El Estado que Trujillo creó

<p>El Estado que Trujillo creó</p>

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Erich Fromm, en su obra “El miedo a la libertad”, escribe el siguiente párrafo lapidario: “Para entender la dinámica del proceso social tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo moldea”.

Nunca fui espontáneamente trujillista. Al “jefe” sólo lo vi personalmente a menos de tres metros de distancia en el Palacio Nacional cuando recién nombrado profesor adjunto de la facultad de ingeniería de la entonces Universidad de Santo Domingo, el profesorado, no recuerdo el motivo, le efectuó una visita. Para proteger a mi amigo Quiqui Acevedo, tuve que ocultarlo y optar por asilarnos en la residencia del Embajador de la República Argentina; y un buen día de agosto de 1960 nos vimos rumbo a Buenos Aires acompañados por un nutrido grupo de asilados, entre los cuales estaban Abel Rodríguez del Orbe y Luis Gómez Pérez. En Buenos Aires, recibimos las muy finas atenciones del poeta Manuel del Cabral y su familia.

Los primeros en abandonar Buenos Aires rumbo a Caracas, fuimos Fefé Varela Benítez y Yo, quien llevaba el encargo de entregarle a Juan Bosch varias de las últimas publicaciones del poeta, lo cual me brindó la oportunidad de conocer a don Juan y de asistir con Alfonso Moreno Martínez a la sede de su partido en Caracas.

Casado y con un hijo nacido en Washington, regresé al país en 1962. En las elecciones efectuadas en 1963, voté por la candidatura de Juan Bosch enfrentado a la perdedora de la Unión Cívica Nacional de Viriato Fiallo. Apenas siete meses después, se produjo el trágico golpe de Estado contra el gobierno más honesto de toda nuestra historia republicana. La experiencia acumulada a través de años y de las crisis vividas, me permiten hoy afirmar que el gobierno de Juan Bosch no fue derrocado por los remanentes del trujillismo, sino por el subconsciente y atávico miedo a la democracia del individuo dominicano. Me permito además afirmar que el pensamiento político de Balaguer y Bosch en torno al ser y la historia dominicana estaban más próximos de lo que los hechos aparentaban. Porque como solía decir el propio Bosch: “en política hay cosas que se ven y cosas que no se ven”. Ambos, con diferentes matices, entendían el importante rol histórico del régimen de Trujillo en la constitución y desarrollo de la República. Aún recuerdo vívidamente el debate entre el sacerdote jesuita Láutico García y Juan Bosch, transmitido por la televisión si mal no recuerdo la noche anterior a las elecciones de 1963. El sacerdote calificaba como apoyo y aceptación del régimen dictatorial, la afirmación de Bosch de que Trujillo fue el tipo de político que supo gobernar para mantenerse en el poder durante 31 años. Bosch ganó aquel debate, y con ello, las elecciones a la Unión Cívica.

La histeria antitrujillista y satanizadora alimentada por intelectuales que lo saben todo pero que parecen no entender nada, ahora pretenden sacar ese régimen de nuestra historia como si este país pudiese existir sin explicar racionalmente ese vacío histórico. Creo que un antitrujillismo colectivo, extemporáneo y a ultranza, no es más que la recurrente e inútil expresión de un tardío resentimiento por habernos sacado del estado de naturaleza en el cual vivía este país, y haber convertido el Estado Dominicano en una sólida y concreta realidad. Porque en el Estado que Trujillo creó, despótico sin lugar a dudas, todas sus instituciones, administradas por la flor y nata de la sociedad funcionaban y cumplían con sus fines con la precisión de un fino mecanismo de relojería. Con el advenimiento de la era de Trujillo, el individuo dominicano perdió una vez más el paraíso de la anarquía para verse sometido a la dura realidad moral de un Estado despótico y totalitario.

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