido  de las cosas. Ahora no cabe buscar la desaparecida razón de lo que pudo haber sido un buen gobierno; no cabe buscar la culpa de la derrota electoral; no cabe buscar la responsabilidad de la «incontrolable» crisis energética; de la enfermedad de nuestra economía; no cabe tomar decisiones a la carrera; no cabe el pretender hacer en treinta días lo que no se pudo en cuatro años.

Lo que procede ahora, es juntar las manos, apretar los dedos, enlazar los brazos, y «pujar»la fuerza con que juntos todos -como se hizo promesa de campaña electoral-, seguiremos empujando hacia los buenos tiempos para que vuelva el progreso. Los hombres; las mujeres, entre ellas las madres solteras, las envejecientes, las adolescentes preñadas, paridas y además abandonadas; los niños y niñas; los enfermos postrados en lechos, los pacientes que llenan a diario los hospitales; los estudiantes; los minusválidos; los trabajadores, en fin, el pueblo dominicano, que somos todos, no puede seguir esperando que suceda y termine una guerra entre defensores de colores o banderas de partidos políticos; entre fanáticos de la política; sobre todo, aquellos que en cada derrota, colocan a un opositor en lugar de su propio error. La sociedad dominicana está cansada de esta práctica, del trauma que genera un cambio de gobierno, que por necesario que sea, el sólo hecho de una transición de noventa días «aprovechada» como es la práctica, causa repulsa al propio deber de haber ejercido cívicamente el derecho democrático en un momento tan convulso como el que fue, para que otros intenten empañarlo.

Mientras no entendamos en su justa dimensión, cada cuatro años, que el Estado debe continuar, el ejercicio político entre los dominicanos seguirá siendo un espectáculo de mal gusto, que no llegará siquiera al nivel de los circos callejeros que improvisan ebrios juglares y trovadores añejos para «entretener» a los transeúntes a cambio de una moneda.

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