Camino por las aceras de la sociedad, y aún veo las propagandas publicitarias de los políticos que se lanzaron supuestamente a transformar nuestro pueblo; fotos, consignas, afiches, y vallas en las paredes y en los postes de luz, creando un mosaico fotográfico que refleja la mediocridad de un Estado inconcluso, disonante y socialmente asimétrico.
Mientras avanzo en el camino, contemplo con asombro las incongruencias que se dan en mi terruño; veo comunidades rodeadas de ríos y arroyos, con vertederos muy cerca a esas fuentes acuíferas, que crean focos de contaminación para toda la población. Sigilosamente decido reducir los pasos y observo la disfuncionalidad que discrepa del discurso político, una incoherencia que se refleja en el estilo de vida de nuestra gente; una población cargando cubos y recipientes para usarlos como depósitos de un agua ya contaminada. A mi derecha veo otra realidad, los que tienen solvencia económica, palean la situación construyendo costosos pozos para extraer agua; a esos pozos se les suma el costo de bombas sumergibles, que son usadas para enviar el agua a una infraestructura más costosa que los mismos pozos, las famosas cisternas. Aquí no termina el costoso proceso causado por un liderazgo irresponsable, estéril y miope; las cisternas con bombas de envío de agua canalizan el agua a los tinacos que se colocan encima del techo de las casas; y todo este engranaje resalta la imagen de atraso de nuestro país y genera al ciudadano un sentimiento de inseguridad, de enojo y de tensión.
Decido acelerar mis pasos en las aceras de una sociedad engañada y burlada; súbitamente, mis ojos se encuentran con un gigantesco mural; un mural social que refleja el desempleo, el abandono de los campos, la impunidad, la compra de votos y de conciencias, el cabildeo, el clientelismo, y el maquiavelismo que ha logrado engañar a todo un pueblo durante generaciones. A distancia, noto los paradigmas construidos con miajas de mentiras, haciéndonos creer que lo que pasa es normal e inmutable. En una esquina de manera esclarecida y evidente, el mural social saca a la luz el debilitado sistema judicial que se asemeja al sistema social que Cantinflas, el legendario cómico, atacaba en sus famosas películas cargadas de códigos y símbolos lingüísticos para denunciar la pobreza e injusticia de su entorno social. Este mural revela una justicia en forma de serpiente, una justicia parcial y peligrosa; como decía Monseñor Arnulfo Romero: “La justicia es como la serpiente, solo muerde a los descalzos”.
El mural social es nuestro, es nuestra realidad, y debemos cambiarlo. No nos representa, no proyecta equidad ni justicia, no es coherente con la doctrina de la democracia; pero ese mural social no se cambia solo, ¡se requiere de un líder!, un lider identificado y certificado por las masas, un reformador dispuesto a pagar el precio que requiere alcanzar este cambio.